Setenta años de la revolución nacional y ‘La bala no mata’

Abril del año 1952 está asociado en Bolivia a la Revolución Nacional. Una insurrección popular que comenzó el día 9, y se extendió entre el 10 y el 11. Aunque algunos combates todavía se sucedieron en días posteriores, y que concluye en su epopeya con la llegada a La Paz en un vuelo desde Buenos Aires del líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario, a quien se le había negado la presidencia del país. Víctor Paz Estenssoro arribó al aeropuerto de El Alto el 15 de abril, luego de la Semana Santa, que había servido como telón de fondo para los hechos más dramáticos y sangrientos de este episodio.
La Revolución Nacional para el cine nace el mismo día que Paz Estenssoro llega a Bolivia. No existen registros (de los que se pueda dar fe, en ninguno de los archivos nacionales) de las jornadas del 9, 10 y 11 de abril. No es hasta el día 15 que empiezan a filmarse los hechos, tanto de lo que significó el apoteósico recibimiento al líder del MNR, como de la posterior toma de imágenes de los restos de aquello que significaron los enfrentamientos armados.
El único equipo boliviano profesional de filmación en aquellos años era el que conformaban en Bolivia Films Jorge Ruíz y Augusto Roca, que a la cabeza de Kenneth Wasson habían estado desarrollando una labor importante en la producción local. A ese grupo se le había sumado Gonzalo Sánchez de Lozada en 1951, quien había estudiado cine en Estados Unidos y volvía a su país para hacer sus primeros ejercicios. Para abril de 1952, de acuerdo con Jorge Ruíz, el equipo de Bolivia Films se encontraba filmando en Coroico el documental turístico titulado: Bolivia. El sorpresivo estallido popular tomó por sorpresa a estos pioneros del cine, ellos hicieron un viaje desde aquella localidad en los Yungas paceños para poder registrar la llegada de Paz Estenssoro y hacerle una entrevista -en inglés- que la NBC (cadena norteamericana de televisión) había solicitado.
Es a partir de esta ausencia de imágenes que el cine ha ido (re)creando la historia (también) de la Revolución Nacional. Uno de los documentales más interesantes para contextualizar esta situación es La bala no mata (2012) dirigido por Gabriela Paz. La película está basada en el ensayo “La bala no mata, sino el destino” del sociólogo Mario Murillo, quien recupera testimonios de personajes “anónimos”, de aquellos quienes vivieron en carne propia la Revolución. Es a partir de esta investigación que Paz vuelve a quienes dan fe de los hechos y los enfrenta a la cámara. Ellos son la imagen de la Revolución, más allá de los protagonistas oficialistas que tomaron el poder político y a quienes hemos visto muchas veces en múltiples imágenes en movimiento.
Sesenta años después de la Revolución el documental de Paz no sólo recupera el testimonio de quienes vivieron en carne propia las jornadas de abril, sino que tiene la habilidad de volver con ellos hasta los lugares en los que sucedieron los hechos. La fotografía de Miguel Hilari, es en este sentido uno de los mayores aportes a la película, porque son las imágenes las que hacen el relato, más allá de las palabras.
La bisagra entre la tradición oral y el relato audiovisual en Bolivia puede encontrarse (también) como una consecuencia de la propia Revolución. El imaginario colectivo nacional se ve profundamente alterado en función de lo que la Revolución deja, también como una consecuencia de la dinámica tecnológica propia de los dispositivos de registro cinematográfico y su tiempo. Paz lee bien a Murillo, y desde su lugar inventa la manera de llevar más allá la investigación sociológica. Incorporándola a un lenguaje que dialoga con las maneras más sencillas del relato oral aportando la imagen de aquello que es una ausencia.
El cine puede restituir el imaginario colectivo, puede hacerlo desde las voces, lo hace desde las imágenes. La Revolución Nacional ha sido enfocada de distintos modos a lo largo de estos años, no ha estado ausente del cine boliviano; y, sin embargo, aún parece que es esta una ausencia, que poco hemos visto, también por las dificultades que existen para hacer de los registros cuestiones más accesibles. Democratizar la memoria es una tarea pendiente. Bolivia exige una mayor atención en este sentido a la circulación de su propia historia, que hecha de uno u otro modo existe, aunque todavía las maneras de hacerla visible sean deficientes.
Paz dejó hace diez años un documental urgente, ante el inevitable curso de la vida, consiguió registrar para el después mucho más de lo que imaginó en su propio presente. El coraje del pueblo de Jorge Sanjinés hizo lo propio, pero tenía a su favor la cercanía del tiempo, las posibilidades de recrear con los protagonistas los hechos. La bala no mata, justifica su lugar dentro del documentalismo boliviano por eso mismo. Cuántas imágenes perdemos a cada instante, cuántas posibilidades se desvanecen a diario, y aquí estamos intentando decir más de nuestro pasado porque éste es el que nos hace ser lo que ahora somos. Aunque el camino esté sembrado de ausencias.