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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Operación encubierta: el rescate de los 12 niños en Tailandia

El libro “La Cueva”, del británico Liam Cochrane, relata cómo fue la operación que permitió sacar con vida a los 12 Jabalíes Salvajes y a su entrenador.
Operación encubierta: el rescate de los 12 niños en Tailandia


En junio del 2018, 12 chicos que conformaban el equipo de fútbol Jabalíes Salvajes quedaron atrapados en una cueva de Tailandia. Su historia acaparó la atención del mundo.

Las autoridades informaron que, para sacarlos, debían enseñarles a bucear. Sin embargo, hace poco tiempo, salió a la luz un libro que revela la verdadera historia de ese rescate.

El pasado 23 de junio, los menores, cuyas edades oscilaban entre 11 y 16 años, junto a su entrenador de 25, quedaron atrapados en una cueva, cuando ingresaron a explorar unas cavernas cerca de la frontera de Myanmar en Tailandia. Ellos solo querían celebrar el cumpleaños de uno de los niños.

Los encontraron días después, entre el 8 y el 10 de julio, y los sacaron por grupos.

“Los primeros niños rescatados de la cueva de Tailandia tuvieron que bucear durante un kilómetro y los buzos realizaron un par de paradas hasta la entrada de la cueva para comprobar que los menores estaban bien”, describía en ese momento el periódico La Vanguardia sobre el rescate. Pero esa no era la realidad y la verdadera historia era otra.



REALIDAD FUERA DE SERIE

“The Cave” (“La Cueva”), escrito por el británico Liam Cochrane, reveló por primera vez cómo se realizó la verdadera operación de ese rescate sin precedentes, que permitió sacar de la cueva a los 12 adolescentes y un adulto.

El rescate no fue fácil, los socorristas debían apurarse porque los niveles de oxígeno disminuían rápidamente y se pronosticaban intensas lluvias para los siguientes días, que podían inundar la cueva por completo.

“Si buceamos ahora, algunos podrían morir; pero si no ingresábamos, todos morirán y solo vamos a recoger 13 cuerpos”, les dijo un experto a quienes dirigían el operativo de salvación.

Los rescatistas tenían que encontrar una estrategia viable. Los niños no podían salir buceando porque algunos ni siquiera sabían nadar. La única esperanza que tenían era sedarlos: ponerles máscaras de oxígeno en sus caras, sellarlas con silicona para que no se desprendieran y dejar que los buzos los cargaran hasta la salida.

Para ello se necesitaban especialistas, y convocaron a dos buceadores australianos de gran experiencia, el doctor Richard Harris, anestesiólogo, y su amigo y compañero de buceo Craig Challen, un veterano retirado.

Los expertos sabían que el operativo sería de alto riesgo, por eso Harris y su compañero pidieron al Gobierno tailandés inmunidad diplomática por si algo salía mal. No confiaban en que las drogas funcionaran. “Pensé que había cero posibilidades de éxito”, admitió más tarde el doctor.

Otros socorristas consideraban que en la operación podían morir hasta cinco niños. Esos temores aumentaron cuando Saman Gunan, un exSEAL (Equipos Mar, Aire y Tierra de la Armada de los Estados Unidos) tailandés de 37 años que se había ofrecido voluntariamente para ayudar, murió durante las operaciones de preparación para el rescate. Si falleció un buzo tan experimentado, ¿qué posibilidades tenían estos niños?, era la pregunta que todos se hacían.



PLAN SECRETO EN MARCHA

El mundo sabía que los niños aprenderían a bucear. Además, los medios informaron que cada uno de ellos estaría atado a una manguera de aire y nadaría acompañado con un buzo de rescate adelante y otro detrás. Todo era mentira, pero tenía un fin: tranquilizar a los padres.

Así, se comenzó la parte final del operativo. Primero, los socorristas ensayaron el inédito rescate en una piscina cubierta, con tres jóvenes cuya complexión física era similar a la de los niños. La simulación fue un éxito y dio luz verde al inicio de la hazaña.

Harris decidió sedar a los menores con una combinación de tres drogas: Xanax, para aliviar el miedo; ketamina, para dormirlos, y atropina, para reducir la saliva en su boca, con la cual podrían ahogarse.

Una segunda inyección de ketamina la recibirían después de una hora, con una jeringa precargada, para que la sedación durara las tres horas que necesitaban para hacer el recorrido hasta la salida.

Fue así que el domingo 8 de julio se puso en marcha la operación.

Antes, los niños escribieron un mensaje a los padres de parte de todos: “No se preocupen por nosotros. Cuando salgamos queremos llegar a casa de inmediato. No nos den demasiada tarea”, decía el texto.

Después, cada uno escribió otro mensaje, esta vez estaba redactado con sus propias palabras. Little Titan, el más joven, escribió: “Prepárese para llevarme a comer pollo frito”.



COMIENZA EL RESCATE

Ek, el entrenador, decidió quiénes serían los primeros cuatro en salir. Eligió a Note, Tern, Nick y Night, porque sus casas eran las más alejadas de la cueva.

“Planificamos que, una vez afuera, se fueran en bici a sus casas y durante el camino les avisaran a las otras familias”, explicó con ingenuidad.

No podían imaginar lo que estaba pasando afuera de la cueva.

