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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Los Ovnis de Huanuni: viaje al centro de la mina del rock boliviano (parte I)

Crónica de un encuentro con Moisés Rivera, baterista y fundador de la banda setentera que compuso ‘Minero’ (himno imprescindible del cancionero boliviano), y que volvió a tocar en Cochabamba hace una semana, tras más de 30 años
NYCOLLE ZURITA
NYCOLLE ZURITA
Los Ovnis de Huanuni: viaje al centro de la mina del rock boliviano (parte I)

A los 68 años, Moisés Rivera está viviendo su segunda juventud roquera. Su pelo cenizo es el único indicador de una edad que, por lo demás, está bien guardada debajo de su indumentaria oscura: jean, polera estampada, chamarra tejida y botines de punta. Forrado de negro, como metalero. Parece algo encorvado, pero sigue siendo un hombre alto y flaco, que camina a su ritmo, ni lento ni apurado. Más andantino que andante. A cualquiera que lo haya visto y escuchado solo unas horas antes, aporreando su batería y cantando “Minero eres tú…” al menos tres veces para un enfebrecido auditorio al noreste de Cochabamba, le costaría creer que sea la misma persona que acaba de llegar manejando hasta el centro de la ciudad. El secreto de su vitalidad ya estaba escrito en el himno de 1974: es un hombre con “pulmón de metal”. 

Don Moisés, como lo llaman más por su condición de caballero del rock que por su bien disimulada edad, es una leyenda viva de la música boliviana. O mejor: una leyenda resucitada de la música boliviana. A principios de los años 70 del pasado siglo, fundó, junto con Absalón Zabala, Los Ovnis de Huanuni, una banda de rock psicodélico que, pese a una bien ganada popularidad a mediados de aquella década, hasta hace poco era olímpicamente “ignorada por la narrativa oficial del rock boliviano”. Así lo escribió el crítico musical Javier Rodríguez-Camacho, en un artículo de 2013 que pasa revista a las grabaciones del grupo que fueron “redescubiertas” gracias a su publicación en plataformas digitales. 

Su “desaparición” de la historia del rock nacional se debió, justamente, a la dificultad para acceder a los cuatro discos (todos EP) que grabaron a partir de 1974, pero algo, o mucho, también tuvo que ver su origen “pueblerino”, huanuneño, para ser más exactos. No eran ni son unos ovnis más: eran y son Los Ovnis de Huanuni, uno de los principales centros mineros de Bolivia, un “pueblo” del este orureño que, en los años del auge del estaño, podía mover más gente y dinero que la ciudad capital de su departamento. Huanuneños eran Moisés y Absalón, pero también Roberto Montero (su primer cantante), así como Noemí y Sara Zabala, bajista y teclista de la formación histórica del grupo (y, a la sazón, hermanas menores de Absalón). 

La vida artística de Los Ovnis de Huanuni transcurrió a la sombra de la escena musical de La Paz, Cochabamba u Oruro.  Y no es que les faltaran oportunidades para tocar fuera de su tierra natal. De hecho, lo hicieron en las principales ciudades de Bolivia y en otros países, como Argentina, Chile, Colombia y Perú. Sin embargo, su área de influencia inmediata eran Huanuni y los centros mineros aledaños, los cuales recorrían en exitosas presentaciones. Sus composiciones llegaron a públicos masivos gracias a la red de radios mineras de la época, acaso el sistema comunicacional más potente de esos años. Sus discos los grabaron en Cochabamba (Lauro) y La Paz (Heriba), sus canciones se escuchaban en gran parte del país, pero su público más fiel era el de sus padres, hermanos y amigos, ese que trabajaba y vivía en las minas altiplánicas a las que dedicaron sus dos mayores himnos, “Minero” y “Gente pobre”.

