Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 12:31

Plutón en una sala de cine

Este texto fue escrito en el marco del taller literario “Así en el cielo”, dictado por la escritora boliviana Giovanna Rivero, quien ha abierto un estimulante espacio formativo virtual de escritura creativa sobre el que se pueden averiguar mayores datos en su página de Facebook.
Fotograma de la película ¿Qué hora es allá?, de Tsai Ming Liang. Internet
Fotograma de la película ¿Qué hora es allá?, de Tsai Ming Liang. Internet
Plutón en una sala de cine

Empezó con un mal presagio, el fin del mundo. O al menos el fin del mundo tal y como lo conocemos. El año 2000, el famoso cambio de dígito, empezó con la creencia colectiva de que nuestra civilización se apagaba. Puso a todas las sociedades en vilo ante la eminencia de que terminaría la humanidad. Muchos empezaron a ahorrar, otros a rezar, otros a desprenderse de sus cosas y afectos. Como aquel amigo que me sorprendió con la noticia de que vendió todo y de que solo se quedó con su bici.  

En este lado del globo terráqueo mucha de esa vibración apocalíptica proclamaba su veracidad en el calendario Maya. Lo comprobable es que ese año, el 2000, se dio una gran conjunción de los planetas. Pero pasó lo que siempre pasa cuando se pone en marcha la psicología colectiva negativa, nada. Estamos aquí, veinte años después, sintiendo que esos años no fueron el final, pero sí fueron el gran esfuerzo del inconsciente colectivo por salir a flote. Plutón estaba encima de Sagitario y la lava del inframundo pujaba por salir con toda su oscuridad, pero también con su intensidad y calor. 

Ese año, llegaba a las pantallas una pareja de ojos rasgados, un hombre y una mujer hermosos y delicados. Descubrían, a la luz del cine, su pasión oculta. Desvestían un tono secreto del idioma chino pocas veces escuchado en la pantalla grande. Hong Kong de 1962 era el escenario por el que caminaban, cada uno por su propio sendero, buscando encontrarse en alguna calle. Y cuando lo hacían, en un arrebato contenido, se rozaban, se tocaban apenas, se miraban. La música los acompaña en este intento de adulterio acordado para sobrellevar el adulterio que sus respectivas parejas les ocultaban. Mientras esta historia mínima de secretos se va desplegando y revelando ante nuestros azorados ojos occidentales, el subconsciente oculto con su instinto plutoniano va marcando a toda una generación al son lastimero del violín y el bajo del “Tema de Yumeji” en la maravillosa In the mood for love (2000) del director chino Wong Kar-wai. 

A la imagen icónica y sensual de esta pareja oriental, que se mete a un taxi en Hong Kong buscando el lugar clandestino de su encuentro, la acompañan otras imágenes poderosas que marcaron la aparición del cine asiático en el mundo entero. El cine iraní, con su principal “hombre bueno”, Abbas Kiarostami, irrumpe en el mundo del cine occidental mostrándonos también una luz diferente, una luz que ilumina y quema el amor, la familia, las relaciones en tiempos de censura y guerra. Lo acompañan películas de Jafar Panahí y en especial El círculo (2000) otro gran secreto bullendo bajo un ancho vestido. Panahí destapa el ocultamiento que viven las mujeres en Irán y que, tras un burka, intentan seguir el impulso plutoniano de esta generación: revelarse y salir a la luz con sus bellos ojos almendrados.  

Plutón bulle y corre el velo.  

En este año y en los subsiguientes, surge meditativo y caminando lentamente, en estado de contemplación el cine del malayo Tsai Ming Liang con imágenes arrasadoras, bellas y profundas. Su película Qué hora es allá (2001) mantiene el tono zen de su director budista para hablarnos de este misterioso tránsito que es el de la migración. A través del viaje de su personaje que va de Malasia a Paris y su consiguiente pérdida de la noción del tiempo por la diferencia horaria, Tsai Ming Liang escribe lo imposible, esos movimientos imperceptibles del alma que surgen al cambiar de un lugar a otro, al habitar un nuevo espacio con la amenaza, siempre presente, de que nuestra piel, nuestra lengua, nuestro ser, desaparezca en la traducción.  

Mientras tanto en los mares, grandes cantidades de balsas improvisadas trasladan pueblos enteros de gente que huye de la guerra, los machetes y el hambre desde África a Europa. Miles de personas nos miran desde las fotos en los noticiosos, en las redes, en las pantallas. Sus caras asustadas, sus ojos abiertos pidiendo al mundo occidental un lugar digno para ellos en este planeta que late también con su sangre.  

Plutón orbitando sobre Sagitario se molesta en romper algunas cosas establecidas que se ocultan en el inconsciente de toda la sociedad. Sagitario no suelta a Plutón y se afectan. Sagitario rige los viajes largos, “esos que realizamos tanto con la mente y la fantasía, como aquellos que emprendemos en avión, en barco, en aves espaciales. Sagitario es el eternauta por excelencia”, ilumina Giovanna Rivero. 

En Sagitario, el signo de la inteligencia superior, Plutón marca un tiempo de grandes transiciones tanto racionales (ideas) como geográficas (espacios). Trece años de movimientos, migraciones, refugiados, nuevas ideologías y religiones aparecen en el horizonte curvo saliendo de atrás, llegando desde lejos con un impulso irrefrenable e instintivo. Es el tiempo de las imágenes y el tiempo de las grandes transformaciones políticas y económicas mundiales que se expresan en los movimientos de migraciones que promueven el intercambio de ideas, de imágenes, rompiendo la idea de que el mundo es un lugar mejor si todos seguimos una sola verdad, o que nacemos bajo el mismo sol. No. 

Plutón reabre una nueva conciencia: el mundo occidental ha de aprender a convivir con el oriental. 

Plutón en Sagitario quiere mostrarnos aquello que se oculta marcando a toda esta generación a golpe de imágenes. No olvidemos que solo un año después de que el cine asiático, islámico  y africano irrumpiera en el mundo global encandilado por los reflectores de los grandes mercados internacionales, en el 2001, los televisores de todo el mundo hicieron parar en seco a oficinistas haciendo su café de la mañana, a transeúntes frente a las vitrinas de las tiendas de electrodomésticos, a los niños abriendo sus textos escolares, a padres y madres respirando aliviados después de dejar a sus hijos en el colegio en todo el mundo que vieron, durante varias horas, sin poder creer o respirar bien, aviones cargados de vidas humanas y piloteados por hombres de fe islámicos, estrellarse contra las Torres Gemelas de Nueva York. 

Esas imágenes que rasgaron nuestras retinas para siempre formaron un nuevo horizonte de comprensión para nuestros ojos occidentales. El “landscape” personal de todos los que asistimos a ese momento, como a las imágenes de Tsai Ming Lian o de Wong Kar Wai, ha cambiado de la misma -absoluta- manera cómo ha cambiado el escenario cine mundial o de los refugiados. Esta generación plutoniana no podrá olvidar -porque lo “vio” en vivo y en directo- que el fuego con el que unos viven y gozan, es el mismo fuego con el que otros mueren y padecen. 

Productora y gestora cultural- [email protected]