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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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MÚSICA

Tame Impala, entre el banquete y el empacho

Una reseña sobre The Slow Rush, el cuarto disco del australiano Kevin Parker.
El cantante, multiinstrumentista y compositor Kevin Parker. Archivo
El cantante, multiinstrumentista y compositor Kevin Parker. Archivo
Tame Impala, entre el banquete y el empacho

Uno de los libros de música más socorridos de la historia es 1.001 discos que debes escuchar antes de morir. Se trata del típico regalo que te hace aquel familiar que ha llamado a tu madre para preguntar qué demonios te regala por Navidad y ella le ha dicho: “No sé, últimamente le gusta mucho la música”. En sus sucesivas ediciones, y también según el territorio y el idioma, la portada del libro la ocupan The Beatles, Leonard Cohen, Prince, David Bowie, Sid Vicious y hasta The Strokes. La longevidad y relevancia del volumen, como se puede adivinar por la selección de estrellas en la tapa, se halla en su populista ejercicio de consenso rock. Apuesta por jugar a la vez en la liga de lo especializado (1.001 discos son un montón) y lo previsible (el canon alcanza ya los 1.001 discos, es oficial). La última edición data de abril de 2018 y es la que tiene a The Strokes en portada. La próxima debería llevar a Tame Impala.

El proyecto del australiano Kevin Parker alcanza su cuarto disco con este The Slow Rush. Tras hacerse universal en 2012 con Lonerism, un largo de rock y pop psicodélicos, Currents (2015) lo elevó a la categoría de salvador del rock. Lo logró dejando de hacer rock. Parker se abandonó a ese cruce entre lo progresivo y la música de baile que tan bien le había funcionado a Daft Punk dos años antes. Trabajó con Lady Gaga o Kanye West, Rihanna hizo una versión de uno de sus temas y en 2019 fue cabeza de cartel del Festival Coachella. Ahí debía presentar este The Slow Rush. Ahí descubrió que el disco no estaba acabado.

Diez meses después de aquella actuación, por fin sale a la venta este esperado álbum. En él, Parker incide en muchos de los elementos que hicieron su anterior obra un éxito global y aporta a la ensalada algo más de optimismo y disco funk. Aquí está su talento para el soft rock y las melodías redondas (‘On Track’), su dominio del ritmo y la ensoñación de atardecer ibicenco (‘It Might be Time’), su habilidad para convertir algo que podría sonar a rock barroco en pop de aquel que se baila con media sonrisa y un cóctel azul en la mano (‘Instant Destiny’) e incluso repite en esa liga que ya casi es propia y que consiste en coger a los Bee Gees, Wham! y Daft Punk y hacer que de aquello salga algo que respete hasta el amigo más esnob (‘Borderline’).

El problema de este disco y de casi todo lo que hace Parker es que, si juegas todo el rato en la liga del exceso, es bastante probable que en más de una ocasión termines pasándote de la raya. Algunas de las canciones aquí deberían haberse terminado de grabar varios meses antes. A veces, hay tantos elementos que se hace imposible disfrutar los temas como un todo. ‘Posthumous Forgiveness’, por ejemplo, tiene tres pasajes buenos y dos terribles. Hubiese sido mejor que tuviera solo los buenos. O solo los malos, ya puestos. Pero Parker es de los que si fuera mañana a una tienda a comprarse el libro de los 1.001 discos que debes escuchar antes de morir se llevaría todas las portadas. Bueno, la de Sid Vicious no.