Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Reseña de ‘La conquista de las ruinas’

A propósito del documental boliviano dirigido por el cochabambino Eduardo Gómez, que en Cochabamba se exhibe en el Prime Cinemas y en La Paz, en la Cinemateca
Reseña de ‘La conquista de las ruinas’

Tres protagonistas (el minero, el paleontólogo y el albañil) se desenvuelven cotidianamente en tres espacios (la cantera, el desierto y la gran ciudad) y están unidos por un hilo narrativo que explora, a su vez, las tres dimensiones del tiempo que nos son naturales. Rasgamos el pasado en esa superficie de una profundidad desconocida sobre la que se posan los pies nuestros y los fundamentos de nuestras edificaciones. Mientras que, en el presente, en afán de inmediatez y efervescencia, se erige, se construye y se multiplican con soberbia las proporciones nunca antes imaginadas del ideal constante de progreso. El futuro se dibuja sobre un frágil lienzo de intuición: ¿a dónde irá a parar el Yo una vez consumado su destino?; ¿qué será de la humanidad una vez concluida su era?; ¿qué vestigios de nuestro paso por la vida se encontrarán (o permanecerán ocultos de toda vista para siempre), una vez que esta superficie que habitamos (la “concretósfera” del Antropoceno) se oculte tras el velo de la historia? 

Entre las historias de los tres protagonistas se teje con calma un vínculo sutil, apenas perceptible en un principio. En la medida de esa calma, en la que los planos estáticos son como los silencios de una partitura, el guion explora cuestiones vitales tan concretas como el trabajo, la rutina o la fatiga del cuerpo y otras tan metafísicas como la pregunta por la trascendencia, por el destino y por el espíritu (de las personas y de las cosas). En eso, la piedra cobra un protagonismo inesperado. Ya sea en la forma palpable de un fósil; o como un cuerpo de masa imponente, escondido en las entrañas de la montaña donde las vetas se antojan recurso para la sed inagotable de la construcción; o, finalmente, tras haber adaptado las formas más caprichosas que la ingeniería y la arquitectura son capaces de montar después de haber molido, procesado y mezclado el mineral, la piedra ya no representa eternidad ni solidez inamovible. Es un cuerpo más entre los cuerpos cambiantes; fue lodo ayer, hoy es arena, mañana puede ser piedra, quizás sea muro también, pero lo cierto es que, al final, será polvo, como nosotros. 

Sin embargo, lo efímero no le resta valor a la forma. El documental se constituye también en denuncia y nos recuerda que es tan importante la preservación de los sitios arqueológicos para la ciencia y la cultura, como lo es la correcta planificación urbana para el cuidado del patrimonio material, intangible, histórico y simbólico. Encontramos preguntas explícitas en el filme. ¿Cómo es posible que se construya un barrio privado sobre un antiguo cementerio indígena? ¿Por qué las grandes obras civiles llevan siempre el nombre del ingeniero o del arquitecto o del propietario, y nunca se encuentra referencia alguna sobre los nombres de todos los trabajadores que se han involucrado en esa construcción, en algunos casos durante años? ¿Acaso el tiempo de los muertos no importa hoy? ¿Acaso el tiempo de los obreros no vale nada? De manera intrínseca a estas cuestiones está también la preocupación por el valor de lo estético. Como hiciera cierto filósofo hace varias décadas en una conferencia dirigida al colegio de arquitectos, cabe reavivar las preguntas en torno a los propósitos del construir, a la relación entre el construir y el habitar y a las maneras en que el ser humano se apropia de los espacios que lo albergan y en los que mora. 

Mientras la cámara va y viene entre parajes rurales, desiertos, lugares transitados de la ciudad y obras en construcción, los relatos y diálogos se articulan sin artificios innecesarios en un lenguaje claro y auténtico. La fotografía en blanco y negro no solamente es cautivadora; el juego con sombras, la composición de contrastes y los planos generales se tornan magníficos en una poética de la luz que no es precisamente terreno común en el género documental. En definitiva, que la producción boliviano-argentina La conquista de las ruinas sea la ópera prima de su director, Eduardo Gómez, no hace más que agrandar la sensación de maravilla y generar gran expectativa por sus próximas producciones. 

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