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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Ana Bolena y Catalina de Aragón, dos reinas antitéticas; en el medio, Enrique VIII, un rey débil

Ivy Paz Kirchheimer  Lic. en Psicología.
Ivy Paz Kirchheimer Lic. en Psicología.
Ana Bolena y Catalina de Aragón, dos reinas antitéticas; en el medio, Enrique VIII, un rey débil

Enrique VIII, rey de Inglaterra, el segundo monarca de la casa Tudor, contrajo matrimonio con Catalina de Aragón, la última hija de los reyes católicos Fernando e Isabel, quien en principio se había casado con el hermano de Enrique. Al fallecer Arturo, para consolidar la unión de Inglaterra con España, se realiza el matrimonio de Enrique con su cuñada, a quien despreciaba, dado que ella era mucho mayor que él. Esto se incrementa cuando el rey conoce a Ana Bolena, una muchacha que acababa de llegar de Francia y se convierte en su desvelo. Él, con tal de lograr su cometido de estar con Ana, despoja a Catalina del reino. Da ruptura a su matrimonio, y para ello rompe lazos con la Iglesia Católica. 

Pero esta pasión por Ana Bolena no duró demasiado. Tras ver que ella no le daría el hijo varón que tanto deseaba, se fue agotando, y para poder diluir su unión, y porque el rey ya había puesto los ojos en otra mujer, Juana Seymour, es que Bolena fue condenada a la horca por adulterio. A pesar de haber sido ninguneada por el pueblo por ser la “prostituta” que se metió con el rey e hizo que reclutaran a Catalina (la reina respetada por su gente), esta tragedia logró que se convirtiera en la mártir y al fin en una reina venerada por los ingleses. 

Se puede decir que la historia nos muestra dos personajes universales y antitéticos. Por un lado, la esposa rechazada que acaba purgando sus penas en soledad. Por otro, la amante encumbrada que acaba también pagando por sus “pecados”. Catalina se ganó el desdén de Enrique VIII y el respeto del pueblo. Ana llegó al trono como la “puta” del rey y alcanzó la categoría de mito tras su ejecución. Pero, a pesar del contraste, las dos reinas “sacrificadas” hacen que el rey parezca débil. 

Como dice Jacques Lacan en el seminario 23: “Y uno se cree macho porque tiene un pitito. Naturalmente, discúlpenme la expresión, hace falta más”. 

Y, además, el psicoanalista Marcelo Barros en su libro “La condición perversa. Tres ensayos sobre la sexualidad masculina”, va a plantear algo sobre este tema diciendo: "En el naufragio se salva a los poderosos y adinerados primero. Después, si tienen suerte, siguen los niños y las mujeres. Un hombre cualquiera, que no esté engalanado con nada, no es ninguna de esas cosas, y esto atañe al punto crucial de todos los malentendidos, al postulado más erróneo de la inteligentica. Es el que vincula la posición masculina con la del poderoso, identificando al hombre viril con el amo".

El psicoanálisis nos enseñó que la posición viril no es la del poderoso. Además, Barros agrega: “Confundir al hombre con el amo es la zoncera madre que parió a todas las demás”, parafraseando a Jauretche.

NOTA: Para cualquier consulta o comentario, contactarse con Claudia Méndez del Carpio  (psicóloga), responsable de la columna, al correo [email protected] o al teléfono/Whats-App 62620609. 

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