Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Queremos tanto a Chile y a su cine

La nominación al Oscar del documental chileno ‘El agente topo’ (disponible en Netflix) nos da la excusa perfecta para pasar revista a la cinematografía reciente del país vecino, que goza de una envidiable salud.
Algunos títulos destacados de la cinematografía chilena.    CINEMACHILE
Algunos títulos destacados de la cinematografía chilena. CINEMACHILE
Queremos tanto a Chile y a su cine

Más que para renovar el deseo de volver a tener un acceso soberano al Océano Pacífico, la conmemoración del 23 de marzo, el Día del Mar, suele ser infalible para avivar el sentimiento anti chileno en Bolivia. Al menos durante los días inmediatamente previos y posteriores al aniversario de la batalla de Calama en la Guerra del Pacífico, las pompas chauvinistas consiguen lo que los políticos de este país son incapaces de hacer: unir a los bolivianos en torno a un solo sentimiento. Lástima que ese sentimiento sea el odio, el odio a nuestros vecinos transandinos, a los que culpamos de (casi) todas nuestras desgracias. De ahí que se nos antoje tan pertinente dedicarle este espacio a la admiración y el cariño que muchos bolivianos tenemos por los chilenos, en particular, por su cultura. No por nada suele decirse que el mejor antídoto contra el odio es la cultura. Así que ahí vamos.

La excusa para declarar nuestro afecto a Chile es coyuntural, pero no por eso menor: la nominación al Oscar a mejor documental del filme El agente topo, de la realizadora chilena Maite Alberdi. La cinta -que puede verse en Netflix- es la única producción hispanoamericana que se ha hecho espacio en la gala de los premios de la Academia que se entregarán el 25 de abril. Ni México ni España ni Argentina ni Brasil, que tienen industrias cinematográficas más grandes, pudieron este año lo que sí Chile.

Este nuevo hito del cine chileno está lejos de ser circunstancial. Sin ir más lejos, chilena es la última película hablada en español que ganó el Oscar a mejor película extranjera: Una mujer fantástica (2017), de Sebastián Lelio. Poco antes, Historia de un oso (2014), de Gabriel Osorio, ya le había dado a Chile su primer eunuco dorado, al imponerse en la categoría a mejor corto animado. El campanazo chileno en Hollywood lo había dado, no mucho antes, el largo No (2012), de Pablo Larraín, la primera producción de Chile en meterse en el quinteto finalista por el Oscar a mejor película extranjera.

Fuera de los márgenes de Hollywood, el cine chileno de la última década viene cobrando un protagonismo inusitado, incluso superior al de cinematografías con más tradición como las de Argentina y Brasil. Nombres como los de Pablo Larraín (premiado en Cannes) y Sebastián Lelio (premiado en la Berlinale) comenzaron a sonar fuerte en los circuitos festivaleros, que no tardaron en reparar en sus célebres predecesores, Raúl Ruiz (Tres tristes tigres) y Patricio Guzmán (La batalla de Chile), dos cineastas chilenos afincados hace décadas en Europa, donde eran -y siguen siendo- venerados por la crítica (aun cuando el primero ya lleva una década muerto), en virtud de su obra previa, pero también porque seguían produciendo de forma muy activa.

La alusión a Guzmán, documentalista consumado, dio lugar a un redescubrimiento del cine de no ficción chileno, de la mano de un cineasta que, si bien viene creando desde hace varias décadas, se ha vuelto más visible e influyente en los últimos años: Ignacio Agüero (Como me da la gana). Detrás de él aparecieron otros nombres con menos años, pero mucho que mostrar y una buena cintura para interpelar los límites entre la ficción y la no ficción: el tándem Perut-Osnovikoff (Los Reyes), José Luis Torres Leiva (El viento sabe que vuelvo a casa),  Dominga Sotomayor (Tarde para morir joven), Cristian Soto-Catalina Vergara (La última estación), Marialy Rivas (Joven y alocada), entre otros.

Con esto no se quiere decir que haya una movida en torno a determinadas figuras, pues la vitalidad del cine chileno permite que, en paralelo a estos cineastas mimados por los festivales y la crítica, vengan o sigan desarrollando sus carreras realizadores muy diversos, por sus edades, estilos o intereses, como Miguel Littín (otro de los taitas del cine chileno, autor de esa pieza maestra del Nuevo Cine Latinoamericano, que es El Chacal de Nahueltoro), Matías Bize (En la cama), Andrés Wood (Machuca), Sebastián Silva (La nana), Alberto Fuguet (Velódromo) o Che Sandoval (Dry Martina).

Tampoco se pretende hacer una revisión exhaustiva de la actualidad del cine chileno, algo para lo que, seguramente, no estamos preparados. La idea es dar cuenta de la fertilidad de la cinematografía del país vecino, capaz de engendrar obras tan heterogéneas como Nostalgia de la Luz (Patricio Guzmán), Gloria (Sebastián Lelio) o La casa lobo (Cristóbal León y Joaquín Cociña), un documental político, una ficción existencial y una animación histórica, respectivamente. Esto para no hablar del crossover internacional que han hecho cineastas como Silva (con Magic, Magic o Nasty baby), los Larraín desde su productora Fábula (con filmes dirigidos por Pablo como Jacky y Spencer, este último aún en producción) o el propio Lelio (con Disobedience y Gloria Bell, este último remake gringo de Gloria), quienes ya vienen filmando producciones angloparlantes de éxito variable.

