Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 15:36

El rehén: un resumen de cómo aprendo a ser Yo

Reseña sobre la más reciente novela del escritor Gabriel Mamani Magne, disponible a través de la editora Dum Dum
El escritor paceño Gabriel Mamani Magne y la portada de ‘El rehén’. COLLAGE- RC
El escritor paceño Gabriel Mamani Magne y la portada de ‘El rehén’. COLLAGE- RC
El rehén: un resumen de cómo aprendo a ser Yo

A la hora de escribir, reflejamos nuestra concepción del mundo, el entramado social en que nos desenvolvemos. Sin duda alguna, las novelas de Gabriel Mamani Magne nos dejan experiencias ficcionales pero verosímiles, en las que nos reconocemos en mayor o menor medida, no solo desde una conceptualización de lo que podría significar la bolivianidad para cada uno de nosotros, sino también como personas que existen, que son.

La novela El rehén (Dum Dum, 2021), no solo me mostró un Gabriel evolucionado en su manera de escribir que, palabra a palabra, sin muchas vueltas ni aspavientos, cuenta una historia que atrapa al lector y lo obliga a terminar el libro lo antes posible. La estructura del relato, me dejó con la sensación de una caja dentro de otra caja y otra caja, así hasta el infinito. Un mundo de relaciones sociales que se reproducen en la vida de los adultos, en la vida de estos niños, dentro de la ciudad, de la casa, del patio, de Cristian, del Chuño. 

También me abrió una mirada atrevida al mundo de los niños, aspecto que, desde nuestra cotidianidad adulto céntrica, tendemos a simplificar, a asociar con palabras como la inocencia o la carencia de conocimientos y experiencia de vida. Al menos, casi todas las conversaciones que escucho referentes a los niños en minibuses, cafés, parques, hasta bares u otros espacios, suelen desarrollarse en esos términos.

Jacques Lacan (1901 – 1981) postuló que construimos nuestro yo a partir de los significantes que nos otorga el Otro. El rehén se abre a esta construcción de lo que somos, en este caso, de lo que es Cristian, el personaje principal y narrador de esta novela, cuando dice: Sé que no estuve ahí y por tanto no pude ver nada. También sé que hablo en primera persona y que la estructura narrativa y etcétera y que mi narrador no es omnisciente y…, pero no importa. Me lo han contado tantas veces. He pensado tanto en esto que es como si realmente hubiese estado ahí. Desde el principio, la novela se construye a partir de una historia, de un discurso narrado por el Otro que, vamos descubriendo, fue una experiencia que marcaría un antes y un después en la vida del personaje, que terminó construyéndolo como un sujeto en falta, aspecto también teorizado por Lacan.

La novela aborda un hecho concreto: El Chuño Yupanqui finge el secuestro de sus hijos para que su ex esposa pague un rescate que le servirá para costear las curaciones de un colega suyo, al que golpeó en una noche de copas. Este hecho concreto se reproduce en el mundo de los niños, cuando el personaje principal Cristian, junto a su hermano Tavo y otros niños que conoce en la casa donde están escondidos, realizan una suerte de “secuestro” de Chikorita, la gata de uno de los niños, con el fin de que este acceda a darles aquello que cada uno desea (dinero, ropa de varón, conocer el mundo, etc).

De este modo, la casa llega a convertirse en un laboratorio del mundo adulto, donde los niños reproducen todo aquello que ven y escuchan a su alrededor. Esos diez días de la vida de Cristian que nos cuenta El rehén, es también una narración de cómo se van perpetuando las relaciones de poder de generación en generación y los roles que los individuos asumimos en referencia a ellas.

Los niños reflejan una escala de valores, revelan que han internalizado reglas de juego con las que ya se mueven siendo niños y con las que se moverán en la vida adulta, esquemas de percepción, de apreciación y acción que les han enseñado los adultos. Estas reglas del juego perpetúan quiénes dominan y quiénes son dominados y los mecanismos con que se va ejerciendo esa dominación.

Al principio de la novela, el Chuño desfigura la cara de su colega debido a que interrumpió su proceso de seducción a una joven. Esto implica la demostración de la hombría a través de la conquista de la mujer y la suerte de “fuerza” frente a su oponente. El mismo hecho legitima a la violencia física como forma de resolver conflictos.

Ambos aspectos se reproducen en el mundo de los niños. Por un lado, la resolución de conflictos a través de la violencia es constante, denotando que es algo ya aprendido. Por ejemplo, en el pasaje en que los niños llegan a su casa en el momento en que la esposa de Colque solicita el pago por los daños contra su marido, Cristian piensa: En consecuencia no puedo ver lo que habita en ellos y subo a mi cuarto y enciendo la tele y mi hermano me dice “cambiá a la novela” y yo le digo que es un marica, el más marica de todos “te voy a romper la cara”. Cristian amenaza con hacer lo que hizo su padre, identifica que la forma de dominar al otro es a través del ejercicio de la violencia física.

Por otro lado, ambos episodios acontecidos tanto en el mundo adulto como en el mundo de los niños, evidencian la masculinidad hegemónica como forma de dominio sobre el otro (mujer, varón considerado no varonil), utilizando, a su vez, la violencia física como un medio para expresar dicho dominio. En el mundo de los adultos, tener relaciones con la joven para que el Chuño demuestre su hombría “pisoteada” por esa esposa que lo dejó, que se volvió a casar y que es minibusera como él, demostración interrumpida por su colega Colque y que se reivindica por un instante cuando lo golpea. En el mundo de los niños, Cristian que cataloga a Tavo como marica por querer ver la telenovela en el momento en que rememora la mirada de su padre, de ojos difíciles, ásperos, mirada que aún no puede identificar qué sentimientos esconde, quizás alguno “prohibido” para un varón, confusión que genera el impulso de golpear la cara de su hermano para resolver su esa sensación de no saber qué le pasa a su padre, tal vez anular los sentimientos.

Varios pasajes del libro refieren este tipo de relaciones entre varones y mujeres, entre varones y varones. El adolescente Maicol, cuya madre lo viste de mujer como un castigo cuando sale a tomar.  El diálogo entre los niños cuando juegan cartas: “Te vas a hacer violar, puta”, le dice Edson a Yumi por hacer trampa. “Marica, tú antes eras mujer, ¿sabías?”, le dice a Abel porque tarda mucho en jugar. Cristian que, pese a que no sea cierto, les dice a los demás que le gusta Yumi y aprovecha cualquier momento para meter su mano debajo de su polera.

Si bien no quiero adelantar el magistral final de la historia, toda la novela, en su conjunto, deja en mí una pregunta que raya en lo existencial porque va más allá del mero relato. ¿Cómo será la vida de cada uno de estos niños y niña en su futuro?

Si hablásemos de predecir el comportamiento humano, estas relaciones de poder entre géneros, estas formas de resolver conflictos se perpetuarán en sus historias y quizás, (solo quizás, ya que puede ser una experiencia extractada de mi vivencia diaria desde mi ámbito de trabajo), todo lo que vivieron en esta etapa marcará un trauma que se presentará cuando sean adolescentes, adultos, arrebatándoles de algún modo eso que llamamos felicidad, o paz, o satisfacción con la vida. 

Mi respuesta es que, al final, cada uno de ellos se convertirá en un ser incompleto. Después de todo, esta no sería una historia del todo ajena a cada uno de nosotros, ¿verdad?