Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 09:07

‘Utama responde a una búsqueda de identidad de los bolivianos’

Entrevista al cineasta Alejandro Loayza, director y guionista de una de las películas nacionales más premiadas del último tiempo. Su ópera prima, que se estrena en Bolivia a fines de septiembre, es resultado de un trabajo intergeneracional con su padre, su hermano y otros cineastas de renombre en Latinoamérica.
‘Utama responde a una búsqueda de identidad de los bolivianos’.
‘Utama responde a una búsqueda de identidad de los bolivianos’.
‘Utama responde a una búsqueda de identidad de los bolivianos’

Loayza es un apellido con peso propio en el cine boliviano. Es el apellido de Marcos (La Paz, 1959), uno de los cineastas esenciales de los últimos 30 años, director de filmes como Cuestión de fe (1995), El corazón de Jesús (2003) y Averno (2018). Y es también el apellido de Santiago (1984) y de Alejandro (1985), hijos de Marcos, que han seguido la estela del padre en el audiovisual. El primero de ellos se ha especializado en la producción, mientras que el segundo se ha hecho fotógrafo, guionista y director. Los tres han trabajado juntos en las más recientes producciones de Marcos y también en la primera dirigida por Alejandro, Utama (2022).

Estrenada internacionalmente en el Festival de Sundance (EEUU), Utama se ha convertido en una de las películas bolivianas internacionalmente más premiadas del último tiempo. Desde los galardones que recogió en Sundance hasta los recibidos en el World Cinema de Ámsterdam, la cinta ha cosechado casi una veintena de estatuillas en festivales de prestigio en América (Guadalajara), Europa (Málaga, Transilvania) y Asia (China). De ahí que la expectativa en Bolivia sea muy alta de cara a su estreno en salas comerciales del país, programado para fines de este septiembre.

Mientras aún saboreaba la inclusión de su filme en dos festivales de Inglaterra y de EEUU, Alejandro Loayza Grisi se dio unos minutos para dialogar con la RAMONA a propósito del estreno nacional de Utama. Un estreno que, lo reconoce, viene imaginando desde que se puso a escribir la historia de dos ancianos quechuas que, en una aislada comunidad rural al sur del Potosí, deben lidiar con una larga sequía que pone a prueba su resistencia al paso del tiempo. De la experiencia de filmar en un diálogo intergeneracional con su padre y con otros cineastas mayores habla el novel director en esta entrevista, en la que también desgrana algunos detalles del emotivo proceso de rodaje de la película (coproducida por Bolivia, Uruguay y Francia), durante los días de la crisis política de 2019. 

¿Cómo estás viviendo estas horas previas al estreno nacional de Utama, una película a la que le ha ido muy bien fuera de Bolivia y que llega con una alta dosis de expectativa?

Las estoy viviendo, obviamente, con mucha expectativa, mucha ilusión. Al hacer Utama, en lo que más pensaba era en el público boliviano, que es de quien más me interesa su opinión, saber si se siente reflejado, si se apropia de la película. Es lo que yo quisiera, que los bolivianos se apropien de la película, que la tomen con orgullo y que digan que es una historia nuestra. Por eso estoy viviendo una mezcla de ilusión, ansiedad y altas expectativas.

Utama ha sido bien recibida en cuanto festival ha participado. Ha sido valorada por programadores y reconocida por jurados y públicos de certámenes cinematográficos en al menos tres continentes. ¿Cuál percibes que es la cualidad que ha permitido esa conexión con el circuito festivalero?

Algo que nos ha llamado la atención es que la película ha ganado premios de la crítica, del jurado, pero también del público. De hecho, en tres festivales hemos ganado los premios de mejor película del jurado y del público. Y no es algo que pase muy frecuentemente. Nos llena de orgullo. Es una película que está dialogando bien con el público. La gente se emociona con la película y conecta con personajes que están, en algunos casos, al otro lado del mundo, en un país muy lejano. Eso es una confirmación de que hemos hecho bien las cosas. Obviamente esperamos una reacción similar en el público boliviano.

¿En qué medida crees que ha facilitado la conexión con los públicos de afuera el hecho de que la película se aproxime al tema de la crisis climática, que es algo muy sensible en gran parte del mundo?

