Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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Ocho “monos” con navaja

Una reseña a la multipremiada película colombiana del director Alejandro Landes, que cerró su paso por la cartelera nacional.
Ocho “monos” con navaja

Rambo, Lobo, Pata grande, Perro, Leidy, Sueca, Boom boom y Pitufo. Son los ochos “monos”. Son adolescentes “guerrilleros” de Colombia -irreales como su “organización”- y tienen secuestrada a la “Doctora”, una gringa. Los “monos” juegan al fútbol con los ojos vendados en la primera escena de la película. Es una metáfora de las muchas que van a llegar en esta fábula violenta, poética, inquietante, loca, sexual, fantasmal, ambigua. 

Los combatientes –desideologizados- no son los buenos, tampoco los malos; la gringa no es la buena, tampoco la mala. “¿Has matado antes?”, pregunta la “Doctora” a una de sus custodios después de una escena lésbica. “¿Qué quieres?”, pregunta de nuevo para intentar sobornarla. “Quiero bailar en la televisión”. Es el fin de la historia, el fin de la última sediciosa.

La película Monos es del colombiano Alejandro Landes -ex productor televisivo de Andrés Oppenheimer- cuyo debut fílmico fue el documental Cocalero (2007) y ese recordado afiche de un “stencil” de Evo sobre una whipala. Monos quiere ser un cruce entre El corazón de las tinieblas de Conrad (y su “adaptación” al cine por Coppola), El señor de las moscas de Golding y Platoon de Oliver Stone. También anhela parecerse a una película firmada por Terrence Malick. 

Monos es una película-río con saltos de fuga y dilemas. Es una película-selva con desengaños y cuerpos desnudos. Es una película-montaña con brumas y grises. Es una película-pesadilla con asfixia y claustrofobia. Es una obra efectista que no juzga, agobia y a ratos se regodea en el estilo.

La trabajada fotografía de Jasper Wolf y la música de Mica Levi (ambos con experiencias en Hollywood) son imprescindibles para sumergirnos en este experimento visual que se disfruta y/o padece más y mejor en pantalla grande y oscura. La abrumadora naturaleza es un espacio salvaje y hostil; la sala de cine se vuelve un lugar áspero e inhóspito. Cada paisaje es un país diferente, solo ellos dan cierto descanso, cierta pausa. 

Los ocho “monos” y su sargento enano apodado “Mensajero” tienen una vaca lechera que se llama “Shakira”. La vaca termina mal. La película no es apta para todos los públicos, menos para estómagos delicados, menos para toda clase de vegetarianos, mojigatos y/o amantes de la doctrina.

Post-scriptum: la multipremiada peli -adorada en los festivales- no llegó a estar ni una semana en nuestra cartelera. En Cochabamba como en otras ciudades como La Paz, Santa Cruz, Oruro y Potosí aguantó apenas cinco días. Porca miseria. Pasarán años para que veamos otra película colombiana en nuestros cines.

Periodista y crítico de cine – Twitter: @RicardoBajo