Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Tabla de Salvación en ‘Los hijos de Goni’

Compartimos uno de los textos que componen el postludio del libro de crónicas de Quya Reyna, ‘Los hijos de Goni’. El libro se presentará el jueves 07 de abril en el Centro Simón I. Patiño a las 19:00
El libro “Los hijos de Goni” y su autora, Quya Reyna. SOBRA SELECTAS
El libro “Los hijos de Goni” y su autora, Quya Reyna. SOBRA SELECTAS
Tabla de Salvación en ‘Los hijos de Goni’

Relatos cortos que salen de las entrañas de la ciudad de El Alto, de eso se trata este pequeño libro, Los hijos de Goni, de la joven autora Quya Reyna. Su valía es la descripción descarnada de episodios que, protagonista y narradora, ella ha experimentado desde su niñez, bajo la clave de lo que se conoce como “identidad alteña”. En el recorrido que nos ofrece, dibuja la pobreza, áspera, implacable, sin las concesiones que el sentimentalismo suele recrear de ella. Al hacerlo, Quya ratifica permanentemente el lugar desde donde describe, por ejemplo, como una niña que, para explotar al máximo las funciones de su cuaderno, utiliza los espacios fuera de los márgenes de las hojas y escribe en letra pequeña; o como aquella que, al lado de su padre, recorre los mercados de El Alto, vendiendo productos para el carnaval o que, en la zona sur de La Paz, aprende a usar herramientas de carpintería, con el agravante de un barniz que mancha sus manos, marca de su condición social frente a los usuarios que cohabitan el transporte público. 

Ironía mordaz de por medio, sus relatos exponen las contradicciones de un medio en el que la única moral posible es la de la subsistencia. Ahí está el maestro, de conducta severa, al que le es inocultable, sin embargo, el deseo de imitar al tío Huicho, comerciante hábil e inescrupuloso, y conseguir sus logros, a cualquier precio, en el “arte del kjamaneo”. Está ella misma, tentada por pequeños deslices, robando los centavos que circundan el bolsillo de su hermana o de su madre, rondando en su conciencia la memoria de Juanito, que al ser encontrado en flagrancias parecidas, fue linchado por los vecinos de la zona.  

Del conjunto de relatos que expone, sin rodeos ni sutilezas, quizá el mejor logrado, por su carga expresionista, es el del “Perro gris”. En este, Quya Reyna interactúa con el casi cadáver de un perro que agoniza debajo de un puente, lo lleva a su casa, lo envuelve en mantas de su cama y experimenta su muerte, lenta, pausada, pero inevitable, todo en el curso de una narración oscura, amarga, que al final pone en cuestión su propia compasión con un ser que, con o sin ella, igual terminaría en un basural. Con esta conclusión, Quya se deshace de la ilusión de salvar al otro, renuncia que pone en duda toda forma de idealización de la condición humana, en su caso, desgarrada por la impotencia que, en breve, deviene en cinismo. Potente arribo hacia la nada, de la que, sin embargo, Quya Reyna emerge como un sujeto-testimonio y enfrenta desde ahí su alteñidad, como escritora. 

En eso radica, finalmente, su tabla de salvación. A cada crónica, una mueca de humor negro; a cada provocación, una respuesta ácida; a cada utopía, la realidad incontrastable como prueba. 

Socióloga