Note, de 14 años, fue el primero en salir. Se puso un traje de baño y tragó la pastilla sedante que le dio el doctor para relajarlo.

Bajó la pendiente hacia el Dr. Harris y se sentó en su regazo. El anestesista le inyectó el resto de las drogas y el niño quedó inconsciente. Luego le pusieron el equipo de buceo y un tanque de aire atado a su frente. Encendieron el aire y colocaron la máscara, que cubría todo el rostro. Después de 30 segundos, Note comenzó a respirar normalmente.

Luego, los buzos lo esposaron para asegurarse de que si se despertaba no intentara arrancarse la mascarilla, poniendo en peligro su vida y la de su socorrista.

El buzo británico Jason Mallinson se sumergió junto con Note, en la misma posición de un paracaidista con su instructor. Comenzó a nadar hasta la siguiente cámara, donde Craig Challen estaba esperando para hacerle un control médico en tierra firme. Luego volvieron a sumergirse, abriéndose camino con cuidado: era fundamental no golpear al niño con estalactitas y rocas para que no se despertara o se le desprendiera la máscara.

Luego superó la brecha más estrecha y llegó a una parte del túnel que estaba en posición vertical. “Fue muy desalentador y muy lento”, recordó. Estaba avanzando hacia la cámara 6, la mitad del recorrido.

Allí, otros dos buceadores lo esperaban. Mallinson emergió y el niño estaba respirando y vivo. El plan estaba funcionando. Una vez más, Note fue arrastrado a una zona de tierra firme sin agua para un control médico. Todo se veía bien. El niño dormía. Volvieron a sumergirse y llevó a Note por el resto de la cueva inundada hasta la cámara 3, el centro de comando.

Lo cargaron en una camilla de rescate especial para que pudiera deslizarse fácilmente sobre la roca hasta llegar a la salida. Estaba a salvo.

Los siguientes fueron Tern, de 14 años y Nick, de 15 años (que no era miembro de los Jabalíes Salvajes, él se había unido al grupo para pasar tiempo con su mejor amigo, Biw).

El rescate estaba marchando como lo esperaban, pero siempre había un momento de inquietud al principio: cada vez que un niño anestesiado entraba en el agua, dejaba de respirar durante unos 30 segundos.

“Básicamente era como arrastrar paquetes con un asa, como una bolsa de compras”, recordó el buzo británico Rick Stanton.

Todo iba bien hasta que Night reaccionó mal a las drogas y tuvo que pasar una media hora antes de que se recuperara. Pero también logró salir. A las 9 de la noche, la operación del primer día había terminado, los primeros cuatro niños estaban a salvo.



LA TRAVESÍA CONTINÚA

Al día siguiente, otros cuatro niños fueron llevados a la superficie con éxito, aunque uno comenzó a despertarse cuando Jason Mallinson lo estaba llevando a través de un pasaje parcialmente inundado, y el buzo tuvo que inyectarle otra dosis de sedante mientras controlaba al niño en el agua.

Faltaban cinco, cuando la lluvia comenzó a generar preocupación en los buzos.

El entrenador Ek fue el primero en salir del último grupo. El siguiente fue Tee, que quedó enganchado con un cable en el túnel. John Volanthen recordó haber tenido que “estacionar” al niño en el fondo de la cueva inundada mientras cortaba el cable y liberaba sus piernas. Probablemente estar sedado fue decisivo para que se salvara. Titán, el niño más joven y el segundo más pequeño, fue el siguiente, seguido de Pong.

Finalmente fue el turno de Mark, el más pequeño y el último. Con Mark el problema era que no había máscaras lo suficientemente pequeñas para ajustarlas a su rostro. Una que podría funcionar había sido encontrada a último momento durante la noche y llevada a la cueva.

Finalmente, los 12 niños y el entrenador pudieron ver nuevamente el sol, y los expertos volvieron a respirar.

“No olvidaremos los 17 días en los que el mundo entero se unió en la cueva. Llevar a los 12 futbolistas y el entrenador de los Jabalíes a casa. Y recordaremos el sacrificio, el valor y el hermoso espíritu del equipo para siempre”, expresa el texto de la publicación subida en la cuenta oficial de Thai Navy Seals, cuyo título es “Una operación que el mundo no olvidará”.



LA VIDA DESPUÉS DE LA TRAGEDIA

En el hospital, los rescatados se enteraron de la única noticia triste: la muerte de Saman Gunan, el valiente socorrista de 38 años que falleció en la misión. Conmovidos hasta las lágrimas, todos le dedicaron su homenaje. Además, hicieron un video para agradecer por toda la ayuda recibida.

“Recuerdo a quien murió en nuestro rescate. Pienso mucho en él, eso quedó en mi memoria”, recordó uno de los chicos durante la entrevista, mientras otro aseguró: “Lo que más me alegró fue ver a mi familia al salir de la cueva”.

En octubre, los Jabalíes Salvajes llegaron a la Argentina para los Juegos Olímpicos de la Juventud y fueron ovacionados durante la ceremonia inaugural.

Hoy, los chicos afirman que siempre tuvieron la esperanza de que los iban a rescatar. “Cuando vi aparecer al buzo, sentí que era un milagro y que el rescate podía funcionar”, contó Ake, y agregó: “Siempre fuimos muy positivos, por eso queremos agradecer a todo el mundo”, finalizó. l