Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 31 de marzo de 2023
  • Actualizado 09:14

‘Tarántula’, 11 cuentos con la voz de los márgenes de Santa Cruz

Una reseña a la obra del escritor cruceño Juan Carlos Zambrana, disponible a través de Editorial 3600 en todas las librerías del país.
Portada de ‘Tarántula’, libro de cuentos escrito por Juan Carlos Zambrana. EDITORIAL 3600
Portada de ‘Tarántula’, libro de cuentos escrito por Juan Carlos Zambrana. EDITORIAL 3600
‘Tarántula’, 11 cuentos con la voz de los márgenes de Santa Cruz

Una casa en las afueras de Santa Cruz que parece abandonada pero en realidad alberga al dolor encarnado. Un despertar herido tras una noche de alcohol, violencia y desventura. Un perro que, en una noche de viento, se revela terriblemente humano. Unos títeres abandonados en un terreno baldío que esconden una historia de amor y desengaño. Un hombre amable linchado por una multitud enardecida. Un niño que habla de juegos con su padre desde la rama de un árbol. Unos soldados arrechos que se alivian como pueden en el ardiente Chaco. Un drogadicto callejero que se cree inmortal. Un hombre enfermo aguardando en una fila eterna. Un chofer de Uber que se desahoga de un mal de amores. La lenta agonía de un solitario confinado. Bienvenidos al peculiar universo narrativo de Juan Carlos Zambrana Gutiérrez, autor de Tarántula (2021, editorial 3600). 

Este libro está compuesto de once cuentos que, a pesar de sus diferencias, tienen la virtud de estar inmersos en una misma atmósfera, como si el autor cruceño los hubiera escrito en un mismo impulso o, como anota en la dedicatoria, “en la obligada soledad de sucesivas cuarentenas”. Son cuentos ya extraños, ya fantásticos, ya crueles, pero la voz que narra, atípica y reconocible de principio a fin, se abre paso entre los diferentes registros utilizados. Voz de los márgenes de Santa Cruz de la Sierra, voz coloquial y hasta grosera que estalla en cada página, a contracorriente del registro de la gran mayoría de los libros que se escriben hoy en español. Así, me parece que Tarántula, en el plano del lenguaje, se inscribe, por dar solo dos ejemplos, en la línea de un Céline (en francés) y de un Fernando Vallejo (en español).

Recrear el sabor de lo oral en la escritura es más que un artificio, es un verdadero reto, y Juan Carlos Zambrana lo logra con naturalidad. Ciertamente, podría reprochársele abusar de las palabrotas, pero estas, en sus cuentos, no solo remedan el habla de los márgenes, sino que vehiculan asombro, miedo y dolor –en una palabra, emoción–, lo cual lo acerca aún más de Céline. 

Cada escritor crea sus precursores, decía Borges. La lengua irreverente de Zambrana vehicula un imaginario exaltado que parece beber de distintas fuentes: de Poe y Cortázar, de Kafka y Buzzati, de Cerruto y Mariana Enríquez, de Polanski y Tarantino. Un imaginario que resulta a un tiempo diverso y unitario, pues estos cuentos buscan las emociones fuertes. 

“Intrusos” es un cuento de atmósfera lograda. Dos mujeres y el joven narrador entran por efracción en una casa decrépita del extrarradio, tratando de salvar de sí mismo a un familiar irascible. Lo que el joven narrador ve por la ventana de la casa cambiará para siempre el rumbo de su vida.

En “Como sesión de tatuajes”, el narrador despierta con la peor resaca de su vida y sin embargo decide raparse y hacerse un tatuaje en la cabeza. Mientras lo tatúan, va recordando los sucesos de la noche pasada. Así asistimos a una noche de jolgorio y violencia desenfrenada cuyo sentido no nos será develado sino en las últimas líneas. Este cuento, que aplica la teoría del iceberg cara a Hemingway, es sin duda uno de los mejores del libro. En él leemos que “la sesión de tatuajes es como la vida, duele y hace que cada cinco minutos uno se formule dos preguntas. La primera: ¿Cómo mierdas aguanté hasta aquí sin volverme loco? La segunda: ¿Por qué no me levanto para patear a alguien? Es así. La máquina de tatuar y la vida pinchan en cualquier parte y causan dolor, pero si, por el motivo que sea, hieren demasiado un punto clave, pueden sacar de sus cabales a cualquiera.”

Los cambios de piel en la literatura están ahí para recordarnos el movimiento perpetuo de los seres, y también lo que somos desde siempre, borrando la tenue frontera que separa al hombre del animal. En el cuento epistolar “Magia perra”, esta amenaza se desliza poco a poco en la rutina apacible de un hombre que se pasa los días tomando cervezas y viendo televisión. Una noche de vendaval, en la que “la luna parecía el ojo pálido de una vaca ciega”, unos extraños ladridos en el vecindario son el detonante de una progresiva inmersión en el horror.

En “El hombre amable” cambia el registro: se trata de un discurso solemne dirigido por un ciudadano a “honorables” que acaban expulsándolo a patadas del Concejo Municipal. Su delito: haberles demostrado que poco tiempo atrás una multitud enardecida linchó en el mercado al hombre más amable que haya pisado la tierra. Humor negro y denuncia del funcionamiento de la justicia en nuestro país.  

“El juego del muñeco de trapo” es el relato más conciso del libro, y en él la teoría del iceberg se aplica con una economía verbal implacable. A mi ver, un cuento perfecto o casi perfecto. Humberto y su hijo Choquín hablan de videojuegos y toman helados en un parque, y ese momento de bienestar compartido lleva al padre de regreso a una época remota, despreocupada y feliz. Sin embargo, nada es lo que parece.

“Sin héroe en el pajonal” parece salido de la imaginación de un Quentin Tarantino que hubiera leído a Cerruto y a Augusto Céspedes, y revisita el tópico de la guerra del Chaco con un desenfado y una insolencia impactantes, mostrándola como una gran orgía de sexo y violencia. 

¿Cómo un encuentro fortuito puede cambiar nuestro destino hasta sumirnos en la locura o la iluminación? “Tarántula”, el cuento que da título al libro, gira alrededor de esta pregunta. 

“Involución” es un relato cruel cuya acción, lenta y agónica, transcurre en sucesivos confinamientos que no parecen tener comienzo ni fin. Vagamente se alude a una situación que recuerda la pandemia de Covid, pero sin nombrarla, lo cual es un acierto, pues aquí lo importante es la progresiva caída del protagonista en la animalidad y el delirio. Lo que se cuenta aquí de forma descarnada es el efecto corrosivo y atroz de la soledad y la incomunicación y el encierro.

En definitiva, con Tarántula, Juan Carlos Zambrana Gutiérrez muestra que, tanto en lo verbal como en lo plástico, carece de miedos, de timideces y remilgos, y ofrece ya una voz propia, original y desasosegante, porque en estos cuentos la realidad aparece como es (nunca como debería ser), y mejor aún, como se despliega en los sueños y las pesadillas de su autor.