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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Los muertos de las cumbres y el adiós que queda pendiente

Cuando los montañistas mueren en el camino, sus cuerpos quedan sin sepultura. Las familias exigen un debate urgente. 
Los muertos de las cumbres y el adiós que queda pendiente. EL PAÍS Y ARCHIVO
Los muertos de las cumbres y el adiós que queda pendiente. EL PAÍS Y ARCHIVO
Los muertos de las cumbres y el adiós que queda pendiente

Desaparecidos desde el 5 de febrero de 2021 en la zona somital del K2 (8.611 metros), en pleno invierno del Karakorum, los cuerpos del pakistaní Ali Sapdara, del islandés John Snorri y del chileno Juan Pablo Mohr fueron hallados el 26 de julio por un equipo de guías de la etnia sherpa de Nepal. La última persona que vio al trío con vida fue Sajid Sapdara, hijo de Ali.

La temperatura rondaba los 40 grados bajo cero y el grupo afrontaba el Cuello de Botella, la parte más comprometida de la montaña. Sin saberlo, Sajid se despidió para siempre de su padre, de John Snorri y de Mohr, quien ascendía sin la ayuda de oxígeno artificial y deseando poder dedicar la cima a su amigo español Sergi Mingote, fallecido días atrás cuando trabajaba en su aclimatación. Cuando muere un alpinista, arranca el dolor y las preguntas sin respuesta de sus familiares.

Los sherpas se toparon con los restos de Mohr a 7.955 metros, muy cerca de donde se ubica habitualmente el último campo de altura antes de ir a la cima.

El 5 de febrero, el campo de altura se hallaba a 7.330 metros: en su tienda, Sajid mantuvo una luz encendida toda la noche para guiar al trío, pero nunca llegó a verlo. El cuerpo de Ali se encontró a 8.300 metros, atado a una cuerda fija, igual que el de Snorri, apenas unos metros por encima. Todos murieron cuando bajaban.

Quedaba por resolver una cuestión más delicada: ¿qué hacer con los restos? En un primer momento se especuló con extraer los cuerpos de la montaña con la ayuda de helicópteros, pero el vuelo de estos aparatos a 8.000 metros es más que delicado. Tampoco es evidente transportarlos ladera abajo: implicaría el trabajo de muchos alpinistas que se verían sometidos a un riesgo muy importante. Finalmente, Sajid recibió la ayuda del boliviano Hugo Ayaviri para mover los restos de su padre desde los 8.300 metros hasta un punto cercano del campo 4 (7.900 metros), donde lo sepultó y siguió la voluntad de su madre: proceder a un ritual religioso. Sajid también ubicó con GPS y enterró los restos de Snorri y Mohr.

PARA SIEMPRE

En cordilleras salvajes como el Himalaya, Tien Shan y en Alaska, el rescate resulta complejo, de ahí que muchos cuerpos queden para siempre en la montaña. El Everest es el caso más sonado. No existe ley que obligue a recuperar dichos restos, con lo que queda a expensas de sus familiares el destino final de unos cadáveres que a unos deja indiferentes, a otros incomoda y a las familias tortura.

Félix Iñurrategi perdió la vida ante la mirada de su hermano Alberto, en el 2000, durante el descenso del Gasherbrum II (8.035 m). Su cuerpo cayó por un precipicio, fuera de la ruta, hasta un glaciar donde nadie pone los pies. Ahí mismo, Alberto decidió que esa sería la tumba de su hermano.

“El alpinismo es una actividad que carece de leyes escritas y que cada cual interpreta a su manera y el asunto de los fallecimientos en montañas remotas no ha sido objeto de debate entre sus actores. Nadie se ha sentado a establecer un protocolo estándar de actuación en estos casos”, opina.

Xabier Ormazabal tenía 23 años cuando falleció durante el descenso del Cho Oyu (8.201 m), en 2004. Estaba solo en la montaña y en gran forma tras haber completado el Leopardo de las Nieves (ascendió los cinco picos más elevados de la extinta Unión Soviética), pero tras fallecer, su cuerpo quedó en mitad de la ruta de acceso. La familia quiso que el cadáver estuviera ahí mismo, el lugar que amaba Xabi, pero, tal y como recuerda su hermano Andoni, la idea era más romántica que práctica: “Xabi estaba en mitad de la ruta de una montaña sumamente comercial y enseguida empezarían a circular fotos de sus restos en internet y eso era algo que se nos haría insoportable”, recuerda Andoni.

Tras incinerar los restos, la idea original pasaba por esparcir las cenizas en la sierra de Aralar. “Mi madre prefirió quedarse la urna. Para ella es importante tener un pequeño altar”.

CADÁVERES COMO SEÑALES

El que haya varios muertos esparcidos a lo largo de las rutas normales del Everest y que los aspirantes a la cima pasen ante ellos o, incluso, como ha ocurrido en el pasaje del segundo escalón, en la arista norte, prácticamente se hayan tenido que apoyar en ellos para subir. O, como ocurre con el conocido “Botas verdes”, un cadáver así llamado por el color de sus botas, que se utilice como referencia. son hechos con connotaciones bastante truculentas.

El lugar está en la arista sur, en el camino habitual de subida al Everest. Se trata de una pequeña oquedad situada a 8.500 metros ante la que se pasa y donde en 1996 falleció por agotamiento el alpinista indio Paljor Tsewang.

En el mismo punto se refugió en 2006 el británico David Sharp. Había agotado su provisión de oxígeno y estaba exhausto. Ante él pasaron al menos 40 alpinistas rumbo a la cima al amanecer siguiente. Nadie hizo nada. Solo el sherpa Dawa intentó levantarle, dándole unas bocanadas de oxígeno, pero fue inútil dado el agotamiento.