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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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[EL NIDO DEL CUERVO]

Sobre el Filebo

Acerca de un diálogo tardío de Platón.
Sobre el Filebo
Considerado un diálogo tardío de Platón, el Filebo contrasta realidades aparentemente disímiles entre sí: el placer y la prudencia. Cada una de ellas con un modo de vivir que le es representativo, por un lado la existencia humana basada únicamente en lo hedónico, por otro, aquella que prescinde de ello y se suscribe con exclusividad a lo intelectual. En ambos casos, según se observa, la vida se manifiesta de una manera incompleta. El desenfrenado e impulsivo hombre de placer es tan aterrador como el frío e insensible intelectual, a quien incluso las más naturales y básicas afecciones parecen tenerlo sin cuidado. De ahí que una vida auténtica, según concluye Sócrates, no sea posible de ninguna de estas extremas maneras. Sin ser puramente placentera o prudente, la vida feliz resulta en una mezcla de ambas.

La naturaleza de esta síntesis debe, sin embargo, aún dilucidarse. La simple mezcla de estos dos elementos, la vida prudente y la placentera, no basta para hacerla óptima como unidad. La composición, además de contenerlos, se halla rectificada según ciertos parámetros que hacen posible su adecuada –y por tanto bella y buena– existencia. La causa, la llama Platón, cuyos efectos están íntimamente asociados a la aparición de la armonía y el equilibrio en cualquier compuesto en general. Sin identificarse con ninguna de las partes de la unidad que es la mezcla, la causa se halla emparentada a aquella que corresponde a la prudencia, el intelecto y la memoria. Esta afinidad da pie al establecimiento implícito de una jerarquía dentro de la síntesis: la vida feliz, mixta en esencia, perpetúa la subordinación del placer respecto de la sabiduría prudente, inteligente y memoriosa, para mantenerse como tal. Un vivir dichoso es primordialmente prudente o intelectual, dado su parentesco con aquella causalidad.

Cómo se logra esta interacción armoniosa entre las dos porciones de la síntesis aludida es una cuestión que debe examinarse a partir del estado en el que éstas se encuentran en ella. Sócrates, en este punto, remite a la pureza del placer. Lo placentero debe estar en la mezcla del modo más puro posible. Esto supone una ausencia de dolor, algo que en la mayoría de las afecciones, tanto corporales como anímicas, no sucede. El placer, en efecto, parece hallarse inevitablemente ligado al dolor. Las pocas excepciones a esta regla son rescatadas por Sócrates a través de la ejemplificación de la contemplación de la belleza, el gusto musical y la percepción de aromas agradables al olfato; en las que su suspensión o carencia no implica forzosamente la aparición de dolor. Agotándose en sí mismos sin la molesta irrupción de lo doloroso, estos goces “puros” constituyen un ingrediente ejemplar y adecuado para la mezcla. La adquisición de este tipo de placer es, de este modo, una cuestión inofensiva, cuya desaparición no se asocia a un final angustiante y doloroso, sino a una simple culminación, que, calma y serena, resulta impermeable al dolor.

En lo relativo a la prudencia y las otras virtudes intelectuales señaladas, el panorama es distinto. Un sobrio conocimiento capaz de deliberar sobre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, las caracteriza; el estudio de las técnicas, incluso de las más básicas, les concierne. Atraídas por cuanto existe, son aledañas a la opinión correcta, que se encarga, en algún sentido, de preservarlas y potenciarlas. Abarcan, así, todas las cosas; su deseo de conocer es grande e inclusivo. Por ello, resultan ser las más instruidas para saber la excelencia de cada elemento del mundo, en cuanto lo conocen. La mezcla de la vida feliz, en este sentido, debe contar con prudencia, inteligencia y memoria, en su estado más extenso y variado, sin recurrir a disociaciones, como sucedía con el placer (placeres puros e impuros) según lo apuntado. La síntesis, diremos entonces, no es homogénea sino heterogénea, y sin ser placentera ni intelectual únicamente, se desenvuelve y direcciona gracias a la presencia de cierta sabia causalidad en el campo de las acciones humanas, que, al involucrar mayormente placer y dolor, son fuente de desavenencia para los hombres. Una suerte de olvido, como diría Sócrates, que interfiere dentro del equilibrio natural y sabio de la animada mezcla. Equilibrio que, sin embargo, pensemos, podría de cualquier modo recobrarse llegado el caso, gracias a la acción mediadora de la reminiscencia y la inteligencia prudente.

Filosofa- [email protected]