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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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René Bascopé recordado por Jaime Nisttahuz

Un repaso a la vida y muerte del autor de la obra La tuma infecunda y la amistad entre los escritores paceños y cofundadores de la revista Trasluz.
De izquierda a derecha- Jaime Nisttahuz, René Bascopé, Marcelo Quiroga Santa Cruz y Ángel Bascopé (1980). ARCHIVO
De izquierda a derecha- Jaime Nisttahuz, René Bascopé, Marcelo Quiroga Santa Cruz y Ángel Bascopé (1980). ARCHIVO
René Bascopé recordado por Jaime Nisttahuz

El escritor Octavio Paz afirmó que la historia de una literatura es la historia de unas obras y de los autores de esas obras. La valoración de Paz tiene eco cuando el poeta y cuentista Jaime Nisttahuz evoca algunos pasajes de la vida y obra de René Bascopé Aspiazu (1951-1984). La agitada vida de Bascopé puede resumirse en estas líneas: egresó de la carrera de ingeniería de la UMSA (sin obtener el título académico); fue rector interino y director de la Escuela Industrial Pedro Domingo Murillo de La Paz; ejerció el cargo de director y profesor del colegio nocturno San Calixto; fundó y codirigió la revista literaria Trasluz (junto a Jaime Nisttahuz y Manuel Vargas); fue uno de los impulsores del Semanario Aquí. En el campo literario publicó Noche y otros cuentos (Primer premio en cuento, 1977), Niebla y retorno (Primer premio en cuento, 1979), Los rostros de la oscuridad (Segundo premio en novela, 1978), Niebla y retorno (Primer premio en cuento, 1979), La noche de los turcos (1983), La veta blanca: coca y cocaína en Bolivia (Reportaje polémico que le llevó a afrontar varios juicios legales, 1982), y la novela póstuma La tumba infecunda (Premio “Erich Guttentag”, 1985). Contrajo nupcias con su prima Rose Marie Guzmán, quien era hija del periodista y novelista Mario Guzmán Aspiazu. Años después, René estableció una clandestina y turbia relación sentimental con una conocida periodista –actualmente adscrita al proceso de cambio– que “accidentalmente” lo llevó a la tumba. 

La amistad entre Jaime Nisttahuz y René Bascopé se dio en la década de los años setenta a raíz de la simpatía que ambos tenían por el poeta nicaragüense Mario Santos, quien estuvo exiliado unos meses en Bolivia. Fue ese imprevisto encuentro con el poeta Santos que unió la vida de estos dos futuros escritores. A René le gustaba mi humor chispeante –relata Nisttahuz–, porque era bastante seco de carácter y de creencia hereje. Esto debido al disciplinamiento político que recibió a temprana edad como militante de la Juventud Comunista en Bolivia (JCB). Curiosamente también se reflejaba en las lecturas preferidas de Bascopé, que estaban inmersas en un dogmatismo izquierdista, al extremo de rechazar fácticamente toda la producción literaria del odiado país del Norte. “No leía novelas del imperio: creía que los escritores yanquis seguían al capitalismo y escribían como medio de propaganda a favor del imperialismo”, rememora Nisttahuz. Pero fue una llamada de atención del propio Jaime Nisttahuz que le dijo: “Los primeros que se oponen a cualquier régimen son los novelistas, artistas y poetas, ya que no comulgan con los regímenes imperantes, porque son unos anarquistas”. En su siguiente visita a casa de Bascopé, Nisttahuz pudo ver en su estantería de libros varios títulos de autores yanquis.

