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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Vidas y muertes que importan

¿Qué repercusiones generan en la colectividad los cuerpos no públicos, no reconocidos, no valorados que fallecen por cáncer u otro tipo de enfermedades?, se pregunta el autor de este artículo a partir de la muerte de Pelé
Vidas y muertes que importan

Según el sitio web cancer.net, en el año 2020, 1.880.725 personas a nivel mundial fueron diagnosticadas con cáncer colorrectal, el tercer tipo más frecuente. En cuanto decesos por esta enfermedad, cada año, EEUU registra alrededor de 50.000 muertes, le siguen Alemania y Japón con números similares. En Latinoamérica, el panorama no es diferente, la OMS señala que este tipo de cáncer es el cuarto más común de la región, y se prevé que, de no tomar acciones de prevención, la incidencia de esta enfermedad se multiplicará en las siguientes décadas. 

Hace unas semanas, se difundió la noticia del fallecimiento de Edson Arantes do Nascimento, Pelé, producto de cáncer de colon. Diversos medios de comunicación, sobre todo deportivos, y un montón de personajes a nivel global y local, lamentaron la pérdida incalculable del cuerpo de Pelé, un cuerpo público, un cuerpo visible, un cuerpo reconocido, un cuerpo valorado socialmente. Incluso, organizaciones como la Confederação Brasileira de Futebol (CBF) emplearon en redes sociales el símbolo infinito en lugar del año del fallecimiento, marcando la infinitud de su cuerpo.  

En abril del 2022, mi abuela falleció a causa de la misma enfermedad. Obligada a casarse a sus 17 años con un hombre 30 años mayor, prohibida de estudiar, con una vida atravesada por golpes, engaños y demás reveses del patriarcado, murió en Sucre a sus 82 años dopada para evitar el dolor (cuidados paliativos le llama la ciencia médica). Además de algunos conocidos y por supuesto la familia, nadie más en el mundo lamentó su muerte, la cual, para nosotros, fue una perdida incalculable. Bertha, mi abuela, junto a millones de cuerpos, pasó a ser un número más dentro de las estadísticas de muertes por cáncer de colon en Bolivia, Latinoamérica y, supongo, el mundo. 

¿Qué repercusiones generan en la colectividad los cuerpos no públicos, no reconocidos, no valorados que fallecen por cáncer u otro tipo de enfermedades?, ¿son perdidas incalculables o calculables? Desafortunadamente, son cuerpos que quedan en el anonimato, que pasan a ser simples números y estadísticas, sus sufrimientos son desconocidos, sus luchas no son valoradas, se quedan en un ámbito pre-político. 

Con este texto, producto del duelo que aún experimento, no pretendo controvertir el legado del jugador brasilero, no es el propósito. De hecho, supe de él gracias a mi abuela. Cada vez que veíamos un partido de futbol, ella remarcaba incansablemente que Pelé era el rey, el mejor jugador de la historia y no habría otro igual (yo digo lo mismo de Bertha, no hay ni habrá otra igual). El punto es que incluso mi abuela, quien desconocía las reglas del futbol, reconocía y valoraba a Pelé, pero a ella, más allá de su familia y amigos, ¿quién la reconocía y valoraba? 

Axel Honneth, sociólogo y filósofo de la tercera generación de la Escuela de Frankfurt, construye y desarrolla lo que ha denominado la teoría del reconocimiento, propuesta que subraya la importancia que tienen las formas de reconocimiento jurídico (derechos), social (su importancia en la sociedad) y afectivo (aprecio familiar, de pareja, etc.) para las personas. El autor nos dice que, si una de estas formas falla, las personas quedan expuestas a experiencias de injusticia social y sufrimiento moral. En ese sentido, nuestra autorrealización está asociada a relaciones de reconocimiento entre unos y otros. El asunto es que, en nuestras sociedades, ser o no reconocido está condicionado por estrechas categorías -llámese género, etnia, clase social, nacionalidad, ocupación, edad, entre muchas otras- que han despedazado y segregado la posibilidad de multiplicidad y que moldean nuestras relaciones.

Las oportunidades de reconocimiento para una mujer boliviana sin profesión (como mi abuela) son mínimas frente a otros y otras. Infelizmente, Bertha recibió el impacto de esta estreches de comprensión, no se sentía autorrealizada, nos lo hacía saber constantemente, y aunque disfrutaba de pequeños placeres como tomar el té con humintas, fantaseaba con un cambio radical en su vida… una vida en la que era valorada por la colectividad. Ahora que falleció, aunque todos los que la conocimos, reconocemos y valoramos su vida y muerte, su cuerpo, como la mayoría de nuestros abuelos y abuelas, y como lo seremos nosotros y nosotras en algún momento, es un número más para la colectividad (en algunos casos ni eso). 

Acontecimientos como la muerte de Pelé nos muestran que en nuestras sociedades algunos cuerpos importan más que otros; existen cuerpos finitos y otros infinitos. ¿Cómo alterar este orden normativo? Llegar a un punto en que todas las vidas y muertes importen implica reconocer que todos los cuerpos son indispensables para la sociedad. Esto es, comprender que la vida es más vivible cuanto no estamos sujetos a las categorías estrechas que limitan o privilegian el reconocimiento de unos frente a otros. Es decir, abogar por una vida en la que se reconozca que todos los cuerpos tienen derecho a ser valorados y nombrados de igual manera.

Boliviano, candidato a doctor del programa Teoría Crítica y Sociedad Actual de la Universidad Andrés Bello, Santiago, Chile.