Está la lectura del cambio climático, pero no considero que sea el tema principal de la película. Cuando el público boliviano la vea, verá muchos temas dentro de ella. El cambio climático es uno de ellos, pero no el principal. También se habla de pérdida de cultura, de migración, de relaciones intergeneracionales, de identidad. Creo firmemente que las películas que logran conectar con una audiencia, llámense programadores, críticos, público, es porque están tocando temas que son de interés global y actual. Si la temática está flotando en el aire, un buen artista la puede tomar, capturar y convertirla en una obra de arte.

A propósito del argumento, ¿cómo nació la historia de Utama, cuyo guion también escribiste?

La primerísima versión de una sinopsis de Utama tenía que ver con vivir en un lugar alejado y vivir el uno con el otro. Una historia de amor. No quiero hacer spoilers (risas). Así nació la película. Después tuve la enorme suerte de viajar por toda Bolivia filmando documentales, en especial uno ambiental que se llama Planeta Bolivia, y descubrí muchas realidades y consecuencias del cambio climático en comunidades que están cerca de las ciudades y de las que los habitantes de las ciudades no tenemos idea. La película responde a una búsqueda de identidad, que creo que la mayoría de los bolivianos tenemos. Tenemos está búsqueda constante de identidad nacional y ese ha sido uno de los grandes motores de la historia.

Hablabas hace rato sobre las relaciones intergeneracionales que aborda la película. Me llama la atención, porque, en su realización, Utama es también un proyecto intergeneracional, de al menos dos generaciones de Loayzas: la tuya y de tu hermano Santiago y la de tu padre Marcos. Entiendo que ya habían trabajado antes en documentales y en las ficciones de Marcos, pero, ¿cómo ha sido la experiencia de intercambiar roles, ahora contigo en la dirección y tu padre y tu hermano en calidad de productores?

Como dices, ya habíamos trabajado bastante juntos. Hicimos tres largometrajes, muchos documentales y muchos viajes. En los viajes conversamos mucho y una de las grandes fortalezas de la película es que hemos conversado mucho los tres y también nuestro coproductor uruguayo, Federico Moreira, que es como el hermano uruguayo. Creo que los buenos resultados también salen de eso, de mucha conversación. Trabajar con mi padre es, para mí, un privilegio. Él siempre ha dicho que el cine es como un oficio y yo tengo un maestro que me ha enseñado de cerca. Qué mejor en un oficio que aprender de cerca de tu maestro. Y trabajar con mi hermano mayor me da una tranquilidad y una fortaleza muy grande, porque sé que producción está buscando lo mejor para la película. Las dos áreas de la película van a tener un diálogo constante, que no siempre es el caso. A veces es más difícil llevar la relación producción-dirección. Sé que tengo las espaldas bien cuidadas con mi hermano productor. Y en cuanto a lo que dices de lo generacional, mi padre tiene otra escuela, ha vivido otro momento. Cuando él se cuestionaba qué era el cine, era otra coyuntura. Y cuando mi hermano y yo nos cuestionamos qué es el cine, es una nueva coyuntura, pero lo bueno es que podemos dialogar. Muchas veces, en la mayoría de los campos, se pierde eso, el diálogo entre generaciones. Los jóvenes quieren romper todo lo que se ha hecho antes, los viejos quieren preservar todo lo que se ha hecho antes y no se encuentra un punto común. Esa ha sido una gran fortaleza nuestra: el diálogo que nos ha ayudado a encontrar puntos en común y reflexiones más profundas sobre el cine y la realidad del país.

Decías que Marcos reivindica al cine como un oficio. Frente a esa noción de tu padre, ¿cuál es la tuya? ¿Es la misma? ¿Qué es el cine para Alejandro Loayza?

Estoy plenamente de acuerdo: es un oficio. Donde más se aprende es haciendo. Algo importante de la manera en que yo entiendo el cine, y la entendemos en nuestra empresa, es que es un trabajo en equipo. La película no sería nada sin el maravilloso equipo con el que he trabajado. El cine es esencialmente colaborativo. Todo el tiempo estás recibiendo retroalimentación de tus compañeros de trabajo y eso enriquece la obra. El mismo guion lo he ido compartiendo con gente de confianza y ha ido evolucionando. Se ha ido enriqueciendo con las maneras de pensar de otras personas. Creo que el cine debe tener está permanente búsqueda de una obra colectiva. Considero que es una obra colectiva. Tienes lo mejor de las personas y es conmovedor, porque, de verdad, ellas están dejando lo mejor que tienen, un pedacito de su alma, en una obra considerada de alguien más, pero que al final es colectiva. 

