Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 13:31

CINE

Pepe Mujica: irse para quedarse

Sobre el documental El Pepe, una vida suprema, dirigido por Emir Kusturica y disponible en Netflix.
Pepe Mujica: irse para quedarse

Que, medio siglo después de su muerte, la imagen de Ernesto Che Guevara siga encabezando movilizaciones populares alrededor del globo puede deberse a muchas cosas, pero hay una razón fundamental: la férrea coherencia entre pensamiento y acción del argentino-cubano. Algo similar sucederá tal vez con José Pepe Mujica, el expresidente uruguayo reconocido en el mundo por lo mismo: hacer política con el ejemplo. De eso trata El Pepe, una vida suprema, documental del director serbio Emir Kusturica, disponible en Netflix.

La primera escena pinta a cabalidad el resto de lo que vendrá. En ella, el octogenario montevideano ceba mate frente al cineasta. Algo desaliñado y vestido sin la menor presunción, lo hace en la huerta de su modesta vivienda, con un termo viejo y alguna mosca sobrevolando. Y, tras escupir al suelo las dos primeras chupadas del agua de yerba mate, le pasa el poro a un sorprendido Kusturica que comparte entonces la tradición gaucha, al comienzo de un recorrido por la vida del exguerrillero y ahora floricultor que gobernó Uruguay entre 2010 y 2015, yéndose del poder con una altísima popularidad.

Lejos de la “pose de estatua” de cualquier político, la reflexión de inicio de Mujica tiene que ver con el recuerdo de su tiempo de “soledad en la cárcel”, donde pasó 13 años bajo la represión de la dictadura, como fuente de sus valores. “No sería quién soy. Sería más fútil, más frívolo, más superficial”. En efecto, si algún sentido le halló el exmandatario a la existencia, este reside en la simpleza de lo cotidiano. Si la vetusta peta en la que iba al Palacio de Gobierno todos los días lo comprobaba, lo verifica también todo lo que tiene que ver con él: una casa vieja, su trabajo con la tierra, el nulo cuidado de sus modos de vestir y peinarse; en general, su desprecio por todas las perversiones del poder.

Tal fue, pues, la tónica que imprimió a su administración pública: mejorar las condiciones materiales, pero teniendo en cuenta que solo las mejoras morales pueden significar cambios trascendentes. Así, por ejemplo, se rebajó más de la mitad de su salario para ayudar a emprender un programa de vivienda social; volcó los esfuerzos del Estado a la erradicación de la miseria; y, consecuente con su manera libertaria de ver las cosas, despenalizó el aborto y se abrió a la legalización de la marihuana, acción destacada como pionera en el planeta.

Lo que plantea Kusturica (Gato negro, gato blanco; Underground), de presencia algo excesiva en el metraje, no es sin embargo un repaso tipo informe de gestión, sino un retrato íntimo y artístico de un además incipiente cantante de tango que concibe la transformación cultural para una humanidad mejor. Y la que vemos es por otro lado una tierna historia de amor entre Mujica y su esposa, la histórica dirigente izquierdista Lucía Topolansky, mujer empoderada que participa como igual en las luchas de su marido, incluyendo los recitales tangueros.

No sin la nostalgia de ese ritmo, el hilo conductor los 76 minutos de Una vida suprema es la marcha, a pie y motorizada, de seguidores del líder al acto en el que justamente iba a dejar de ser Presidente. “No me voy, estoy llegando”, es la inolvidable frase de ese día celebratorio. Irse para ejercer poder sobre nuestras vidas es acaso la suprema sugerencia de un filme en el que el uruguayo deja otra importante máxima para los movimientos de liberación: “Los mejores dirigentes son aquellos que, cuando se van, dejan un conjunto de gente que los supera ampliamente”.

Periodista – [email protected]