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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Leer para conocerse: comunarias de Chiaraje afianzan su identidad con alfabetización

Alrededor de 20 mujeres de la comunidad de Chiaraje, en Cocapata, aprenden a leer y escribir mientras desempeñan su rol como madres, pastean a sus animales y siembran papa. 

Martina Alberto Quispe es madre de siete hijos y aprendió a leer y escribir su nombre el año pasado./ NICOLE ANDREA VARGAS
Martina Alberto Quispe es madre de siete hijos y aprendió a leer y escribir su nombre el año pasado./ NICOLE ANDREA VARGAS
Leer para conocerse: comunarias de Chiaraje afianzan su identidad con alfabetización

Mientras su esposo labra la tierra, Martina hace sus tareas. Toma su cuaderno y comienza a hacer los ejercicios que le dejaron en clases pasadas. Antes de ir a pastear a sus ovejas, a eso de las 5 de la mañana, pasa apresurada por la casa de su profesora, Norma, para que revise su trabajo y le deje nuevos deberes. Así como Martina, otras mujeres más de la comunidad Chiaraje, del municipio de Cocapata, aprendieron a leer y escribir sus nombres. Muchas de ellas no fueron nunca a la escuela, ni tuvieron acceso a ningún nivel de educación, pero sí tuvieron el ímpetu y la ilusión de reencontrar su identidad a través de la alfabetización. 

Chiaraje es una comunidad ubicada a 3.190 metros sobre el nivel del mar, a más de 120 kilómetros de la ciudad de Cochabamba. Debido a su clima frío, su principal actividad agropecuaria es la producción de papa y la crianza de camélidos. En ese contexto, la fundación Faunagua llegó para implementar el proyecto “Restauración de los bosques de Polylepis (kewiña) en las cuencas de Misicuni y Altamachi (Bolivia)”. 

Mientras los comunarios fueron integrándose al proyecto, reforestando los bosques con kewiñas y creando viveros ecológicos, también evidenciaron que la mayoría de las mujeres no sabía leer ni escribir y eso repercutía en la toma de decisiones y los puestos de liderazgo. 

Una de ellas es doña Martina Alberto Quispe, quien es madre de siete hijos y se dedica a la costura, además del pasteo de sus animales y las labores de casa. Cuenta que su principal dificultad era leer las indicaciones de las agujas de la máquina que usa para costurar. Se limitaba a pedir ayuda a sus hijos o, a veces, solo seguir su instinto. 

Por eso, cuando le preguntaron qué le hacía falta o qué le gustaría aprender, respondió rápidamente que leer y escribir “aunque sea” su nombre. 

Comunarias de Chiaraje que son parte del proyecto de alfabetización./ NICOLE 
ANDREA VARGAS
Comunarias de Chiaraje que son parte del proyecto de alfabetización./ NICOLE ANDREA VARGAS

LA EDUCACIÓN, UNA NECESIDAD

La iniciativa de crear el pequeño grupo de lectura y escritura nació de Norma Achocalla, quien llegó hasta Chiaraje como responsable del área social de la fundación Faunagua. 

Al instalarse en la comunidad, le pidieron que organice a las mujeres para realizar actividades sociales. Sin embargo, cuando convocaba a las reuniones de coordinación, no iba nadie. Tampoco tenía suerte cuando buscaba a las mujeres en sus hogares. Cada una estaba enfocada en sus labores: unas cosechaban la papa, otras atendían a sus hijos o preparaban el almuerzo. 

Norma recuerda que preguntó a qué hora solían reunirse como comunidad, y también recibió una respuesta negativa, ya que no era habitual en Chiaraje por las diferentes obligaciones que cumplen cada día. 

La preocupación se apoderó de ella, pero no la desmotivó. Es más, le sirvió para pensar en nuevas estrategias para acercarse a ellas. Así que tomó la decisión de ir, nuevamente, casa por casa para socializar con ellas. 

Para su propósito pidió el apoyo de Irma Vicente, una de las viveristas del proyecto de reforestación de kewiñas y líder de la comunidad. A veces iban juntas y, en otras ocasiones, Norma se acercaba sola para presentarse y comentarles sobre el proyecto que tenía. 

Con mucha persistencia, organizó su primera reunión, a las 6 de la mañana –porque el resto del día las mujeres suelen dedicarse a otras actividades–. Aunque varias se comprometieron a asistir, solo participaron seis mujeres. Martina aún no había decidido sumarse. 

“Algunas pensaban que les quería organizar con un objetivo político. Así que tuve que aclararles que la institución no tiene una visión política, sino una social”, recuerda Achocalla. 

La siguiente reunión ya estuvo conformado por 10 comunarias, incluida Martina. Charlaban y compartían sus experiencias. La idea era ganarse su confianza y entender qué era lo que necesitaban y cómo podían ayudarles según las actividades que tienen cada día. 

“Me levanto a las 3 de la mañana, cocinamos, hacemos el desayuno, nuestros maridos se van, nosotras cuidamos a los animales, les llevamos a pastear, luego vamos a ayudarles a nuestros maridos, después volvemos a cocinar la cena y al final del día estamos cansadas”, describe una de las comunarias sobre su rutina diaria. 

