Hombres en la cocina: los sabores de la revolución gastronómica masculina

Roberto Maita, Claudio Pérez y Pablo Muñoz eligieron carreras profesionales aceptadas socialmente para varones, como Derecho y Diseño Gráfico. Se desempeñaron en ellas durante años y con éxito. Sin embargo, los tres recuerdan que la cocina siempre estuvo presente en sus vidas, ya sea como herencia de la familia, como una manera de demostrar afecto o para generar recursos económicos. Con el tiempo, y motivados por situaciones adversas, se animaron a retomar su gusto y convertir la gastronomía en su nueva pasión y forma de vida.
Este 19 de noviembre se conmemora el Día Internacional del Hombre. Es una fecha en la que se reivindica la masculinidad, pero cada vez más alejada de los estereotipos y el machismo. Y una de las maneras en las que celebra el ejercicio de la voluntad personal es la cocina, tradicionalmente pensada como un espacio para mujeres.
Roberto, Claudio y Pablo demuestran en su día a día que no hay profesiones según el género, y que su entrega en la cocina también es una muestra de afecto a sus seres queridos.

SALSA DE TOMATE EN LAS VENAS
A los 17 años y en un país que no era el suyo, Roberto Maita aprendió a hacer pizzas. No fue precisamente una alternativa, sino que emprendió en el oficio para subsistir. Pero eso despertó en él una pasión por la cocina que ahora se traduce en su pizzería llamada D’asporto.
No había tenido experiencias previas en la gastronomía hasta que llegó a Italia. Recuerda que lo pusieron a picar perejil para practicar y así se familiarizó con los cuchillos y las tablas de madera. “Creo que lo mejor fue aprender de cero, porque, a veces, el peor proceso es desaprender”, afirma Maita.
Durante su estadía el enseñaron a preparar comida de mar y pastas, algo que le llamaba la atención desde hace mucho. “No pensaba trabajar nunca en la cocina, pero se dio. Tenía muchos trabajos en el exterior, pero el que más me gustó fue la pizzería”, añade.
Maita es abogado y docente universitario. Se desempeñó en ambas profesiones durante más de una década, hasta que la pandemia lo impulsó a emprender un negocio propio. Así nació D’asporto, una pizzería que comenzó con la idea de ofrecer su producto solo para llevar, pero se fue expandiendo y ganándose el reconocimiento de los clientes.
Roberto cuenta que las redes sociales le sirvieron para impulsar su negocio y hacerlo crecer. Pasó de solo atender mediante delivery a abrir un local propio.
Es un negocio familiar, donde participan la esposa de Roberto y sus hijos. “Creo que es importante dejar un mensaje a los hijos, que es el trabajo duro”, dice Maita.
Tuvo un primer intento de abrir su negocio, en 2009; sin embargo, el contexto era otro y cerró a los meses. Cuando llegó la pandemia, pudo reanudar su objetivo y concretar su sueño.
“Ser emprendedor es de ida y vuelta. A veces te va tan bien y otras, tan mal. Hay que saber sobrellevarlos. Es fácil empezar, lo difícil es mantenerse en el tiempo”, reflexiona.
Por ahora, está abocado a la cocina, aunque no descarta volver a las aulas a dar clases.
“No hay un ingrediente secreto, lo que diferencia es la pasión con la que haces las cosas, a mí me encanta hacer pizzas. Por mis venas corren salsa de tomate y queso”, asegura.

