Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 17:40

La vida en las praderas

‘Nomadland’, cinta ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia y favorita a llevarse el Oscar a mejor película, se exhibe en salas comerciales de Cochabamba y el país. Está dirigida por Chloé Zhao y la protagoniza Frances McDormand, ambas candidatas a los premios de la Academia que se entregan el domingo 25.
La vida en las praderas.
La vida en las praderas.
La vida en las praderas

“La mayoría de los hombres cargan con vidas de silenciosa desesperación. Lo que se llama resignación es una desesperación confirmada” (H.D. Thoreau)

Un día en 1845, el escritor norteamericano más naturalista de todos, H.D. Thoreau, pidió prestada un hacha y, sin nada más que lo que tenía puesto, se internó a los bosques de Walden –Massachusetts– para hacerse una cabaña y vivir ahí con el único propósito de escuchar lo que la naturaleza tenía que decirle. Lo cuenta todo en su libro Walden. La vida en los bosques. En un gesto auditivo parecido, el de escuchar a la naturaleza, la cineasta china Chloé Zhao (1982) se internó en el paisaje del oeste norteamericano para escuchar lo que la naturaleza tenía para enseñarle sobre sí misma, sobre Norteamérica y sobre el cine. Y lo que parece haberle dicho una tarde de primavera, mientras el sol iba cayendo lánguido al final de una carretera en las praderas de Dakota del Sur, en un susurro entre nubes rosadas y naranjas, es que la incertidumbre no es un accidente en nuestras vidas, es un estado no aceptado.

 Cuando en su primera película, Canciones que mis hermanos me enseñaron (2015), la pequeña Jashaun y su hermano John caminan solitarios entre las formaciones montañosas en la reserva india de Pine Ridge donde viven, o cuando en su segundo filme, The rider (2017), el solitario Bradie se despide de su mejor caballo de rodeo montándolo por última vez en un atardecer de infarto en las praderas de Badlands, o cuando en su tercer film, Nomadland (2020), la sexagenaria y desempleada Fern (Frances McDormand) se pierde entre las formaciones rocosas arenosas y huecas del Parque Nacional de Badlands en Dakota del Sur, Zhao está, indiscutiblemente, internándose solitaria en esa naturaleza de la que Thoreau extrajo como si fuera un buscador de oro, o los primeros pioneros del viejo oeste, toda su sabiduría.

 En las tres películas de Zhao está este interés por el paisaje, el personaje solitario y el sol tiñéndolo todo de un suave naranja al final del día; premiando a los que se quedan a mirarlo, a los que perduran en la lucha heroica de atravesar un día más. “Todos somos héroes en nuestra propia realidad. Lo más difícil es mantenernos fieles a nosotros mismos en un mundo que nos bombardea con influencias. En el pasado, escuchabas de alguien haciendo algo heroico solo en los mitos; ahora, probablemente escuchamos más de estos casos gracias a las redes sociales”, reflexiona Zhao en una entrevista, llevando su cabellera de heroína de cine asiático.

 Nomadland tiene eso, la épica. La épica de los mejores westerns (algunos catalogan sus films como Neo-western) pero también algo más. Esta película es la adaptación de un libro de no-ficción de la periodista Jessica Bruder que pasó un tiempo siguiendo a un grupo de nómadas mayores que van buscando trabajos ocasionales por varios lugares del país. La vulnerabilidad repitiéndose tres veces: desempleo, vida en la carretera y vejez, puede parecer exagerado pero no lo es, es una realidad que ni el cine, ni el mismo gobierno, ni la sociedad quiere ver o retratar. Zhao no. La mira y lo hace, como en sus anteriores películas, con el ojo religioso de su camarógrafo Joshua James Richards, un naturalista que filma casi todo con luz natural, siguiendo a los personajes en la “hora mágica” (los minutos previos a que el sol se entre) a la que él llama: “La mejor luz de Dios”. 

Una luz que, en su propia lengua, habla del ocaso y la revelación. Fern asiste al final de su propia vida, y lo vive con muchos otros seres que han entendido que el mundo los ha olvidado, que vivir en el margen tiene sus ventajas, para empezar la de vivir en su propia ley. Fern ha perdido todo y de golpe. Su marido, su trabajo y su casa de siempre. Lo único que posee es su auto, una van blanca que contiene todo lo que ella necesita. Un poco de ropa,  unos cuantos libros, un caldera para tener agua caliente, herramientas, una cama y unos platos, a modo de recuerdo, que su padre le regaló. El único lujo, por decirlo así. Lo que posee después son: vivencias, los caminos de América, las personas con las que se cruza y conversa, los paisajes propios y ajenos, las golondrinas que sobrevuelan el kayak en que va su amiga enferma, las lágrimas de su amigo al mencionar la frase “son cinco años ya que mi hijo se quitó la vida”, los incontables adioses o hasta prontos que ha cruzado con otros nómadas.  

Los gestos nómadas son la riqueza del cine de Zhao y del buen cine. Fuera del plano en sus propios ‘vans’, el equipo de rodaje, compuesto de 19 hombres y 17 mujeres, acompaña como una caravana a la van de Fern y de otros nómadas de la vida real, que se interpretan a sí mismos y que suman a esa tradición del cine de Zhao: los actores naturales. Que de una manera inusitada le da una fuerza y honestidad a lo que vemos que se puede sentir en los mejores documentales. Zhao escribe ficción para que su cine sea documental. 

Al final, hacer cine es eso, ir a la conquista del paisaje y de la luz. Incluso de aquella luz que no se ve y que brilla en el corazón de las personas que hacen de la adversidad un estilo de vida.  

 Productora y gestora cultural