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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Paul Verhoeven: “Llevo años estudiando la figura de Jesucristo”

El cineasta neerlandés, uno de los reyes de la provocación fílmica, redobla su apuesta subversiva en su último trabajo, ‘Bendetta’, en el que el despertar sexual de una monja lesbiana desata una revolución anticlerical. La película se encuentra disponible en la cartelera nacional.
Daphné Patakia, Paul Verhoeven and Virginie Efira durante la premiere de "Benedetta". MIKE MARSLAND-GETTY IMAGES
Daphné Patakia, Paul Verhoeven and Virginie Efira durante la premiere de "Benedetta". MIKE MARSLAND-GETTY IMAGES
Paul Verhoeven: “Llevo años estudiando la figura de Jesucristo”

En Benedetta, Paul Verhoeven (Ámsterdam, 1938), director de clásicos modernos de la transgresión fílmica como Instinto básico (1992) o Showgirls (1995), se adentra en un territorio que conoce bien: la religión. “Llevo 50 años estudiando la figura de Jesucristo. De hecho, escribí una biografía titulada Jesús de Nazaret. Pero en Benedetta no muestro tanto mi visión de las sagradas escrituras, sino que utilizo a Jesucristo para explorar las contradicciones internas del personaje de la monja Benedetta Carlini”. En su nuevo film, Verhoeven convierte a Jesús en el protagonista de las visiones de la ‘hermana’: “En su primera aparición, el hijo de Dios condena el deseo sexual de Benedetta. Pero, más adelante, Jesucristo le pide a la monja que se desnude ante él, mientras afirma: ‘Allí de donde vengo, no existe la vergüenza’”. Verhoeven, que no fue criado en la religión, explica que, con 20 años, se convirtió en miembro de la iglesia pentecostal neerlandesa, pero aquello solo duró tres semanas. “Eso sí, recuerdo que, cuando el pastor de la congregación empezaba su sermón diciendo ‘Gracias, Dios, por estar aquí con nosotros’, yo realmente sentía la presencia divina. En Benedetta he querido reflejar ese sentimiento religioso”.

Lesbianismo revolucionario

Benedetta está basada en el libro Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy (Studies in the History of Sexuality) de Judith C. Brown, una de las primeras obras en documentar el lesbianismo en la historia moderna occidental. Verhoeven explica que, en su libro, Brown revela que, “a principios del siglo XVI, se instauró una ley que enviaba a la hoguera a cualquier mujer que practicase el sexo con otra mujer. Más de 100 años después, en 1625, cuando transcurre la película, la ley había cambiado y era suficiente con que una mujer utilizara un instrumento para dar placer a otra mujer para que fuese quemada”. El director de Robocop (1987) explica que, “desde un punto de vista narrativo, necesitaba añadir tensión a la odisea de la monja. Por eso, junto a mi guionista, David Birke (Elle), decidimos que Benedetta liderase un levantamiento anticlerical. Esa revolución no ocurrió en la realidad, pero me parecía inspiradora en términos artísticos”.

Una fe escatológica

Si algo caracteriza el cine de Verhoeven es su abordaje cruento de los estigmas físicos de la violencia. En este caso, la fe y el deseo de las monjas se representa a través de encuentros sexuales y heridas abiertas, como el tumor supurante que una de las religiosas alberga como si se tratara de una bendición de Dios. “La dimensión más brutal de mi cine procede de mis experiencias en La Haya en 1943 y 1944, cuando, teniendo 5 o 6 años, asistí al bombardeo de mi barrio a manos de los nazis”, explica el director de Delicias turcas. “Vi a hombres y mujeres con heridas atroces e integré todo eso en mi normalidad. Aquello me hizo inmune al impacto que genera la contemplación del horror, y eso es algo que he aprovechado en mi cine”.

Un consolador blasfemo

De todas las transgresiones con las que juega la película, la que generó mayor controversia en el pasado Festival de Cannes fue la aparición de una estatuilla de la Virgen María convertida en consolador sexual. “La reacción ante este gadget religioso-sexual me recuerda al escándalo que generó el cruce de piernas de Instinto básico. La gente sigue sin creerme cuando les explico que rodamos aquella escena con Sharon Stone pensando que no generaría ningún revuelo”. Este mismo año, en su autobiografía La belleza de vivir dos veces, Stone denunció haberse sentido engañada por Verhoeven, quien supuestamente le pidió a la actriz que se quitara la ropa interior porque reflejaba la luz y le prometió que no se vería nada. El neerlandés responde: “Creo que sus abogados y agentes la convencieron de que ese plano iba a perjudicarla, de que le quitaría posibilidades de ganar el Oscar, y así fue. Pero la realidad es que, cuando se quitó las bragas para rodar la escena, me las dio como regalo (sonríe, pícaro). Luego, yo se las di a mi mujer... ¡y ella las metió en la lavadora! 30 años después, ya puedo contar estas cosas”, remata Verhoeven.

Para los amantes de la transgresión sin prejuicios

Crítica de ‘Benedetta’

Sergi Sánchez/Fotogramas

El cuerpo es nuestro peor enemigo. Esta es la advertencia que recibe Benedetta antes de ingresar en el convento, hasta el punto de que su demencial periplo se convierte, en manos de un desatado Paul Verhoeven, en una corrosiva negación, en un discurso que precisamente reivindica el cuerpo como fuente del placer y del dolor de un espíritu revolucionario.

Todos los personajes femeninos del cineasta holandés son bombas antisistema que dinamitan las estrategias de poder desde dentro. Benedetta, claro, no es una excepción: en sus visiones de un Cristo espadachín y rebanacuellos, en la manifestación de un milagro en forma de excremento de paloma, en un dildo tallado sobre la Virgen María, en un lesbianismo asumido desde la militancia católica, esta monja alférez es el único personaje, por muy ambiguo que sea moralmente, del cínico universo verhoeveniano que cree en algo o alguien, tal vez en sí misma. La fascinación que provoca película tan marciana y escatológica no proviene solo de su juguetona irreverencia sino, sobre todo, de la facilidad con la que el director de El cuarto hombre representa una ética de lo ambivalente propia de su heroína. No sabemos si la película es un europudding con efectos digitales de todo a 100 o una farsa inteligentísima e idealista sobre cómo la libertad de pensamiento, con sus secretos y mentiras, puede vencer a las inquisitoriales instituciones que pretenden sofocarla. Quizás sea las dos cosas a la vez, y de la suma resulte una serie B paródica tan descarada y chispeante como Starship Troopers.