Siguiendo con la cuestión colaborativa e intergeneracional, además de tu papá, tu hermano y Federico Moreira en la producción, en Utama contaste con el trabajo de artistas y técnicos de gran recorrido. Solo por nombrar un par, estuvieron el boliviano Cergio Prudencio en la música original y la uruguaya Bárbara Álvarez en la dirección de fotografía. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con figuras de tanto peso en el cine dentro y fuera de Bolivia?

Ha sido muy enriquecedor justamente por lo mismo, porque se ha abierto un diálogo de ida y vuelta muy franco en todos los casos, con Bárbara, con Fernando (Epstein, editor) y Cergio. En el diálogo mi visión de cine ha ido encajando con la visión de ellos. El cine es mucho más básico y esencial de lo que a veces le damos crédito. Al final de cuentas es contar una historia. He aprendido mucho de cada uno de ellos y me ha servido mucho para lo que se viene en adelante. Ha sido como tener una maestría con cada uno. Y ha habido otros campos en los que trabajó gente de mi generación, como la dirección de arte, donde estuvo Valeria Wilde, o la asistencia de dirección, con Álvaro Manzano. Con ellos también hubo diálogo. Lo que más rescato es el aprendizaje que he tenido. Las semanas de montaje han sido una paliza de lecciones y así con todos.

Teniendo formación y experiencia en fotografía, ¿de qué manera encaraste la relación con Bárbara Álvarez, que es una directora de foto muy prestigiosa en el cine latinoamericano?

Me ha beneficiado venir de la fotografía para tener la composición muy clara, la imagen muy clara. La película la tenía en mente hace mucho tiempo y me alegra decir que ha quedado como la imaginaba en mi cabeza. Me ha servido para tener un diálogo muy fluido, porque ambos hablamos el mismo idioma. Y con ello solo se podía mejorar. Bárbara es una persona muy sensible e inteligente, con la que comparto el modo de trabajo y de prioridades. Sabíamos que los actores eran lo prioritario en la película y, entonces, todo estaba en función de ellos, y no como en otras producciones, donde la cámara pude ser muy tirana. Me ayudó a transmitir el tipo de imagen que quería y a Bárbara le dio el lugar para proponer. Cuando comencé a trabajar con ella y vi los primeros resultados, sabía que iba a estar tranquilo. Ha sido como quitarme un peso de encima. Si a lo mejor no estaba conforme y hubiera querido meter más mano en la fotografía, se hubiera complicado. Apenas empecé a trabajar con ella, sentí que estaba en las mejores manos posible, me pude relajar y enfocarme en todas las otras mil cosas que uno tiene que hacer en la dirección.

Una de esas cosas ha debido ser la dirección de actores. ¿Qué desafíos te supuso trabajar con actores que, en muchos casos, no eran profesionales, sino más naturales?

Para la actuación tenía poca experiencia. Había hecho varios videoclips musicales. Casualmente había trabajado, en la mayoría de los casos, con actores no profesionales y algunos profesionales. Tenía algo de experiencia, mucho de lo que me enseñó mi padre de cómo conversar y mucho de lo que aprendí viendo a otros directores. Tuve esa suerte: al trabajar como director de foto, estás muy cerca de los directores y puedes ver cómo ellos trabajan con los actores. En Utama tuvimos varios meses de ensayo y fueron muy lindos, en los que nos acercamos mucho. Estábamos los tres actores, Freddy Chipana (actor y dramaturgo) y yo. Freddy fue como el coach de actores. En las mañanas, él trabajaba con ellos, les enseñaba todos los ejercicios que hacen los actores (improvisación, gesticulación, voces) y en las tardes revisábamos el guion, de comienzo a fin. Freddy ha sido de gran aporte para la película. Para el rodaje ya no se quedó, pero durante esos meses de ensayo hemos hecho un lindo equipo. Y debo recalcar la generosidad de Santos (Choque, el actor joven), que tenía más experiencia y ayudó a guiarlos a los otros dos (José Calcina, Luisa Quispe) en esa que era su primera vez frente a cámaras, con una noción completamente diferente del cine de la que tenemos nosotros. Algo importantísimo de mencionar es que la gente de Santiago de Chuvica y de Colcha K, en general, es muy comprometida. Cuando asumieron el reto, dijeron que ese sería su trabajo, así que tenían que ser los mejores en su trabajo y lo han logrado. El compromiso de ellos ha sido fundamental.

Como otras varias películas bolivianas de los últimos años, Utama es hija del Programa de Intervenciones Urbanas (PIU), que, sobre todo en 2019, impulsó económicamente un sinnúmero de proyectos culturales. ¿Cuál fue la importancia del PIU para la realización de tu primer largo?

