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El Pozo de Tales y el Politicismo integral

Una mirada crítica a la politización de lo intelectual en Bolivia.
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El Pozo de Tales y el Politicismo integral

Cualquier reflexión filosófica suele ser por esencia intempestiva. Mucho más, si ella se realiza en tiempos de coronavirus. Por eso mismo, suele pasar muy a menudo que el “tufo” de abstracción, marea sobre la aplastante necesidad de esa misma reflexión. Precisamente el título rimbombante de este escrito encierra en gran medida dicha confusión.

Es bien conocida la historia que nos transmite Platón en el Teeteto (174a) sobre Tales de Mileto: “Como también se dice que Tales, mientras estudiaba los astros… y miraba hacia arriba, cayó en un pozo, y que una bonita y graciosa criada tracia se burló de que quisiera conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que tenía junto a sus pies”. Es innegable que la actitud contemplativa “distrae” de las cuestiones prácticas. Tratar de resolver los grandes problemas de la humanidad, idealizar concepciones de mundo y mirar tan lejos que la vista se pierda en la inmensidad, puede dar lugar a ensoñaciones fecundas y a sesudos razonamientos, pero al precio de desconectarse de los problemas concretos. Pues bien, creo que es y no es así.

Aterrizando nuevamente en nuestra “circunstancia concreta”, vemos que efectivamente ya no se “miran las estrellas”, pero para nada. Eso sí, construimos y “pensamos” desde hace un par de siglos, dentro del pozo mismo. Una cosa es la circunstancia, otra cosa es tener la ilusión arrogante de certeza civilizatoria concreta, cuando en realidad estas dentro de un “maldito pozo”. 

Y es ahí, donde uno se interroga sobre la labor y la función de los intelectuales. Aquellos que piensan, o por lo menos intentan hacerlo. Vemos con una aridez desoladora, que por lo menos en Bolivia, pareciera que el intelectual es casi un sinónimo del político. Frecuentemente los pensadores bolivianos naufragan tarde o temprano en lo más peyorativo de la otrora gran palabra que nos debería unir a todos... la política. Ortega decía que “la política es analfabetismo” y añadía que “la obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban”.

Vivimos en una sociedad absorbida por el “Politicismo integral”. Que no sería otra cosa que la “absorción de todas las cosas y de todo el hombre por la política”. En el centro de la mente humana ya no están el conocimiento, la historia, el arte, lo sagrado, el amor, la naturaleza, la existencia y porque no... las estrellas. Solo la política y nada más. Y todo lo demás, si es que aparece, lo hace siempre como un reflejo en mayor o menor medida de la política. Esa política en minúsculas, rastrera, hedionda y putrefacta invade nuestras existencias e impide cualquier atisbo de despertar personal o colectivo. Lejos de ayudar a la sociedad en todas sus contradicciones, me parece que en sí misma concentra la causa de todos sus males. No la solución véase bien, sino la misma esencia del problema.

Pareciera que “la estructura de la vida en nuestra época impide superlativamente que el hombre pueda vivir como persona”. Vida significa “la inexorable forzosidad de realizar el proyecto de existencia que cada cual es”. Idealista como suena, en una sociedad de masas y aglomeraciones, ese proyecto de persona por lo menos debería tener el goce del vislumbre. Vale decir, por lo menos “soñar” con eso. Pero si los que debieran generar dicho despertar, solo generan ruido y más ruido, e insisten en diagramar la realidad simplemente como aquella rutina aplastante, estúpida y desalmada, pareciera que dicho despertar si no imposible, es muy improbable. 

Mi pesimismo no nace de una falsa humildad, o lo que sería peor, de una camuflada arrogancia. Nace de una angustia asfixiante ante la abrumadora cantidad de ruido que no dice nada. Al ruido se lo percibe, pero no se lo escucha. Y ese es justamente el problema. Siento que nada esencial circula, nada verdaderamente importante. Todo se reduce a una febril necesidad de producción de lo mismo, hecha potable solo a base de hashtags, aggiornamentos, barroquismos y fatuas búsquedas de originalidad a como de lugar. Pero, ¿alguien escucha? ¿Realmente alguien escucha? Todo el conocimiento de la humanidad está al alcance de la mano, literalmente. ¿Eso nos hace más sabios que nuestros abuelos? ¿más felices? ¿más serenos? ¿No será que “eso abrumador” más que clarificar nuestra existencia, nos la marea?

Innegablemente somos seres que justamente somos por y a través del lenguaje. Aristóteles entendía el lenguaje como apofánsis (lógos apofantikos). Vale decir, que para él, la función fundamental del lenguaje era la de “hacer ver” (manifestar) aquello de lo que se habla o escribe. En otras palabras, hacer patente y comprensible ese algo de lo que se habla. Pero, ¿que pasa, cuando el logos hace todo lo contrario y más bien nos enturbia la comprensión de nuestro mundo y nos marea para su comprensión? Un buen vaso de vino hace cualquier existencia más dichosa, por otro lado, tomarse tres barriles de uno malo, no tanto.

Curiosamente, todas las panaceas que nos vende el “revolucionarismo” posmoderno nos hunden más y más en lo que ellas mismas dicen que quieren curar. Ni siquiera nos movemos en un nihilismo catalítico transfigurador de valores, solo bebemos ingentes cantidades de superficialidad vana y sin sentido. Nada es importante. Nada es sagrado.

Absolutamente cada consigna a partir de las cuales las nuevas almas de este mundo podrían luchar por algo mejor, son solo rivotriles coloridos para rellenar vidas egoístas, alienadas y majaderas. Insisto que a todos ellos no se les da luz, sino más bien mucha más oscuridad. Cada día estoy más convencido que todas esas banderas, no son banderas de “despertar” y sí,  banderas de más esclavitud. En otras palabras, a los jóvenes les dan golosinas para que no jodan, y sigan consumiendo... punto.

El repertorio es variado: control demográfico, ingeniería social, destrucción de valores (no importa cuáles), atomización social, globalismo, consumo desenfrenado, activismo social media, dominio técnico planetario y masificación total de la conciencia humana. Todo y absolutamente todo apunta a nuestra borregización y fácil manejo. Y bueno ¿Quiénes son los que nos quieren manejar? Pues bien, los de siempre. 

Entonces, ¿Qué pasa con la verdad? ¡Sí! Esa Verdad, la verdad con V grande. Esa verdad que nadie quiere afirmar, esa verdad que los posmodernos han erradicado como si fuera un cáncer. Ella existe, más allá de que nosotros no la podamos reconocer. Y es más, a sabiendas de que nunca la podremos reconocer en su abismal completitud. 

Dicen que la política es “el arte de lo posible”, hagamos que el pensamiento sea, por lo menos a veces, “el arte de lo imposible”.

Músico y filósofo - [email protected]