Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 20:43

Kiro Russo, el cineasta que marca hito con su sinfonía urbana de La Paz

El cineasta boliviano ha sido reconocido con más de 10 premios de distintas partes del mundo por su segundo largometraje, “El gran movimiento”, una sinfonía urbana que fue filmada en parte durante la crisis postelectoral de 2019.

Kiro Russo, cineasta que marca hito con su sinfonía urbana de La Paz. UNIVERSAL BROKERS
Kiro Russo, cineasta que marca hito con su sinfonía urbana de La Paz. UNIVERSAL BROKERS
Kiro Russo, el cineasta que marca hito con su sinfonía urbana de La Paz

Aun en plena pandemia, el cine boliviano viene atrave-sando una buena racha. Y no precisamente por las películas que llegan a salas locales, sino por los éxitos que cosechan cineastas nacionales fuera del país. A la euforia por los premios (Goya, Gaudí, Biznaga de Plata) que ha recibido la directora de fotografía Daniela Cajías por su trabajo en la cinta española “Las niñas” (Pilar Palomero, 2020), se suma el entusiasmo que ha despertado “El gran movimiento”, segundo largo de Kiro Russo (La Paz, 1984), tras su multipremiada ópera prima, “Viejo Cala-vera” (2016). 

Ganador del Premio Especial del Jurado de la sección Horizontes, el filme ha marcado un hito en la carrera de Russo al llevar a la Mostra de Venecia una producción boliviana después de casi tres décadas. Pero, además, la  cinta le ha valido el reconocimiento    internacional en diferentes partes del mundo, acumulando más de una decena de premios, entre ellos: Mejor Película Competencia Internacional en el Festival Internacional de Documentales de Santiago (Fidocs); dos estatuillas en el Festival de Cine de Autor de Belgrado (FAF), en Serbia; premio Alexandar Petković a Mejor Dirección de Fotografía, para Pablo Paniagua, y Mejor Dirección, para Ruso, otorgado por el jurado de la Asociación Serbia de Artistas Cinematográficos; el Fondazione Fai Persona Lavoro Ambiente a la Mejor Película con Temática de Trabajo y Medio Ambiente; Premio Especial del Jurado en el Festival Villa Medicise la Academia de Francia, en Roma (Italia); Mejor Película en la 11ava edición de Márgenes en el Festival de Cine Independiente de Madrid y otros dos obtenidos en Entreveus de Belfort, Francia.

Russo logró este cúmulo de reconocimientos con nada menos que una sinfonía urbana —un género casi tan antiguo como el propio arte cinematográfico—, en la que ofrece una versión de La Paz que bucea en el imaginario literario legado por Saenz y Borda, busca sus formas en el cine de Ruttman y Vértov y dialoga con la crisis política posterior a las elecciones de 2019, durante la que se filmó. De esa experiencia extrema de rodaje, de las implicaciones de haber filmado con celuloide, de sus expectativas y del inminente estreno en Bolivia habla en esta entrevista el cineasta que labró parte de su filmografía inicial como parte del grupo Socavón Cine.

¿Qué significó estrenar tu segundo largo en el Festival de Venecia, uno de los certámenes más prestigiosos del mundo, donde el cine boliviano ha tenido esporádica presencia?

Estrenar en Venecia “El gran movimiento” es una alegría muy grande para mí y para todo el equipo, porque ha sido muy difícil hacer esta película, ha sido muchísimo más complejo que hacer “Viejo Calavera”. Nunca había pensado que hubiera algo más difícil que filmar adentro de una mina, que eso iba a ser lo más difícil de mi vida, pero no. Filmar “El gran movimiento” fue sumamente complicado por una suma de factores que se fueron dando. Primero, hacer una película en film (celuloide) es completamente diferente; después, la película requería muchísimas más locaciones y desplazamiento y, coincidentemente, pasaron los conflictos (posteriores a las elecciones presidenciales de 2019). Ha sido bastante duro, la verdad. A eso se suma que yo he decidido tomar más riesgos que en “Viejo Calavera”, estética y formalmente. He apostado por muchas cosas de una tradición más antigua del cine, del cine  mudo, específicamente. 

¿“El gran movimiento” es la misma película que, como proyecto en desarrollo, llevaba el nombre de “Loba”? De ser así, ¿qué ha cambiado de ese proyecto original al resultado final que tiene un nuevo título?

