El hombre que desde Tupiza, puso en escena la libertad

Los Nuevos Horizontes de Liber Forti

El libro En LIBERtad: Charlas con aquel que está aquí (Ed. El Cuervo) de Gisela Derpic y sobre la vida del teatrero y anarquista Liber Forti, viene siendo presentado por la autora en varias ciudades del país (en Cochabamba, el acontecimiento se cumplió la semana pasada). Publicamos un texto del periodista y escritor Oscar Díaz Arnau, leído en la actividad en Sucre.  

Doce días transcurrieron desde que te conocí hasta que, en un instante, me colé en tu vida. Ni siquiera dejé que acabaras de pronunciar tu invitación a quedarme. No fue necesario (…) habíamos caído en la trampa maravillosa del amor en apenas once horas de encuentro”. Gisela Derpic Salazar charla con Liber Forti, que está aquí a pesar de haberse ido algo más allá hace un par de meses.

Durante casi dos años —cuenta Gisela— “hemos pasado juntos veinticuatro horas por día, tendiendo puentes de ternura y de solidaridad que parecerían haber sido construidos hace décadas”. Una virtud de él, un hombre largamente entrañable, pero también de ella, sensible, humanista, inteligente, de personalidad fuerte.

La exprefecta potosina, exdocente universitaria y autora de varios libros, entre otros 590 días de travesía prefectural (2011), llegó un día a la casa de Forti y, después de aquella primera conversación, se impuso la tarea de convencerlo para que acepte ser el personaje central de su propia obra.

Finalmente, Liber aceptó que “soy lo que los demás ven” de él y Gisela comenzó la reconstrucción de una historia de 95 años intensamente vividos todo el tiempo con la fraternidad, la solidaridad y la libertad, no entre ceja y ceja: entre un punto y otro del corazón.

El resultado es En LIBER tad: Charlas con aquel que está aquí, que contrariamente a lo que puede pensarse con facilidad no es una oda de casi 600 páginas, con fotos incluidas, sino el relato de una vida al servicio de los demás, un recuento de hechos sustanciosos en los que no falta la crítica, y, por último, un libro de historia. De la historia de un país en un contexto dado (casi todo el siglo XX) pero, especialmente, la historia de un anarquista y la de sus compañeros de sueños.

Contar la vida

Contar la vida de alguien, sobra decirlo, es una tarea harto difícil. La de cualquiera; y de alguien que ha vivido 95 años, todavía más.

Ella, Gisela, grabadora en mano y durante casi dos años, se graduó de periodista, investigadora, traductora y, casi casi de linotipista e “imprentera” de las palabras que, como esta última, salen del personaje de pelo blanco y ojos cristalinos con la fuerza creativa del que pone el alma en cada una.

Digo ‘linotipista’ no por casualidad: Liber aprendió ese oficio, el que le permitió moverse de un lado al otro sin pasar hambre. Por la linotipia se hizo amigo de las cursivas, en contra del “verticalismo” imperante, decía él, las mismas cursivas con las que Gisela lo presenta, respetuosa de sus convicciones, en sus intensas charlas para el libro y que aquí también honramos en su memoria. Sin dudas, las anécdotas de él, en primera persona, son el plato fuerte de estas páginas cargadas de vida.

Trazando líneas paralelas entre el quehacer teatral y el anarcosindicalismo, que a menudo se encontraban (el “Sindicato de Trabajadores del Arte” es un buen ejemplo), amigos, Liber, tuvo por decenas: desde los más excelsos hasta los mayúsculos desconocidos. Entre otros, peruanos, ecuatorianos, chilenos, uruguayos, mexicanos, cubanos, españoles, rusos, franceses, japoneses, argentinos, bolivianos...

Forti nunca quiso reconocerlo —era extremadamente modesto, un tipo sencillo que nunca buscó protagonismo alguno— pero hizo méritos para que alguien recopilara sus aventuras en una publicación. Y uno de esos méritos, quizá el último, como un designio de la vida y de la muerte fue, precisamente, el haberse encontrado, más que eso, haber elegido a Gisela Derpic para que lo acompañase hasta el último de sus días.

Un espíritu libertario

Hijo de un italiano y una española, nacido el 20 de agosto de 1919 en Córdoba, Argentina (“pero toda mi documentación está como tucumano”), su padre quiso ponerle Liber porque en ese momento se encontraba preso y el preso, dice el mismo Liber en el libro, “piensa en la libertad”.

A los cuatro años, tempranísimo, cuando su madre lo pescó caminando sobre la vía del tren con un atadito al hombro, ella se enteró de que él tenía bastante claro lo que deseaba para su vida: ser “linyera”, viajar, recorrer el mundo.