Esas y otras canciones, como “Mi canto triste”, “Silvia”, “Cosas rústicas”, “Compréndeme” o la aún muy radial “Sé que no vendrás”, fueron invadiendo YouTube a principios de la pasada década, cual genuinos extraterrestres: objetos musicales no identificados salvados de una galaxia sónica extraviada desde los 80, esos años en que sus voces, al igual que los mineros, fueron expulsadas de golpe y porrazo de la historia boliviana. Curiosamente, su recuperación digital coincidió con un nuevo periodo de prosperidad minera, derivado de los altos precios internacionales. Como el estaño, las canciones de Los Ovnis de Huanuni volvieron a cotizar alto en compilados dispersos, salidos de viejos vinilos aguijoneados por la acumulación de años y polvo, que desprendían sonidos próximos al Santana de “Samba pa ti”, al Deep Purple de “Child in time” o, sin ir más lejos, a Los Jaivas de “Todos juntos” y los Wara de “Realidad”. 

Fue en esos mismos años que don Moisés comenzó a maquinar seriamente la resurrección definitiva de la banda, que se había disuelto a principios de la década perdida. Absalón había muerto unos años antes, Noemí se había ido a vivir a Cochabamba y Sara a Argentina, así que la tarea no iba a ser sencilla. Sin soltar las baquetas se afirmó también como cantante, un rol que no le era ajeno, pues, tras la partida de Montero, eran él y Absalón los que se intercalaban en la primera voz de Los Ovnis de Huanuni. Con la paciencia del minero que explora una veta hasta dar con la ambicionada materia, comenzó a buscar nuevos músicos y a imaginarse una jubilación menos monacal que la del sesentón promedio. Quería completar la aventura musical que habían interrumpido los años 80 y que lo habían convertido en un minero a tiempo completo. Jubilado de la minería, podía volver a la música. 

El proyecto finalmente cuajó a finales de 2022. Más allá de esporádicas “tocadas” durante los años previos en Oruro, donde Moisés vive, el anuncio de conciertos en otras ciudades para los últimos meses del año pasado fue la señal definitiva de que Los Ovnis de Huanuni habían resucitado. Tocaron en El Alto, Sucre y La Paz. Y a principios de 2023 comunicaron que llegarían a Cochabamba el 5 de febrero. Y así lo hicieron, volvieron. Porque Cochabamba no es una ciudad más de las que Los Ovnis visitaron en sus años de esplendor: es la primera ciudad fuera de Huanuni en la que tocaron. La ciudad que sirvió de parteaguas en su carrera. 

De esa su “primera vez” en suelo cochabambino quiere hablar don Moisés en esta tarde de febrero. Ya habrá tiempo para comentar el concierto de anoche en el local Valluna. Lo habrá también para rememorar los inicios de la banda en Huanuni. Y también para recapitular sus grabaciones, el dinero que les trajo, la popularidad que conocieron y las diferencias que los separaron. Ahora mismo, la memoria se impone y lo lleva a 1971, a los meses previos al golpe de Estado que llevaría a Banzer al poder. 

Aún no habían cumplido la mayoría de edad, pero Moisés y Absalón ya llevaban un tiempo juntos haciendo música. Su banda se llamaba por entonces Red Socks, un nombre que, además de pertenecer al popular equipo de beisbol bostoniano, lo había llevado un grupo “nuevaolero” cochabambino algo más antiguo. (En su libro Rock Boliviano, Marco Basualdo consigna que los Red Socks vallunos se formaron en los primeros años de los 60 y grabaron dos EP, entre 1965 y 1967. A los que no alude ese título es los otros Red Socks, los de Huanuni, como tampoco se acuerda de Los Ovnis en que se convirtieron un tiempo después.) 

Don Moisés recuerda la primera formación huanuneña como un cuarteto en el que él era baterista, Montero cantaba, Absalón tocaba la guitarra y Noemí se colgaba el bajo. Ya se los conocía en el centro minero, porque se presentaban para animar fiestas locales. Un día en que no estaban ensayando ni tocando, Moisés y Absalón se hallaban bebiendo en un bar donde se toparon con un militar. “Teníamos problemas con los militares, como habían venido a balear a mi pueblo”, cuenta bajando la voz, como si de un secreto inconfesable se tratara, antes de reconocer que, “mareaditos” como estaban por efecto del alcohol, se armaron de valor para encarar al oficial. “Carajo, a este mierda le sacamos su puta aquí”, recuerda que le dijo a Absalón. “No pueden venir los militares donde estamos tomando. Son enemigos de clase”, le respondió su compañero. Se acercaron al uniformado, lo insultaron y, al percibirlo bravucón, le sacaron “su puta” y algunas cosas más: la escarapela de su kepi y los grados de su uniforme.  

