Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Esculturas de cerámica y fibra de vidrio, un legado de la familia Bonilla

La labor de esta familia inicio hace casi medio siglo. Su especialidad son los dragones y los dinosaurios, y muchas de sus piezas están distribuidas en varias partes del país. Actualmente, tienen el proyecto de construir un Cristo de 15 metros en el Valle Alto. 

Germán Bonilla junto a su hijo, David, en su taller. DICO SOLÍS-ALEJANDRO ORELLANA
Germán Bonilla junto a su hijo, David, en su taller. DICO SOLÍS-ALEJANDRO ORELLANA
Esculturas de cerámica y fibra de vidrio, un legado de la familia Bonilla

Al ingresar a Punata, una de las obras que recibe a los visitantes es una escultura de un toro y una pareja de agricultores. En el frontis del templo de Santa Vera Cruz hay una serie de cuadros religiosos grabados sobre cerámica, al igual que la imagen de una mujer de pollera ubicada en el arco de la entrada a Cliza. Todos estos trabajos tienen una cosa es común, además de mostrar la cultura de cada región: fueron elaborados por las manos de David Bonilla, un escultor que, junto con su familia, da rienda suelta a su imaginación y crea verdaderas obras de arte que están expuestas en casi todos los departamentos de Bolivia y otros países del mundo. 

Su casa, ubicada en Carcaje, en el municipio de Tolata, es un pequeño museo de artesanías. Desde bustos de Jesús y el dibujo de Groot hasta sirenas de tamaño real y dragones adornan su patio que, al mismo tiempo, sirve de taller para construir los pedidos que recibe.

La vocación de escultor de David nació gracias a su padre, Germán Bonilla, quien se desempeñó como artesano y maestro de escuela toda su vida. “Mi papá empezó con la escultura hace 45 años, yo tengo 42, entonces, desde que tengo uso de razón iba jugando con la arcilla junto con mi hermana”, relata David. 

Germán, de 66 años, tiene ascendencia vallegrandina. En su etapa como colegial, y de la mano de una de sus profesoras, se interesó en la escultura. Luego, en un viaje a La Paz   reafirmó su pasión. “Visité Tiahuanaco y vi cómo hacían las vasijas, me impresionó mucho, entonces decidí hacer esto", cuenta. 

Su formación fue empírica, aprendió y mejoró su trabajo haciendo esculturas y "yendo a Huayculi, viajando a La Paz, visitando siempre se aprende". Actualmente, conserva su taller como su santuario. Ya bajó el ritmo de trabajo y realiza obras solo a pedido. 

Por su parte, David, muy joven, a los 16 años, asumió el reto de continuar el legado familiar. Recuerda su niñez en medio de las esculturas, creando mezclas y formando nuevas obras cada día. Ahí despertó su sensibilidad por el arte.

“Yo siempre andaba detrás de él (papá), a veces creo que ya se cansaba y me daba un cocacho (ríe), pero igual, seguía detrás tratando de aprender, no se me escapaba ningún detalle de lo que hacía”, asegura. 

Para mejorar su técnica y profesionalizar sus conocimientos, David estudió Escultura en el Instituto de Bellas Artes, pero nunca deja de reconocer que “mi papá fue mi primer maestro”. 

La obra con la que se inició fue la fachada del templo de Santa Vera Cruz, una experiencia que recuerda como un reto y ahora le da orgullo, pese a las imperfecciones. 

A lo largo de los años su visión como artesano fue cambiando. “Me gustaba demostrar el dolor del campesino, pero luego me dijeron que lo muestre vigoroso, dando”. Ahora, asegura que le gusta mostrar a las personas del lugar con mucho orgullo, de hecho, afirma que su “especialidad son las cholitas”. 

Este emprendimiento es netamente familiar, todos apoyan de una u otra manera. Pero, además, en ocasiones en las que tienen bastante trabajo generan empleos a otras       personas. 

PROCESO DETALLADO

Uno de los principales apoyos de David, y pilar de este negocio, es Marisol Zurita, su esposa, quien también aprendió el oficio de la escultura poco a poco hasta convertirse en la encargada de los pedidos de arcilla. “Él (David) me enseña. Somos un equipo, así hemos empezado y seguimos adelante”, dice Zurita.

Explica que el trabajo en cerámica es moroso y que requiere mucho detalle. Está enfocada en elaborar macetas y otros adornos más pequeños que tienen diferentes destinos, tanto en Cochabamba como en otros departamentos del país.