Sí. Pero la película ha tenido que dar grandes giros. Para mí es importante que el cine sea un documento de una época, que tenga una relevancia histórica y social, y por esa razón he debido tener muchos giros. Por otro lado, han surgido cosas muy inespe-radas con relación a algunos personajes, que también me han           obligado a llevar la película hacia otro lugar. Mi manera de hacer cine es empezar por las escenas: gene-ralmente, se me vienen a la mente escenas, visualmente hablando, escenas que no tienen un sentido  narrativo directo. Trabajo con esas escenas, con cuestiones formales muy precisas que tengo decididas desde hace tiempo para utilizar sí o sí y, por último, con los personajes, con los que yo tengo relaciones de amistad muy grandes que devienen o no en películas. En realidad, me  gusta mucho conocer gente muy diversa, poder relacionarme bastante tiempo. Eso es para mí fundamental para hacer cine, porque me da ideas, tengo charlas interesantes y alguna que otra vez eso se vuelve en una potencial película. En este caso, todo ha partido por mi amistad con un personaje paceño muy fuerte, que se llama Max Eduardo Bautista Uchasara. A Max lo conozco desde 2004 y no había pensando en hacer una película (sobre él), pero poco a poco se fue dando la posibilidad y, de alguna manera, él detonó la película “Loba”, que ahora se llama “El gran movimiento”, lo que me     inspiró a hacerla y lo que me fue llevando por muchísimos caminos hasta entender realmente cuál era la película que teníamos que hacer.

Dice la nota de prensa que “El gran movimiento” es una película sobre La Paz. ¿Crees que sea una obra más cercana a las versiones cinematográficas bolivianas más canónicas de esa ciudad, las de Sanjinés (Yawar Mallku) y Eguino (Chuquiago), o a algunas más contemporáneas, como las de Valdivia (Zona Sur) o Loayza (Averno)?

Esta es una película sobre La Paz que no está pensando en la ciudad ni como “Yawar Mallku” (1969) ni como “Chuquiago” (1977) mucho menos como Valdivia en “Zona Sur” (2009). Más bien es una película que intenta dialogar mucho más con Jaime Saenz y con Arturo Borda, pero desde un lugar poético acerca de la representación de la ciudad. Y a la vez, es un diálogo con el cine clásico, más específicamente con las sinfonías de las ciudades. En esta película se puede citar mucho a Walter Ruttman (“Berlín, sinfonía de una ciudad”, 1927), Joris Ivens (“De Brug”, 1928), Dziga Vértov (“El hombre de la cámara”, 1929). Siempre me ha llamado la atención la topografía de la ciudad de La Paz y por eso he empezado a investigar en sus huellas. También me ha parecido muy importante la ciudad como el espacio que genera las historias de la vida de cada uno de sus habitantes. La ciudad cobra una presencia mucho más protagónica que en cualquiera de las películas que se mencionan en la pregunta.

Este nuevo trabajo se filmó entre abril y noviembre de 2019, un periodo políticamente muy convulso en la historia boliviana. ¿Cómo alteró la coyuntura política de esos meses el proceso de realización de “El gran movimiento”?

Por la naturaleza de los personajes y por la presencia tan avasalladora de la cámara de Super 16mm, ha sido uno de los retos más grandes poder conformar un equipo de rodaje y una cámara para hacer una película que tiene, además, unos tintes muy documentales. He podido profundizar mucho más en la dirección de actores, que me interesa: capturar huellas de momentos que, a la vez, han sido generados por mí. Esa ha sido una técnica muy recurrente en esta película. Y obviamente, los   conflictos han hecho tambalear todo de manera muy agresiva. Hay que recordar que hubo un momento en que había gente renegando por unos argentinos que supuestamente habían llegado a filmar, que estaban inventando noticias, que el MAS estaba inventando noticias, que la derecha estaba inventando noticias. Todo el tiempo creían que nosotros éramos esos y la verdad es que nunca había sentido tanta violencia hacia nosotros, con insultos. Nos filmaban con el celular violentamente e insultaban a muchos de los personajes principales de la película. La gente realmente estaba muy alterada, estábamos en un momento muy delicado y hacer una película de ficción de las características que tiene esta era algo provocador.  

A diferencia de “Viejo Calavera”, “El gran movimiento” fue filmada en Super 16 mm, un formato que muchos ven extinto. ¿A qué obedeció la necesidad de realizar este trabajo en celuloide, un soporte en el que ya habías hecho algunos de tus cortos? 

Había decidido filmar “El gran movimiento” desde un principio en celuloide, porque me parecía muy coherente con el tipo de película que es, una sinfonía de la ciudad. Además, me parecía el formato preciso para registrar a la ciudad de La Paz en esta época, en el siglo XXI, dentro de los tiempos que vive nuestro país. Eso por un lado bastante conceptual. Luego, hay todo un lado más poético para mí en el celuloide, porque la imagen tiene otro tipo de aura. Eso es algo que siempre me ha llamado la atención, desde niño, cuando veía la televisión y veía los formatos de las producciones grandes, como las de Scorsese, Hitchcock, las de Technicolor y me transmitían otro tipo de sentimiento. Una tercera razón, y quizá la principal como cineasta, es la experiencia de dirigir una película en celuloide, que definitivamente me ha llevado a profundizar muchísimo más los conocimientos que tenía de cine. Fue un reto grande. Una rigurosidad gigante debía tener a la hora de dirigir. Todos los planos estaban dibujados, recontra planeados, recontra hablados con Pablo Paniagua (director de fotografía), que igual ha tenido un reto muy grande para hacer la fotometría (medición de luz) y la manipulación del foco, que es todo mucho más difícil y más grande. Pero ha salido realmente muy bien. Estoy muy contento. La experiencia valió la pena y ver la película así es maravilloso.