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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Ojos que leen a Zamudio

Prólogo de la obra Hasta seguir mi huella. Poemas de Adela Zamudio ilustrados por artistas bolivianos, editada por la Fundación Cultural Torrico Zamudio.
Fragmento portada de la obra, Hasta seguir mi huella.
Fragmento portada de la obra, Hasta seguir mi huella.
Ojos que leen a Zamudio

En este volumen, obra editada por la Fundación Cultural Torrico Zamudio, 19 pintoras bolivianas ilustran igual número de poemas de Adela Zamudio, provenientes de Ensayos poéticos (1887), Ráfagas (1914) Y Peregrinando (1942). El libro se encuentra disponible a la venta en Cochabamba en HOY HAY (C. Aniceto Padilla No. 406) y tiene un precio de 80 bolivianos.

Estas 19 pintoras leen a Zamudio desde su arte y, en ese sentido, mi lectura lee la imagen lectora. Este juego entre letra e imagen no fue ajeno a Adela Zamudio quien también se acercó a la pintura, dejando varias piezas, entre las que destaco la que ilustra la tapa de sus Cuentos, libro publicado por Plural editores en 2013. En ese óleo de Zamudio, dos jóvenes muchachas parecen conversar en una plácida tarde de la campiña cochabambina, mecidas por el lento movimiento del pequeño bote con el que surcan las apacibles aguas de una laguna. 

En alguna oportunidad elogié el sentido de amistad de Adela Zamudio, especialmente con su hermana Amalia, a quien dedicó sendos versos de celebración, precisamente del amor entre hermanas, entre amigas. El concepto de este óleo, me dije la primera vez que lo vi, es la representación de la amistad femenina. Más aún, este óleo me recordó a “Niñas a la orilla del mar”, del impresionista francés Renoir, en el que, pintando de espaldas a dos mujeres jóvenes, el pintor retrata ese estado de complicidad e intimidad, la apacibilidad del paisaje, tan a tono con esos corazones tan cercanos.

Pero si algunos versos de Zamudio se dirigieron amorosamente a su hermana, otros los disparó acremente contra la sociedad en general y contra los preceptos que mantienen la desigualdad de la mujer en particular. 

Sin embargo, Zamudio es una poeta, no una militante o agitadora, por lo que su verso es siempre más que lo que dice; esto es, hay siempre mayor riqueza que solo puede ser vista por un ojo audaz y arriesgado. 

 Solo un ojo intrépido, por ejemplo, pudo ver que, en Nacer hombre, hay más que denuncia, y reparar que ese poema dibuja también a una mujer habitada y ocupada a fuerza de despiadadas prescripciones y censuras.  Y es que solo el desafiante ojo de Alejandra Dorado pudo hacerlo, planteando en el hermoso collage que ilustra ese poema, el desplazamiento masculino en el cuerpo de la mujer. Esta artista de las instalaciones expresa, de ese modo, las intrincadas aguas por donde discurre la identidad femenina, instituida por el discurso autoritario que la somete. No es casual, por tanto, que quien habita a la mujer tenga rostro, bigotes y charreteras de militar. 

En el mismo sentido, solo un ojo inquieto y rebelde como el de Daniela Rico pudo entrever la atmósfera que traza Zamudio en su poema Baile de máscaras. Rico desentierra el sema más oculto de este poema: la máscara, y le restituye sus valores como objeto que marca las relaciones sociales. Pero, de su impresionante serigrafía, cuasi textual, resalta la textura que dibuja con tanta precisión la pesadez, modorra y tedio de ese baile de máscaras que Zamudio bosquejó, y que es el mismo en el que bailoteamos cada día, también los poetas. 

Precisamente el poema Poeta ha sido ilustrado por Fabiana Restrepo, con una tónica fantástica, tratando de imaginar las tareas que Zamudio entrega a los bardos. Tierra Andina, seudónimo de esta pintora, acude a la metáfora para retratar a quien tiene “el alma y la conciencia enfermas”, y es en el verso “poeta del dolor” donde pone el acento, creando un trovador triste y melancólico, tan propio del laúd con que debe cantar la verdad. 

La caridad es un poema que trabaja oponiendo la niña y la anciana o, lo que es lo mismo, acercando a una niña con una anciana. Este tema también está en el poema Ayer y hoy, ilustrado por Mariani Jiménez Soriano, a través de un misterioso retrato. En La caridad, la pintora y también poeta Elvira Espejo resume esta oposición-acercamiento en el color. Pero Elvira tiene un ojo también arrojado y fresco, y en su cuadro, la tristeza del gris prefiere ser melancolía y el vigoroso añil escoge no dejar su aún persistente tono suave. El ojo de Elvira es un ojo abierto por el saber del textil qaqachaka que le enseñaron sus abuelas y posiblemente por eso, la tela que ilustra este poema es un canto a la vejez, lo que también quiso ser el poema de Zamudio. Por eso grises son las flores, hermosas experiencias acumuladas, y azules los brotes que han de crecer a la luz de esas recias pedagogías. No hay oposición, sino amoroso encuentro. 

Amorosa también es la ilustración de Peregrinando de Antonieta Medeiros. Los dibujos de esta pintora nos han acompañado en la lectura de textos infantiles y por eso es sorprendente cómo lee uno de los poemas más hermosos de Zamudio. Medeiros centra su mirada en esa alma delicada “que se halla tan sola, como pudiera estarlo en un desierto”. El ojo de Medeiros contempla la horrorosa escena de quien anhela la muerte como final del desencanto. No es una mirada disciplinaria, correctora; la suya es una mirada piadosa y casi admirada. Con detalle extremo y equilibrado Medeiros toma uno a uno los materiales de esa desesperanza y con bondadosa pero aguerrida disposición los torna dóciles para estos ojos que ahora asombrados los ven. 

La mirada de la talentosa y premiada retratista Susana Castillo López al poema Primavera es de las más notables en esta colección, porque su contemplación no se detiene en la descorazonada tercera estrofa de este poema, poniendo más bien, en una fina imagen, la alegría y la promesa del resto de los versos.

Y en este conjunto pictórico destaca también la mirada compasiva de Marcela Mérida Coimbra, a la angustia y melancolía del afamado poema Tristeza. 

Pero al igual que en la poesía de Zamudio, en este volumen siempre hay más; por ejemplo, que María Inés Baptista y Sofía Torrico hayan ilustrado con torsos desnudos y de espaldas Otoño y Mi epitafio, respectivamente. Por alguna razón que no sé, recuerdos de los torsos de una escultora me han venido a la mente. 

También, es llamativo que Ana Cecilia Goitia, Carla Soliz y Michelle Dachellete hayan escogido imágenes relacionadas con la naturaleza para ilustrar En el campo, La violeta y A una golondrina, respectivamente. La naturaleza fue un tema caro para Zamudio, aunque también recuerdo un verso en que embiste contra ella. Es que siempre hay más en Zamudio. 

Asimismo, la propuesta fantástica de Cecilia Salvatierra para Fin de siglo, el complejo dibujo de Renata Araos para Nubes y vientos, la pintura impresionista de Carla de Avila para Paisajes, la fantástica de María Rosa Sanjinés para El viaje de la vida, la casi onírica de Sally E. Sanjines Balladares para Fragmento, y la sensible interpretación de Llanto de la pintora afrodescendientes Sharon Pérez. 

En conjunto, todas las ilustraciones de este volumen son lecturas de múltiples ojos para una poesía y una poeta audaz, arriesgada, melancólica y compasiva.

Escritora.