Eso subió el nivel del reto, porque Norma debía encontrar un momento, en sus apretadas agendas, para hacer sus actividades. 

Así que, poco a poco, fue adecuándose a los horarios en los que las señoras de la comunidad podían atenderla. 

Su encuentro con doña Martina fue especial. El día de la reunión convocada, la comunaria llegó antes que las demás, así que ambas mujeres pudieron conversar sin prisa.

Norma se enteró que no sabía leer ni escribir cuando le pasó una lista de asistencia y Martina le confesó que no había ido a la escuela y le pidió que ella pusiera su nombre. 

Martina Alberto se dedica a la costura y a las labores de casa./ NICOLE ANDREA VARGAS
Martina Alberto se dedica a la costura y a las labores de casa./ NICOLE ANDREA VARGAS

—¿No has entrado a la escuela?— le preguntó Norma.

—No, mis papás nunca me han puesto a la escuela— respondió Martina. 

—¿Y te gustaría aprender?

—Sí, yo quisiera aprender aunque sea a escribir mi nombre.

—Entonces si te traigo un cuaderno, un libro, un lápiz, ¿aprenderías?— le propuso Norma.

—Sí, me gustaría—contestó Martina.

Fueron preguntando a otras mujeres si tenían interés en pasar clases y varias se sumaron. Era común que hayan dejado la escuela en los primeros cursos de primaria para comenzar a trabajar en el campo y en las labores de casa.  

Cada una fue demostrando el interés particular que tenían. De esa forma, Norma fue recolectando los libros de sus hijos y pidió un presupuesto para comprar cuadernos, lápices y otros textos más.

Así, con libros de prekínder, fueron pasando sus primeras clases. “El objetivo era que aprendan a redactar, para que, en el futuro, puedan ser secretarias de actas, ocupar cargos en la comunidad y escribir sin ningún problema”, dice Norma, quien es comunicadora social de profesión, pero tomó el rol de maestra. 

APRENDIZAJE EN COMUNIDAD

Betty Durán (i), viverista de Chiaraje y parte del proyecto de alfabetización./ NICOLE 
ANDREA VARGAS
Betty Durán (i), viverista de Chiaraje y parte del proyecto de alfabetización./ NICOLE ANDREA VARGAS

El proyecto comenzó en junio del año pasado. Sin embargo, recién a finales de octubre las comunarias se organizaron para las clases. Las que cursaron algún nivel de primaria fueron reforzando la lectura de comprensión y las que no tenían ninguna base, empezaron de cero. 

Los primeros resultados se vieron al mes siguiente. “Ya no iba a sus casas, ellas venían solas a buscarme”, comenta Norma. 

La ilusión y el compromiso que asumieron las comunarias fue tal que iban hasta la casa de Norma, a las 5 de la mañana, antes de ir a pastear a sus animales, para que revise sus tareas. 

“A veces estoy mal, pero vienen ellas y me olvido. Comenzamos a reír, a charlar y me olvido. Me gusta trabajar con ellas”, afirma. 

Pese a que Bolivia está declarado como territorio libre de analfabetismo, aún existen muchas personas, como Martina, que no saben leer ni escribir. 

“Llegas a una comunidad y te encuentras con esta situación, mujeres como tú, que necesitan apoyo”, sostiene Achocalla. 

Mientras antes era común que pidan ayuda a sus compañeros para escribir sus nombres en las listas de asistencia a las actividades, ahora la figura es distinta. “Ellas han puesto mucho empeño. Cada una se esfuerza por ser la mejor alumna”, comenta. 

Un conflicto común es lograr el apoyo de algunos esposos que ven con malos ojos que destinen tiempo a su formación. Sin embargo, poco a poco, están trabajando en socializar el proyecto y hacerlos parte para que apoyen a las mujeres que asisten. 

“Yo no entré a la escuela, no sabía leer ni escribir. Entonces estoy aprendiendo ahora. Ya sé escribir mi nombre”, dice la comunaria  Leonisa Gabriel, de 60 años y madre de cinco hijos. 

En el caso de Martina, sus siete hijos, que tienen entre 2 y 15 años, son parte importante de su aprendizaje. Le ayudan y la      incentivan. 

La mayoría de estas mujeres se dedican a  sembrar papa y preparar la tierra para nuevas cosechas. También ocupan su tiempo en el pasteo de sus animales. 

“Tengo la esperanza que sigan aumentando las mujeres. No importa el nivel que hayan cursado, o que no tengan ninguno. Lo importante es generar la solidaridad entre todas las mujeres. Entre ellas se ayudan, encontramos soluciones a los problemas”, sentencia Norma Achocalla.

La comunidad Chiaraje se encuentra a más de 120 kilómetros de la ciudad de Cochabamba./ NICOLE ANDREA VARGAS
La comunidad Chiaraje se encuentra a más de 120 kilómetros de la ciudad de Cochabamba./ NICOLE ANDREA VARGAS