Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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'El Visitante': el hombre gris en la nostalgia hecha ciudad

Una crítica del cuarto largometraje de Martín Boulocq que recientemente se llevó el premio a mejor guion en el 26avo Festival de Cine de Lima y forma parte de la competencia oficial del Festival de Moscú.
Una crítica del cuarto largometraje de Martín Boulocq.
Una crítica del cuarto largometraje de Martín Boulocq.
'El Visitante': el hombre gris en la nostalgia hecha ciudad

El Visitante, cuarto largometraje de Martín Boulocq que tuvo su presentación mundial en el Festival de Cine de Tribeca, empieza con una Cochabamba en forma de colinas, con calles hostiles ornamentadas de casas rústicas y un calor agresivo. Detrás de ese conglomerado se erige una ciudad, debajo de la montaña está Humberto, el protagonista, en una toma que sirve de presagio para prevenir la subida que deberá emprender (incluida la de clases sociales) para encontrarse con lo que más desea después de salir de prisión: su hija. 

Es, sin duda, El Visitante una película de personajes. Lo comprueba la cámara que constantemente se posiciona cerca de rostros, semblantes que despliegan una serie de emociones, compensando los silencios en las primeras nuevas conversaciones entre padre e hija —a las que Humberto acude para intentar recuperar la confianza de su hija, Aleida, después de tres año de cárcel y un pasado traumático con el alcohol—; o con las tajantes respuestas e imposiciones de los abuelos maternos de Aleyda, Carlos y Elizabeth, quienes han tomado la batuta para educar a su nieta y se niegan a unas posibles influencias de Humberto. 

Gira entonces la película en torno a Humberto, entrañable personaje, tanto como las ‘Eugenias’ o ‘Víctores’ de su creador. Potente debut cinematográfico de Enrique Aráoz, músico de formación, cuyo hidalgo canto lírico (con el que intenta mantenerse económicamente) contrasta con un perfil psicológico desalineado. Un hombre que puede ser poco decoroso en algunas estrategias, pero su fin sigue siendo noble: el de reestablecer una conexión paterno-filial con su hija. Hombre que debe enfrentar a una condición social en la que se ha visto puesto, en contra de una situación que le asignará un estigma de por vida y con una sociedad que parece conspirar en su contra. Son disposiciones similares a las que pueden haber vivido el exconvicto Nick Bianco, de Kiss of Death (1947) o el abogado con pocos escrúpulos, Joe Morse, en Force of Evil (1948). Un perfil de personaje aparecido en una serie de películas de un tiempo determinado que el crítico e historiador Jean-Pierre Ezquenazi categorizaría como “hombre gris”. 

La figura del hombre gris, destinado a la soledad y el fracaso, colinda con la literatura ensimismada y existencial del escritor Rodrigo Hasbún o, más bien, es una representación modernizada en cuanto a la melancolía de tener que enfrentarse a situaciones que escapan de sus manos. Los personajes de Hasbún —de quien su cuento “Carretera” ya fue adaptado por el cochabambino al cine con Los Viejos (2011)— viven en la cinematografía de Boulocq, y los personajes de Boulocq cohabitan la literatura de Hasbún. 

Humberto se mueve en el ambiente social, geográfico y visual de Cochabamba. La ciudad se presenta en el fondo de los planos a través de montañas ocupadas por el urbanismo, casi siempre difuminada, fuera de foco, pero también siempre presente, influenciando a quienes la habitan. Se trata del reencuentro entre Boulocq y una urbe a la que le fascina retratar en cámara, regalándole amplias panorámicas con vistas desde la terraza de Aleida o el techo de Humberto, encanto al que ya sucumbía desde su primer largometraje. Acaso una versión en filme de los paisajes urbanos de Raúl G. Prada, quien se asombraba de la profundidad y perspectiva que ofrecía el valle de su alrededor. 

Boulocq aprovecha la geografía accidentada de la ciudad, de montañas que se establecen a costa de las bases (desde la lujosa terraza de Carlos y Elizabeth se ve aquella masa luminosa que duerme a sus pies) para presentar un simbolismo con las escalas sociales. Claro gesto es el puente de la avenida Beijing, aquel que conecta el sur con el norte de la ciudad, en las que deambula con su moto Humberto, en busca de la conexión que le falta para llegar finalmente a su hija. 

“Para mí, es importante retratar y explorar el lugar de donde vengo. La cuestión urbana me interesa mucho, pero también la tensión que existe en una ciudad como Cochabamba, una ciudad en crecimiento, pero con una tensión entre lo urbano y lo agrícola, la modernidad y las épocas pasadas, y eso está todavía. Es una ciudad que se conserva por el clima, de cierta forma, y tú puedes leer el pasado en las calles, en la arquitectura y eso es para mí muy estimulante”, relató Boulocq en la sesión de preguntas y respuestas en el 26avo Festival de Cine de Lima, que finalizó la semana pasada, otorgándole el premio de mejor guion, apartado en el que también fue coronado en Tribeca y del que es candidato en la competencia oficial del 44 Festival Internacional de Cine de Moscú. 

Pasado y, por lo tanto, nostalgia, hecha ciudad. Otra conexión con Hasbún.

Mucho ya ha hablado la crítica internacional del abordaje de la película sobre las iglesias cristianas y sus moralmente cuestionables métodos de enriquecimiento. Son escenas de gran ritmo, que sirven para contrarrestar el tono dramático del filme, representaciones de ceremonias que pueden rayar en lo paródico, pero que representan la teatralidad de un ritual que ha constituido un curioso sincretismo, con cánticos cristianos recitados en quechua. “Dos caminos en uno, estamos haciendo misión y generando riquezas”, convence Humberto a sus nuevos emprendedores, demostrando parte de lo que ha aprendido en la iglesia de Carlos y a la que se ve forzado de ir para llegar a su hija. 

El alegato social y comentario político asoman durante todo el metraje de El Visitante, anidan en los diálogos, pero nunca dirigen el rumbo de la narración de una película que fue filmada, en parte, en plenos conflictos postelectorales de 2019. “La Biblia y la corbata han entrado al palacio”, dice con vaso en mano uno de los compañeros de Humberto. Un elemento más que se añade a estas instantáneas que produce Boulocq de su ciudad, no necesariamente como testimonio, menos de forma histórica, sino como un regreso a sus sensaciones, a sus vistas, a la nostalgia.