Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 05:26

Prácticas negativas de los políticos en escenas patéticas

Sobre el libro Escenas Patéticas (Críticas Político-Sociales) de Antonio Gonzales Aramayo, publicado en La Paz en 1948.
Prácticas negativas de los políticos en escenas patéticas


Uno de los libros que no debería faltar para entender y conocer la cultura política del país es el titulado Escenas Patéticas (Críticas Político-Sociales) de Antonio Gonzales Aramayo, publicado en La Paz en 1948 por la librería La Universitaria Gisbert y Cia., el mismo consta de diez capítulos. En “Política y más Política”, correspondiente al capítulo siete, se aborda de manera exclusiva algunas prácticas negativas de los políticos, que serán el motivo del presente comentario.

El autor, en el mencionado capítulo, comienza afirmando que “nuestra peor desgracia ha sido la política”. Según él, se habría desarrollado de manera descomunal y sin ningún tipo de control para el beneficio personal de los prosélitos y amigos del partido en función de Gobierno. Asimismo, asevera que “la política es el medio más rápido y eficaz para salir de la indigencia”. Además, para enrolarse en ella no se necesita título alguno.

Ante esa realidad identificada en el párrafo anterior, plantea lo siguiente: “Tal vez podría salvarse este país con la extinción absoluta de los partidos políticos”. Ese deseo radical se sustenta, sin duda, en el accionar demasiado discursivo de los políticos antes que en hechos concretos; porque, según él, “el país necesita hechos y no promesas”. Las promesas sin las acciones son parte de las estrategias de los políticos. El político que no ofrece, no tendría ningún adepto.

La burocracia en la administración estatal no es ajena a las observaciones meticulosas del autor, porque, según él, es la generadora de “la aterradora papelería de la administración pública, a la vil adulonería, a la ‘coma’ vergonzosa”. Los efectos que remarca de la burocracia son mecanismos de los que se valen los administradores del Estado para ejercer y hacer sentir su poder ante los demás. Sin la misma, muchos acólitos del partido se quedarían sin “pega política”. A más pegas, mayor es la burocracia y viceversa.

Los políticos enquistados en un determinado partido político, en las elecciones nacionales o departamentales, suelen atiborrar a la colectividad con promesas e intensiones que pretenden ser cumplidas al pie de la letra, en caso de llegar al poder del Estado; sin embargo, nada de ello ocurre cuando ya son Gobierno. El poder estatal sólo es apetecido y buscado para el beneficio personal y no de la colectividad. Al respecto, afirma: “Los partidos sólo ambicionan el poder (…) para gozar de los honores, de los viajes que reporta el poder”. La historia nos enseña que políticos del pasado y del presente tienen las mismas finalidades personales y sectoriales. Sus intereses, quiérase o no, dinamizan a la política.

En otro segmento también señala que: “La política ha sido en Bolivia una incubadora de movimientos inútiles, sin beneficio alguno para el país. Sólo ha servido de peldaño a las ambiciones insaciables y mezquinas; ha sido una cadena sin fin de simulaciones y de mentiras (…)”. La percepción que tiene el autor sobre la política es sin duda decepcionante, incluso con cierto tono de pesimismo. Las acciones reñidas con la moral que se retratan en el capítulo, no son propias de la época del autor, pues las mismas son recurrentes en los tiempos actuales. El Estado, a partir de la lectura, se puede colegir que fue establecido para que los más “vivos” lucren económicamente de las distintas instituciones gubernamentales.

De que la política sea “la eterna simulación de los políticos”, es algo reiterativo en el texto, no porque así se le ocurra al autor, la praxis política del país es ejercida con esas características. Lo único que se hace, en el mencionado capítulo, es reflejar la realidad; además, la simulación es una constante de muchos políticos, ya sea con ideología capitalista, nacionalista, socialista o indigenista. Otra cosa es que el electorado se hace falsas ilusiones con un determinado partido o político.

El autor, al margen de identificar las actitudes negativas de los políticos, también hace referencia a la democracia que no es de su agrado. La democracia, para él, “no puede resolver los graves problemas de estos tiempos. Es débil e indecisa. Permite todos los antagonismos peligrosos, y consciente la lucha de clases con sus terribles consecuencias”. Asimismo, sería la generadora de indisciplina y desorden, ante esa situación apuesta por una dictadura que tenga las siguientes condiciones: “Origen legitimo, materia concreta, plazo limitado y rendición de cuentas”. Así se dé ciertas prerrogativas, una dictadura jamás dejará de vulnerar los derechos humanos, ni de infundir miedo con represiones, persecuciones o asesinatos. Porque todo aquello es parte de su accionar para llegar y permanecer en el poder. La mano dura del dictador siempre va estar por encima las leyes estatales y de las normas sociales. En consecuencia, el “Estado fuerte” o la dictadura, sugerida por el autor, es un despropósito intelectual más que una solución real ante la carencia de un orden social identificado.

Para terminar, el accionar de los políticos -que es esbozado en el capítulo- está en base a los antivalores. Y a raíz de una cultura política ejercida con ese tipo de valores, se tiene gobernantes que en vez de buscar el engrandecimiento del país y el bienestar de la colectividad, están en pos de acumular fortunas de manera ilegal. Ellos han sido y serán maestros de la farsa.

Educador y egresado de Sociología - [email protected]