Los años ochenta fueron acelerados y conflictivos para Bascopé. Tras la toma del poder de Luis García Meza, el periodista, cineasta y religioso jesuita Luis Espinal (1932-1980) fue torturado y asesinado, bajo esas circunstancias políticas, René Bascopé asumió la dirección del Semanario Aquí. Pasó poco tiempo para ser exiliado a México. Después de la caída del dictador García Meza, muchos políticos retornaron a Bolivia, entre ellos René Bascopé, quien volvió en 1982, para retomar la dirección del Semanario Aquí. Tras el encuentro con Bascopé, el poeta Nisttahuz notó que hubo un cambio notorio en su carácter. Ya no era ese patético, ortodoxo y ceñudo marxista de hace escasos años atrás: “Ya que había adquirido un humor negro: pero humor al fin”, dice Nisttahuz. Y lo más llamativo para Jaime Nisttahuz, fue la metamorfosis de creencias que tuvo René: “Pasó de ser un ateo comunista a creyente cristiano”. Este cambio de postura política e ideológica puede ser resumida en palabras del propio René Bascopé, que repetía frecuentemente a sus interlocutores más cercanos: “El comunismo es una hermosa escuela de formación política, pero ahí se quedan los aplazados”.

Los trajines políticos de Bascopé fueron puntualizados por Fabian II Yaksic, quien señala: “Militó en el Partido Comunista, del que luego salió –después de varias críticas hechas en el semanario Aquí sobre la conducta política del partido en el gobierno de la UDP– para después pasar a militar en el Partido Socialista Uno (PS-1). Entre 1978-80, tiempo en el que la mayoría nos entusiasmamos con la UDP, él fue muy crítico, particularmente con el MIR. Con referencia a este partido señaló: ‘El destino de enredadera es la de ciertos partidos políticos. Por propugnar el entronque, se abrazan al árbol seco y carcomido de la burguesía’”. 

Otro aspecto llamativo que recuerda Nisttahuz, es el aire esotérico que comulgaba Bascopé. Le gustaba lo místico, lo arcano y lo profundo del submundo urbano. Alguna vez me dijo –rememora Nisttahuz– a modo de clarividencia: “Jaime, voy a morir joven”. Vaticinio que se cumplió años después, murió a la edad de 33 años, “en un controvertido accidente (la bala de su propio revólver le destrozo el estómago), de una manera que bien podría ser parte de otro dramático cuento, de los muchos escritos por René. Era la parca el centro de su atención literaria, tejiendo historias en torno a ella, como presintiendo siempre su proximidad”, escribe Yaksic. También el cuentista Nisttahuz retrató la muerte de Bascopé en el cuento Sandunga –parte de Inquilinos del insomnio (2008)–, en donde relata: “Qué desgraciada esta Laura. Llamar todavía a la clínica. Preguntarme cómo estoy. Casi le digo con ganas de arrancarte las tripas con los dientes. Y me tiró dos balazos. Como para asegurarse de timbrarme. Y con mi propia arma. Pero a los tiras, qué podía decirles. Nobleza obliga. Que fue un accidente”. El poeta Jaime Nisttahuz reconstruye en el cuento lo que pudo haber pasado ese fatídico día: “Había deambulado tanto y bebido tanto, para poder ir donde Laura a recoger mis cosas y terminar mi relación con ella… Iba metiendo en el maletín mi ropa, mi afeitadora, unos libros, escuchando y no escuchando… Haberme perjudicado a tu lado. Si supieras lo que he perdido por tu culpa. Pero noo… No vas a irte así nomás. Después de todo lo que te he dado. Y apareció en sus manos, algo que faltaba entre mis cosas: el revólver. No la creí capaz de disparar. Y menos dos veces. Sentí como dos puntadas en el estómago. Cuando quise quitarle el revólver yendo hacia ella, que retrocedía, no sé si asustada o pasmada de lo que hizo, el mareo me desdibujó las cosas, me flaquearon las piernas”. 

Hasta el día de hoy no se aclaró del todo ese oscuro acontecimiento, ya que la presunta culpable quedó libre de toda investigación a pedido de René. Según relata Nisttahuz, horas antes que muera Bascopé, prometió relatarle todo lo sucedido ese día, pero, sus horas estaban contadas. El silencio de Bascopé fue suplido por varias versiones, que, entre sus amigos y su entorno más cercano identifican a la periodista como culpable de la muerte de Bascopé. Algunos más sutiles, simplemente la llaman “la mata hombres”.

Literato – @freddy_zarate1