El proceso para hacer los trabajos pequeños y medianos puede demorar de cuatro a siete días, según el tamaño y la dificultad, desde moler la arcilla hasta el pintado final. Empieza con la fabricación del molde en yeso, donde se echa el material y se deja secar —el tiempo depende de la dimensión de la obra— luego se agrega la barbotina, se retoca a mano los detalles, pasa al horno a 1.000 °C y se deja cocer alrededor de seis horas. 

En el caso de las esculturas grandes —entre las que destacan dragones y dinosaurios— primero se hace la estructura en fierro, luego el enmallado, después se procede a rellenar con arcilla y se moldea a mano en fibra de vidrio; el armado final muchas veces se hace en el mismo lugar por el gran tamaño de la obra.

Actualmente, están realizando varios dragones para una casa que tendrá una temática de la serie “Juego de Tronos” y, como dato curioso, también elaboran la escultura de una persona de Santa Cruz que quiere materializar su imagen. 

TRABAJOS DE EXPORTACIÓN 

Las obras que realiza la familia Bonilla son bastante cotizadas en otros departamentos. Santa Cruz, La Paz y Chuquisaca son algunos de los destinos más requeridos; envían macetas, adornos y otras esculturas. 

Asimismo, llegaron a exportar su obras a Estados Unidos, Francia y Chile, entre otros; sin embargo, luego de algunas medidas restrictivas gubernamentales no pudieron llevar más trabajos a otros países, aunque es una tarea pendiente. 

El precio de las esculturas oscila entre los 3.000 y 50.000 bolivianos, desde la más sencilla hasta la más compleja. Marisol relata que las piezas que están en el parque temático de dinosaurios en Cercado, en la OTB Villa Rosario, fueron las que más tiempo les demoró, entre cuatro a cinco meses; la obra más grande del lugar es una tortuga gigante de cemento y fibra de vidrio, que mide siete metros y tiene un espacio en su interior para jugar. 

Pero, además de los departamentos más grandes de Bolivia y de otros países, las esculturas de David están repartidas por muchos municipios del Valle Alto, como Toco, Cliza, Punata, Tiraque y Tolata. “Me encanta mostrar mi cultura en todos lados. Lo que más me caracteriza son las cholitas, los toros, todo lo que tiene que ver con mi identidad”, describe. 

PANDEMIA Y COMPETENCIA

Desde que llegó la pandemia del coronavirus COVID-19 a Bolivia, la situación de los artistas se dificultó. Y, como no podía ser de otra manera, el negocio de David, Bonilla Arte y Construcciones, también. De hecho, el propietario asegura que, incluso, antes de la crisis sanitaria, la labor del artesano es muy compleja y poco valorada.

Fruto de la cuarentena y la poca demanda de trabajo, los pedidos se redujeron de forma significativa. De las 20 personas con las que solían trabajar para los proyectos grandes  pasaron solo a 5, aunque intentan buscar nuevas ofertas para generar empleos a sus compañeros.

Además, otro de los problemas con los que combaten el último tiempo es la gran llegada de productos provenientes de China, que tienen precios inferiores a los suyos con los que no pueden competir y eso les quita algunos clientes. “Es un competencia desleal”, dice Bonilla. 

Como una forma de generar recursos y transmitir sus conocimientos, dan clases de escultura en cerámica. Durante el taller, los participantes aprenden a preparar el material, elaboran alguna maceta u adorno y concluyen la formación con su escultura final.    

Además de la belleza de cada pieza, Marisol resalta que es una actividad que sirve para  desestresarse. “Ayuda mucho, todos los problemas que uno tiene en el día los descarga aquí”, afirma. 

Entre sus proyectos a futuro, el matrimonio busca volver a exportar a otros países. Ya cuentan con un equipo para llegar a Argentina y Chile para hacer esculturas grandes. Asimismo, harán un Cristo de 15 metros en el Valle Alto y un parque de dinosaurios en el Valle Bajo. 

David afirma que la sensación de ser parte de los espacios característicos de una región es una de las mayores recompensas. “Cuando entregué una obra en San Benito, las señoras se pusieron a llorar porque decían que nunca habían sido representadas, ellas se identificaron con las imágenes”, recuerda.

Y si se trata de trasmitir alguna emoción, el artista se toma en serio su labor. “Siento mucha satisfacción porque haciendo lo que yo siento llego al corazón de las personas. Mi meta es dejar huella para siempre”, finaliza. 

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