Ha sido fundamental y es el mejor ejemplo de que los incentivos culturales funcionan y dan frutos. No es casualidad de que haya tantas buenas películas en este tiempo. Es producto de ese fondo extraordinario y debería servirles a las autoridades para ver el resultado de ello, que no solo es que una película se exhiba alrededor del mundo y represente al país, sino que también tiene un impacto económico. Se ha alimentado a entre 30 y 60 personas por película, y tiene este impacto en lo que es más importante para mí, que es la construcción de identidad nacional: contar nuestras propias historias, tener nuestros propios referentes culturales, tener nuestros propios héroes y poder estar orgullosos de nuestros propios productos. No todo lo bueno que consumimos en Bolivia tiene que venir de afuera. Todo lo que ha dado el PIU debería servir para que las autoridades nacionales, departamentales y municipales entiendan la importancia y el valor del apoyo al arte. La película no hubiera existido sin el PIU, así directamente. Hubiera tardado mucho más en salir y hubiera existido en una coyuntura muy distinta.

La crisis política posterior a las elecciones de 2019 afectó el desarrollo de muchos proyectos cinematográficos que tuvieron apoyo del PIU. ¿Cuál fue el caso de Utama?

Justamente ha coincidido con la crisis política. El sentimiento y la sensibilidad estaban a flor de piel. Teníamos que trabajar. No podíamos hacer caso omiso de lo que estaba pasando, pero sí tratar de no enfocarnos en la crisis política para enfocarnos en el trabajo. Realmente ha sido difícil en lo emotivo. Estábamos aisladísimos, en el sur de Potosí, donde no se sentía la crisis política. Pero todo el mundo estaba pendiente de los teléfonos, de lo que pasaba, cómo estaba la familia, si salían a protestar los hermanos o los papás. Eso ha marcado en lo que decía: las emociones estaban a flor de piel. Un rodaje, en sí, ya es un proceso inolvidable y, encima conjugarlo con una crisis del tamaño de la que vivimos en 2019, realmente fue muy fuerte para todo el equipo.

¿El rodaje fue en noviembre de 2019?

Sí. Comenzamos a filmar el 27 de octubre. Nos hemos ido con un país y hemos vuelto con otro. Muy fuerte.

¿Qué sigue para Utama al margen del estreno en Bolivia? ¿Hay más festivales a la mira, postulaciones a premios como los Goya o los Oscar?

Justamente, hoy (por jueves 1 de septiembre), se ha hecho el anuncio del BFI (British Film Institute), que es muy prestigioso, así que es un orgullo inmenso estar ahí. Y también estaremos en el festival latino del American Film Institute (AFI). Tenemos un par de festivales adelante, que no han anunciado sus programaciones todavía, y está la selección para los Goya y los Oscar, para los que los comités en Bolivia se deben reunir. Igual, lo más importante para mí es el estreno en Bolivia. Cuando escribía Utama, quería que los bolivianos la vieran, que vayan en masa a verla. Quisiera que el cine comenzara a generar debate en nuestra sociedad. En toda sociedad sana, el arte que se crea en un país genera debate, intercambio de opiniones. Estoy esperando que los bolivianos vayan a verla y estoy esperando al próximo año para hacer una serie de exhibiciones en lugares más alejados. 

Tras esta etapa de difusión de Utama, ¿qué se viene en tu carrera? ¿Tienes nuevos proyectos de películas en los que ya estés trabajando?

Como productora estamos trabajando en un par de proyectos. Tenemos uno de mi padre, que esperamos filmar en 2023, y estamos proyectando filmar uno mío en 2024. Estoy comenzando a escribir, en una etapa inicial de escritura. Estoy siempre con las ganas de filmar. Si fuera por mí, filmaría una película al año. 

Imagino que este año te ha tocado viajar más que filmar…

Sí, en la etapa de la promoción, de la que también he aprendido lo importante que es. Por ejemplo, en el Festival de Transilvania (Rumania), por ganar los premios del público y del jurado, hubo dos funciones extra de Utama en un teatro gigantesco de casi mil personas.  Saber que en Rumania la vieron casi 3 mil o 4 mil personas es algo increíble para una película boliviana, porque, de alguna manera, brindas la oportunidad de poner una ventana hacia tu país en otra parte del mundo. La verdad es que ha sido muy linda esta etapa de promoción.

Periodista - @EspinozaSanti