Este mapeo inicial del cine chileno viene a cuento para contextualizar el éxito de El agente topo, una película que, a nuestro entender, guarda algunas de las cualidades más distintivas del cine chileno actual: la potencia de la no ficción, el protagonismo creciente de mujeres directoras, la heterogeneidad de su filmografía y la proyección internacional de sus imágenes.

Que este texto y los que le siguen, una reseña específica de El agente topo y una revisión sucinta de algunas otras películas chilenas recientes de las que ya se ha escrito en este suplemento, sirvan como testimonio de la genuina admiración que tenemos por el cine chileno, del cariño que guardamos por sus cineastas y del orgullo que sentimos de que nos representen en las principales vitrinas de la industria cinematográfica.

Periodista - @EspinozaSanti

Breve muestrario de cine chileno reciente

Gloria

Sebastián Lelio, 2013

Si no fuera una película, sería una poesía, al mejor estilo de la poesía chilena, antes de que quedara a la intemperie, como dijo Roberto Bolaño, cuando era audaz y no hacia melodrama. Gloria es el nombre de una canción romántica del italiano Umberto Tozzi. Gloria es también el nombre de una chilena cincuentona que entiende, romance truncado de por medio, que llenar sus días de actividades no la salvará de vivir su madurez, la de su mente, de sus ideas y de su cuerpo. Tendrá que aprender a escuchar su propia música, por muy anticuada que suene. Inundada de música romántica de los ochenta, Gloria fue una de las sorpresas más reconfortantes del cine latinoamericano del año 2013. (Alba Balderrama)

No

Pablo Larraín, 2012 (disponible en Netflix)

Para la película No, del chileno Pablo Larraín, todo ha sido Sí. En diciembre sí fue preseleccionada para representar a Chile para competir por el Oscar al mejor filme de lengua no inglesa (junto a Amor del maestro Haneke); sí se impuso en la Quincena de realizadores en Cannes de este año; sí ha movilizado a todo un país, refrescando un importante y esencial evento de su memoria reciente, como fue el plebiscito de 1988 que buscaba derrocar a la dictadura de Pinochet de manera democrática, en la que se daba 15 minutos por televisión nacional para la campaña del Sí y otros 15 a la del No; sí eligió a un maestro del guión como es el mexicano Pedro Peirano; sí contó con un conmovedor personaje principal, René Saavedra, protagonizado por un misterioso e intenso Gael García Bernal, en su mejor papel: el joven publicista que representa a los políticos y creativos que lideraron la campaña del No en Chile; sí mezcla acertadamente la ficción y la realidad, con material de archivo de la televisión de los ochenta y material nuevo, reforzando el sentimiento de realidad; y sí, quizá el sí más importante, ha puesto la historia chilena reciente en la mirada de la audiencia mundial, y esto es un puro y entregado acto político. 

No nos enseña mucho más que la forma en que pudo derrocarse a un dictador, de forma pacífica y democrática. ¿Suena pedagógico? ¿por qué NO? (AB)

Salvador Allende - Nostalgias de la Luz - El botón de nácar

Patricio Guzmán, 2004 - 2010 - 2015

Salvador Allende (2004), Nostalgia de la luz (2010) y El botón de nácar (2015) son tres documentales que ofrecen una muestra de la portentosa complejidad que ha cobrado la obra más reciente de Patricia Guzmán. Son películas en las que, sin dejar de volver al Chile de los desaparecidos y torturados por Pinochet, el cineasta asume la primera persona para evocar sus propios recuerdos (el entusiasmo por Allende, el terror ante la persecución o la incertidumbre en el exilio) y, desde ahí, lanzarse a explorar y desentrañar los territorios que componen su país: el desierto y su firmamento (Nostalgia de la Luz), el mar (El botón de nácar) y, cómo no, el cine, ese otro territorio que configuran las imágenes en movimiento de archivo (Salvador Allende). Y al bucear en todos ellos va encontrando la cifra de una memoria palimpséstica en la que el relato personal revela tras de sí la historia colectiva y, esta a su vez, las huellas de un pasado más ancestral en el que el hombre es apenas un signo más del paisaje que lo cobija, lo explica y lo condena. (Santiago Espinoza A.)

Joven y alocada

Marioly Rivas, 2012

Con una puesta en escena que aspira a trasladar la estética digital bloguera al cine, esta desenfadada, irreverente y muy lúdica película -premio al Mejor Guión de la sección World Cinema del pasado Festival de Sundance- cuenta las aventuras de una joven de 17 años, que enfrenta las ataduras de una muy estricta familia evangelista dando rienda suelta a un impulso de exploración sexual que parece no tener límites. Una muestra más de la muy buena salud que goza la cinematografía chilena, acaso la más apreciada y estimulante de las de Latinoamérica en estos momentos. (SEA)

Violeta se fue a los cielos 

Andrés Wood, 2011

Justo cuando se cumplen 45 años del suicidio de la cantante, artista polifacética y folclorista chilena, Violeta Parra, se estrena la esperada película de Andrés Wood sobre la vida de esta, ante todo, mujer excepcional. Violeta se fue a los cielos nos muestra a Violeta Parra (Francisca Gavilán) sentada a sus cuarenta y pico, en la carpa que erigió en La Reina para cantar y vivir, sola, con la luz del sol entrando por las grietas del techo viejo, con su vestido hecho de retazos de tela por ella misma. Es visitada por sus vivencias, sus recuerdos, sus canciones y sus sueños; no está muerta, no ha muerto. Está en la carpa y, desde allí, su música, su poderosa voz y poesía nos llegan y calan dentro. Entre cuecas, risas, baile y lágrimas, muchas lágrimas de dolor, asistimos a la vida de Violeta, porque muerte no hubo nunca. (AB)