DAR AMOR A TRAVÉS DE LA COMIDA
Claudio Pérez ingresó a la cocina, por primera vez, por amor, para prepararle un plato especial a su mamá, quien sufría de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). La comida criolla era su favorita. Cuando la enfermedad comenzó a afectar sus movimientos, su hijo decidió asumir el rol de cocinero.
El arroz quedaba como masa o a veces se quemaba; las cebollas eran servidas casi enteras. Así eran las primeras experiencias de Claudio. “Me empezó a gustar cuando mi mamá me decía ‘está rico’”, recuerdo.
“A la persona que quiero, le cocino. Es mi manera de demostrar cariño”, añade.
Luego de que su mamá falleciera, en 2010, comenzó a ayudar en la cocina al papá de una pareja de aquel entonces. Eso le permitió ganar más experiencia y aprender.
Recuerda que poco a poco se fue apoderando de la cocina en las ocasiones especiales, como los cumpleaños. Su primera especialidad era la parrilla. Pero luego migró a la carne de cerdo. La iniciativa para iniciar en este tipo de preparados fue su actual esposa y sus ganas de demostrar su afecto a través de la comida. “Nos haremos millonarios”, le dijo ella la primera vez que probó la sazón de su comida.
En medio de eso, Claudio estudió Diseño gráfico y trabajó en una imprenta durante más de 10 años. Pero luego de dejar su labor decidió dedicarse a la cocina, pese a que empezó de manera informal. Así creo Mordiscos, un emprendimiento especializado en el cerdo al horno.
Comenzó en su casa y fue ganando algunos clientes. La lejanía lo motivó a mudarse a otro espacio para abrir su local y llegar a más personas. Además del lechón al horno, ofrece sándwiches de cerdo desmechado y almuerzos.
“Cuando estaba en la imprenta, me sentía frustrado”, cuenta. De hecho, Claudio comenta que ahora trabaja más horas que antes, pero se siente más contento y realizado.
Durante muchos años fue dejando de lado la cocina por temor a los prejuicios respecto a este oficio. Incluso recuerda que, al terminar el colegio, ya tenía ganas de estudiar Gastronomía, pero, por consejos familiares, eligió otra carrera.
Ahora impulsa Mordiscos junto a su esposa y su papá. Aquella actividad que nació como una muestra de amor se convirtió en su sustento de vida y su forma de expresión.

ENTRE EL DISEÑO, LA COCINA Y EL VOLUNTARIADO
Pablo Muñoz creció en la cocina. Su numerosa familia se reunía en torno a la comida de sus abuelas, la materna y paterna. Una estaba más enfocada en los platos tradicionales, y la otra, en la creatividad, todo lo que estaba en la cocina lo transformaba en una preparación deliciosa.
Así que dar el salto a hacerse cargo de las hornillas no tardó mucho. La cena corría por su cuenta, cuando estaba en colegio. “Para muchos había el mito de que la cocina no es para los hombres. Entonces, saliendo del colegio, no pude ingresar a la carrera de Gastronomía”, cuenta.
Pese a que le gustaba la cocina, eligió Diseño Gráfico y se terminó convirtiendo en otra de sus pasiones. Sin embargo, no dejó de lado su gusto culinario. Sus papás abrieron un local de hamburguesas, que Pablo asumió un tiempo.
Ese gusto lo motivó a empezar la carrera de Gastronomía cuando terminó Diseño. De hecho, obtuvo una beca trabajo para costear sus estudios gracias a su primera profesión.
Poco a poco fue creciendo y aprendiendo más. Así formó su empresa de cáterin junto con otros amigos mientras estudiaba.
Paralelamente a ambos oficios, Pablo es bombero voluntario desde 2010. Inició como scout a los nueve años, lo que le sirvió de base sobre temas de rescate. Actualmente es miembro fundador de la Brigada de Emergencia Atención y Rescate (BEAR).
“El voluntariado me ha abierto bastantes puertas. He conocido muchas ciudades, sobre todo por ir a apagar incendios”, comenta Muñoz.
La cocina, el diseño y el voluntariado definen a Pablo, quien destaca que a través de estas tres áreas pudo realizarse como persona.
Tanto él como Roberto y Claudio comparten que el trabajo en la gastronomía es complicado y requiere mucho esfuerzo. La búsqueda de crear nuevos sabores y ofrecer lo mejor a sus clientes les ha permitido revolucionar sus propios estilos y crecer. Los tres demuestran que la cocina es un gran lugar para los hombres. l