Como un “itinerario y vagabundo” lo definió un célebre amigo suyo, el poeta León Felipe. Y así fue: A la postre se convirtió en un andariego que paseó su arte y su ideología por Oruro, Uncía, Tucumán, San Juan, Córdoba, México y un largo etcétera que incluye Tupiza, la capital de la provincia Sud Chichas de Potosí.

Agitador, propagandista y teatrero desde los 14 años, conoció —por supuesto— la persecución de los gobiernos dictatoriales habiendo estado preso junto con no pocos compañeros de la causa libertaria. Preso como un tal Simón, líder anarquista que lo marcó desde la niñez a raíz de una emocionante anécdota que involucra a su padre intercediendo por él ante su madre, en medio de una reprimenda: “Hacelo por Simón… hacelo por Simón”. Simón… un tal Radowitzky, al que Forti persiguió sin tregua hasta dar con él en México.

Al filo de la hazaña o el delito, según la mirada de cada cual, Liber se implicó en acciones propias del anarquismo militante. Siempre franco luchador por la justicia y, ante todo, por la libertad.

En el libro de Gisela, además de su enorme solidaridad para con los mineros y, en general, los sindicalistas, se cuentan los avatares de la izquierda boliviana en las diferentes coyunturas políticas del país.

De incorruptible vocación fraterna —como Derpic dice, había tomado él una “opción personal por la disolución en los otros”—, Forti legó enseñanzas impagables a esta altura de la deshumanización de las personas; quizá la más grande de todas: “Hay que ser en los demás, existimos, somos, en la medida en que nos damos”.

Nuevos Horizontes

Quién sabe por su alma de rebelde, siempre fue ordenado; así, entre otras formas tan particulares como suyas, echó por tierra la equivocada creencia de que anarquismo es sinónimo de caos, de desorganización.

Ese orden, provisto del detalle como si fuera un método riguroso, llevó a Liber Forti a consolidar una escuela y a consagrarse en maestro del teatro. Y como buen maestro, didáctico —lo que es también un acto de solidaridad—, compartió sus conocimientos con los demás sin tiempo ni medida.

Fundó Nuevos Horizontes, un “conjunto” —así le gustaba llamarlo él— que, vaya sorpresa, nació como un grupo de radioteatro. En definitiva, fue una comunidad de acción cultural que se asentó en Tupiza en el año 1946 y que marcó, bien lo deja escrito Gisela, uno de los hitos más importantes en el desarrollo del teatro boliviano.

Los próximos 10 años, Liber estuvo viajando de aquí para allá. Retornó en 1956 y giró con la compañía teatral por muchas ciudades y pueblos, especialmente por los centros mineros. Si el público no podía ir al teatro, debía el teatro ir hasta el público.

“El teatro como instrumento de la revolución”, apunta la autora potosina. Un teatro practicado desde la horizontalidad, es decir, con los participantes sentados alrededor de una mesa, sin jefes, todos discutiendo la presentación de la obra sobre las tablas.

Todo marchó como por sobre ruedas, con la pulsión revolucionaria de Liber tatuada en el corazón de sus amigos; todos ellos conscientes de su papel en la vida, en una época, se podría decir, socialmente predispuesta al “condiscipulismo”.

Hasta que el sueño se acabó y cayó el telón de la operación Tupiza, ingratamente, en 1961. Nada que empañe lo hecho por tanta gente y con tanto éxito.

En el medio, una larga lista de obras para centenares de espectadores dispersos en una buena porción del país; la “revistita” Teatro (así, revistita, en su propia voz y no por subestimarla, sino cariñosamente); también un boletín que circuló desde 1956 y más, bastante más que puro arte…

Con sus Nuevos Horizontes, Liber Forti no solo regó la sensibilidad artística entre los habitantes del pueblo tupiceño (que, valga la aclaración, tenían ya una identidad definida antes de la irrupción de este “anarco” en las tierras del sur), sino que con lo recaudado en las giras benefició a la sociedad más necesitada, por ejemplo, comprando zapatos para los niños. Mal que le pese, por su modestia, “la verdad es que nadie hizo tanto por la cultura general de Tupiza como Liber”, según las palabras exactas usadas por Tito Romano, amigo personal y promotor de la “revistita”, de la que en 58 años se publicaron 26 números.

Aún así, a propósito del triste final antes dicho, que fue propiciado por la desconfianza y la estrechez de miras de alguna gente del pueblo, Gisela hace justicia cuando relata en su libro que “hace apenas unos meses la casa de los Forti que fuera declarada patrimonio histórico-cultural de esa ciudad fue derruida por la Alcaldía Municipal, lo que puso así el punto que faltaba en la última ‘i’ de la campaña ingrata y prejuiciosa con que se expulsó a Nuevos Horizontes…”.

En reconocimiento a la paternidad del teatro, Liber fue un gran admirador de los antiguos helenos.