La pelea llevó a que la Policía se movilizara para buscarlos. Asustados porque ya los habían identificado, se escondieron y resolvieron escapar. Pero no podían irse solo ellos dos. A los que buscaban eran los cuatro Red Socks, no solo Absalón y Moisés. Una madrugada fueron a recoger sus instrumentos y equipos de la casa de los Zabala y se marcharon hacia Cochabamba. Los llevó en su auto el papá de Montero, quien, tras una parada previa en Oruro, los dejó en una plazuela cochabambina, en la zona de Mayorazgo. “Todo estaba lleno de árboles, choclos, se sentía el olorcito de los eucaliptos: una belleza”, recuerda don Moisés de su primer encuentro con el otrora valle de Kanata. Extraños en el lugar y menores de edad, los chicos no sabían muy bien cómo arreglárselas mientras en Huanuni seguía el revuelo por sus “exabruptos anticastrenses”. Para su suerte, una “típica qhochala”, de pollera y sombrero de copa alta, se acercó curiosa a ellos y, en quechua, les preguntó de dónde eran. Como ellos también lo hablaban, no solo le respondieron, sino que le narraron todo su calvario. La mujer se apiadó de los revoltosos y se los llevó a su casa. Los alojó en una sala grande, salvo a Noemí, a quien acomodó en la habitación de sus hijas. 

Sin poder hacer mucho más, los cuatro se entregaron a los ensayos. Sus instrumentos y amplificadores les permitían perfeccionar las canciones de otros grupos que por entonces tocaban. Aunque su anfitriona los alimentaba y cuidaba con la incondicionalidad de una madre, cayó en cuenta de que no podían seguir encerrados. Los animó a salir para buscar espacios donde presentarse en vivo. Ella misma les consiguió su primer concierto fuera de Huanuni, en Cochabamba. Paradojas de la historia (de Los Ovnis y de la Bolivia del siglo XX), fue nada menos que en el Círculo Militar del Ejército, en el Prado. La trifulca con un militar los hizo “exiliarse” de Huanuni para comenzar su carrera nacional en un predio militar de Cochabamba. No fue un acontecimiento de la institución armada, eso sí, sino un cumpleaños. “Esa actuación nos abrió las puertas”, revela don Moisés.

A su solvencia para interpretar un repertorio que “hacía bailar a la gente” se sumó la disponibilidad de equipos que los hicieran escuchar como profesionales. El baterista se acuerda de sus amplificadores de esos días con la misma precisión con que años más tarde se familiarizaría con la maquinaria minera. Así como en los 70 cargaba amplificadores Black Hawk y Guyatone, en los 80 aprendió a domesticar perforadoras Atlas y soladoras Denver. Las invitaciones para tocar se multiplicaron, sobre todo en colegios. Si la memoria no le falla, cree que tuvieron conciertos en los colegios Don Bosco y México de Quillacollo. El grupo comenzaba a ganar popularidad, así que ya no podía seguir siendo Red Socks, un nombre prácticamente maldito en su natal Huanuni tras el incidente con el militar. Un día se consiguieron un diccionario de inglés-español y, al llegar a la “U”, descubrieron una palabra que los deslumbró de buenas a primeras: UFO. La abreviatura de “unidentified flying object” se les hizo pegajosa y también su traducción: OVNI. “Pero no nos podíamos llamar solo Ovni, porque éramos cuatro, teníamos que ser Los Ovnis. Íbamos a ser Los Ovnis de Huanuni”, sentencia don Moisés. 

(Fin de la primera parte de este artículo, que continuará la siguiente semana.)