Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 21:57

Reflexiones desde el c... del mundo

La nueva película de Juan Pablo Richter es un ovni en la cinematografía boliviana, como los que imagina su personaje, y eso es positivo, alentador y poderoso. Una reseña sobre ’98 segundos sin sombra’, filme que continúa en la cartelera nacional.
Un fotograma de la película boliviana ’98 segundos sin sombra’. PUCARA FILMS
Un fotograma de la película boliviana ’98 segundos sin sombra’. PUCARA FILMS
Reflexiones desde el c... del mundo

Leer 98 segundos sin sombra de Giovanna Rivero es apasionante desde las primeras líneas, como en muchos de sus relatos, Rivero tiene una peculiaridad: parece llevarnos rauda y vertiginosamente por el camino visible, mientras, sin darnos cuenta, atravesamos ciertos atajos. En las primeras líneas surge, diáfano y contundente “Siempre pienso en cuánto odio a mi padre”, el soliloquio de Genoveva, la protagonista absoluta de esta historia, nos ofrece, de manera generosa, sus ojos, luego la piel y todos los demás sentidos, para describirnos la periferia boliviana de oriente, en pleno auge del narcotráfico y depresión económica de los años 80’s. Creemos ver el caos y esperpéntico mundo de Genoveva como un sacudón brusco, sin concesiones, aunque el otro mundo, el mundo real, igual o más grotesco, se sugiere. 

A Juan Pablo Richter, muchos de estos hilos que Rivero va tejiendo en la construcción del “universo Genoveva” lo atraparon y vio en las entradas del diario y elucubraciones juveniles que sirven de esqueleto a la novela, una potencial película que, de alguna manera, continúa la exploración – de  Richter y Rivero – en este mundo aun poco explorado que es la periferia, la provincia girando como un pequeño satélite alrededor de la ciudad, esta última, masa oscura y poco accesible desde esa distancia. Una periferia tropical en un país que se asume andino, en un país periférico, que cree estar en el centro. Mucho de este paisaje abigarrado en lo cultural y político, este paisaje de la provincia, no del campo, de la clase media, no del rico o el pobre, este paisaje “entre”, a medio camino, es, para mí, “el otro” cine boliviano que no debe ser el otro. Es posiblemente el cine que no se espera de este lado del mundo, tal vez por temor a repetir, temor a soslayar lo “urgente”, lo “importante”, o en algunos casos, lo exótico. Lo que construye Rivero en su novela, sin embargo, está muy lejos de ser solo un intento por buscar un paisaje (material y simbólicamente hablando) diferente al asociado con nuestra identidad oficial, pues busca además dimensiones más sutiles de lo político a través de una exploración del mundo femenino desde donde mirar una parte de nuestra sociedad, y lo extraño, surreal y fantástico, que al final es otra suerte de exotismo a lo sudamericano, es una herramienta poderosa. En 98 segundos sin sombra, película homónima de Richter, se intenta articular algunos de esos elementos, especialmente los vinculado al mundo femenino, y en este caso, la adolescencia, otra dimensión aún poco explorada en el cine boliviano. 

No es fácil la adaptación de cualquier obra literaria al cine, y la mayoría de las veces el éxito radica, entre otras cosas, en trabajar dos dimensiones: una negociación entre la imagen y la palabra, donde gane la imagen y dé fuerza a la palabra, y, por otro lado, una historia y personajes que encuentren su propio aire sin intentar la transliteración exacta entre estos dos lenguajes. Richter logra crear un universo propio y dialogar con el de Rivero, aunque extraño y ambiguo, el resultado es sugerente en muchos sentidos. Richter menciona en una entrevista a La Ramona, que en esta película se arriesga a probar con géneros cinematográficos, efectivamente es un riesgo y también un gesto loable. El manejo del género narrativo, injustamente asociado a lo comercial, en el cine boliviano es poco común. Si dejamos de lado la comedia café-concert, hay pocos intentos de meterse de lleno en la construcción de una historia a través del juego/reglas de un género, casualmente Casting (2010), película que Richter co-dirige con Denisse Arancibia, se encuentra en esa reducida lista. 

Si en El Río (2018), una excelente película, de secuencias bien logradas y guion redondo, Richter opta por un naturalismo y sobriedad heredado del cine latinoamericano independiente de principios del 2000, en 98 segundos sin sombra, las opciones son varias y el reto es diferente, los niveles son diversos, desde el contexto político social frente a un universo subjetivo y ensimismado, hasta la cantidad de personajes, reales y no tan reales, y la sucesión de hechos que se arman en el rompecabezas que la protagonista nos expone (se dice a ella misma) en su diario. 

Entonces tenemos a una Genoveva (Irán Zeitún) que por momentos rompe la cuarta pared, también nos narra en voz en off o simplemente piensa en voz alta y hasta habla a través de otros personajes, pero también están esos otros personajes, su amiga Inés, la chica Vacaflor, el Maestro, Padre y Madre, a veces vistos desde una mirada omnisciente, en tercera persona, y otras veces vistos a través de los ojos de Genoveva. En este juego entre la puesta en escena más rígida, de planos extensos, sopor tropical, pausas tensas o frases filosóficas que aparecen de repente, y el imaginario adolescente de Genoveva, fugaz, fragmentado, fantástico, kitsch, pop y hasta grotesco, a 98 segundos sin sombra le sienta mejor mostrar que hablar, al menos si no es Genoveva la que nos habla o hace hablar a los personajes que reinventa. Gana más cuando la imagen es protagonista y los personajes se pasean como zombis, como maniquís o caricaturas patéticas de su horrenda versión real, es decir, a la historia le sienta mejor fantasear y exagerar para hablar de la dura y patética realidad. 

En intervalos, justamente cuando los personajes adquieren un tono más severo y reflexivo, se extraña o necesita la naturalidad de El río, la fluides en el performance de sus personajes, que al decir o solo mirar decían mucho, algo esencial en películas como Las niñas (2020), conocida aquí por tener a la boliviana Daniela Cajías en fotografía. Siento que se pudo dar un paso más (aunque ya se hayan tomado riesgos), despabilar la puesta en escena y el montaje para convertir la película definitivamente (porque a momentos sí lo es) en una comedia negra adolescente, con componentes de fantasía rural apocalíptica, pues algo así es el mundo que Genoveva construye en su diario y sus monólogos, está plagado de extraterrestres y rituales vudú. Ella quiere escapar a Ganímedes, mientras considera que su madre fue abducida y lo que tiene en su casa es solo una copia, evita que la absorba el hoyo negro en el que su padre habita desde hace años y sobrevive al fascismo de un grupo de religiosas que a momentos parecen la tripulación de barco pirata. Genoveva atavía a esos seres de disfraces y máscaras, los reinventa, se ríe de ellos y los odia en secreto, pero sin culpas, sabe que ese mundo de zombis y ovnis no es real, pero lo abraza porque sabe que es en lo único en donde tiene realmente control y libertad.  

La nueva película de Juan Pablo Richter es un ovni en la cinematografía boliviana, como los que imagina su personaje, y eso es positivo, alentador y poderoso. En sus imperfecciones y riesgos tiende puentes para descubrir mundos, el de Genoveva, el del oriente, el de Giovanna. Que las voces provengan de lugares dislocados no hace más que completar el mapa y abrir el diálogo. En el cine boliviano las preocupaciones políticas son inevitables, es parte de nuestra identidad para bien o para mal, pero, redimensionar esas búsquedas en la poderosa imaginación de una adolescente en el culo del mundo, es reconfortante.