Y entonces, al mismo tiempo que perseguía a Barrett (“Cuando lees a Barrett es inevitable que suceda, porque Barrett es mucho Barrett”), compilaba a los más grandes teóricos de este arte en un CD que contiene casi 5.000 páginas y que, bajo el nombre de “Teatro-Juego”, hacía copiar para regalarlo, sin distinguir el rostro político o la condición social del interesado.

El polémico

Como todo hombre que hace cosas importantes, Forti no se fue sin dejar polémicas. Nunca se refiere directamente al de Evo Morales, pero critica terminantemente a los gobiernos de su condición: “¡Ah los populismos! Porque no se pude negar que los populismos, siempre antes, siempre ahora y siempre después, son nomás regímenes autoritarios, además de otras cosas. Todos tienden a ser dictaduras… y el mejor aliado de las dictaduras, la ignorancia (…) Todo populismo es de los vivos, la exacerbación de los bajos instintos de la muchedumbre para el aprovechamiento de unos cuantos”.

No habla de memoria cuando se permite opinar de Fidel Castro (a quien conoció personalmente) y dice que lideró una experiencia totalitaria: luego de enterarse de los pormenores de la revolución cubana y del “calculado” fracaso de la guerrilla del Che, vivió para contarlo en este libro. Y algunos, ahora, no le perdonan su sinceridad. Este es un rasgo permanente de la libertad de expresión en los gobiernos socialistas con democracias imperfectas en Sudamérica.

“Yo no hago cartel de lo que le dije a Fidel, no me interesa para nada hacerle el juego a la derecha, pero ellos lo saben. Por eso encuentran consonante lo que dije allá con lo que hago acá, no apoyar a la guerrilla, que no es lo mismo que no apoyar a quienes apoyan la guerrilla. Porque es así: no, nunca estuve de acuerdo con la guerrilla, ni antes, ni durante, ni después de la guerrilla; pero todo el tiempo apoyé a los que estaban de acuerdo y, por eso mismo, necesitaban ayuda. La solidaridad es para con todos, piensen o no piensen como tú”.

Humanista cuyo modo de vida y de ideología no admite encasillamiento en ninguno de los polos tradicionales: izquierda o derecha, este argentino que eligió ser boliviano nunca se casó con el poder, ni con partido alguno. Tuvo amigos políticos, porque siempre fue tolerante y respetuoso de las ideas de los demás, pero jamás transó con ellos.

En 23 años como asesor cultural de la Federación Sindical de Mineros de Bolivia y de la COB sin cobrar un solo centavo porque, al no ser minero, no podía ser declarado en comisión, practicó un sindicalismo genuino, emparentado con los obreros, independiente de los gobiernos de turno.

El amor

Hay en Gisela y Liber, que está aquí, una complicidad solamente explicable desde el amor.

Reconociendo que lo hace en contra de la voluntad del aludido, ya hacia el final del libro Derpic explicita su ferviente admiración por él: “No he conocido otra persona que se acerque más en su vida, con su práctica de ternura y de solidaridad, a los valores que proclama el cristianismo”.

Y finalmente admite haber aprendido de Forti que, a diferencia de la militancia política, el anarquismo es un estilo de vida.

Pero antes, con profunda nobleza, la autora reconoce los 36 años de Ana Santiago Montenegro al lado de Liber: “He sentido la fuerza de los latidos de tu corazón y los he visto mojados por el brillo de las lágrimas asomando por tus ojos…”. Porque ha recogido ella cada palabra de él para Ana: “De no ser ella, no sé qué habría sido de mí”.

Ya había advertido la escritora que encararía este libro “en perspectiva histórica-afectiva”. Más o menos la misma que Liber practicó arriba de las tablas, en tres cuartos, con intercambios de miradas casi de soslayo. Como si la charla con el gran Forti, lejos de las luces del teatro, no fuese interesante para la observadora, siempre atenta, Gisela Derpic.

Gisela conoció a Liber, probablemente, como nadie. En tan poco tiempo... Ambos, nos lo deja saber ella, cambiaron para bien gracias al otro, y se pasaron la vida juntos tratando de ganar tiempo, se pasaron el tiempo ganando vida.

Publicaron la revistita 26 y dejaron lista la 27; ordenaron la documentación contenida en 15 cajas, decantándola y clasificándola; rearmaron los archivos personales; vieron las películas que más les gustaba una y otra vez; escucharon la música que les gustaba una y otra vez; viajaron...

A él, la mayoría de nosotros ni siquiera lo conoció en persona. Pero, gracias a la magia de la lectura, todavía podemos sentir lo que Forti sentía, y darle un abrazo, si queremos, En LIBER tad. Porque este ser tierno y adorable está aquí.

De ella, ahora queda esperar a ver si cumplirá su promesa de escribir una segunda parte de esta historia. La historia de los dos y nada más que de los dos.