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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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La monstruosidad de ‘El huésped’

La monstruosidad de ‘El huésped’.
La monstruosidad de ‘El huésped’.
La monstruosidad de ‘El huésped’

Existe una atracción por el vértigo, por la sensación al vacío que ocasiona el encuentro con esos fenómenos o situaciones desbordantes que hacen que nuestro lenguaje se disuelva en el esfuerzo por tratar de darles un nombre. Existe una alteración pasional por nombrar aquello que ha roto lo que consideramos como rutinariamente comprensible, lo que nos hace perder la posibilidad de señalar y establecer algo desde la designación de un significado. 

Cuando perdemos la posibilidad de nombrar lo que tenemos al frente; entonces, qué nos queda. La única salvación es lanzarnos a un ejercicio furioso por intentar describir eso desconocido.  En esa intención está el esfuerzo por encontrar todo lo que podamos hacer reconocible en lo ajeno y extraño. Para así desde la profundidad de lo inentendible comenzar a hacerlo nuestro, entenderlo desde lo que tratamos de reconocer de nosotros en aquello. 

Un monstruo nos interroga desde esa extrañeza que demanda ser atendida desde lo que conocemos como familiar, para así poder entender su presencialidad. La aparición del monstruo cuestiona lo establecido, hace frágil los cimientos del significado de las palabras que han acomodado una realidad; ataca directamente a ese panorama de orden en lo reconocible del cotidiano. Cuando esa fuerza física o intelectual o energética en proporciones mayúsculas, invade el ordenamiento de lo real, entonces lo que se tenía como delimitado desaparece, para iniciar un ciclo de crisis de sobrevivencia. En ese rango el monstruo no es solo una ficción literaria, sino que nos confronta a una identidad política que busca un reordenamiento de la estructura individual y social. 

Si bien hay películas de culto que tienen como objeto central la sobrevivencia ante la amenaza de un monstruo como Godzilla, Alien, King Kong, Megalodon, etc. La tendencia en las películas de terror ha ido cambiando de enfoque, lo que lleva a que el espectador también opte por otras preferencias. Ese es el motivo, por el cual La lengua popular rescata esta fascinante película. El domingo pasado con la cabeza todavía golpeada por las cervezas del día anterior, caí por accidente en las garras de la bestia de la película coreana El Huésped (The Host) dirigida por Bong Joon-ho. Se la puede ver en la plataforma de Netflix. Según una ficha técnica sobre el filme, fue estrenada el 2006. A pesar del año de su lanzamiento, la forma en la que el relato va desarrollando la trama tiene tanto de actualidad que tranquilamente podríamos situarla en la época reciente de pandemia. 

De Bong Joon-ho solo queda la gran impresión de la película que dirigió antes: Crónica de un asesino en serie (Memories of Murder), película soberbiamente hermosa. Por lo tanto, el ojo y el tacto del director, de entrada, apenas comienza la historia, ya está garantizada en lo que promete, a pesar de lo inverosímil que puede resultar la situación que nos plantea, la voz cinematográfica tiene una presencia ya garantizada.  

La narrativa que hace a la película se compone por una trama enfocada al trato casi ornamental de una criatura mezcla de animal marino y mutaciones químicas, producto de la contaminación de las aguas del río de la ciudad, desde un laboratorio al mando de un científico estadounidense. En torno a ese enigma corre el hilo que figura como central de la historia. Secuencias rápidas que al parecer están centralizándose en la cotidianidad de una familia clase media baja, es irrumpida por esa criatura, que en medio del caos que ocasiona su presencia una tarde cualquiera del año, termina secuestrando a una niña, ante la mirada de su padre y de toda la gente convulsionada. A partir de ese momento se establece la genialidad del relato para desenvolver los hilos de ese conflicto sembrado. 

El monstruo aparece de inicio, sin una cortina nocturna para facilitarle misterio y sin apariciones disminuidas, sino que aparece a plena luz del día y ante la vista de todas las personas, ataca y genera caos en medio de la multitud. De alguna forma es una criatura que no teme lo ajeno de la ciudad o de las criaturas humanas, se desenvuelve con la torpeza de toda criatura gigante, pero cohabita el espacio con los ciudadanos. El impacto que genera de inicio está centrado en la descarnada forma de aparición de este factor desordenador de la realidad. A diferencia de las películas convencionales con criaturas monstruosas, que suelen crecer desde un hilo de misterio que de a poco va revelando el grado de monstruosidad de la criatura amenazante. 

Una vez plantado el conflicto, el relato va cobrando dimensiones más profundas de la sociedad, dejando por largos minutos, la aparente centralidad de los ataques y amenazas del monstruo, para con una dosis de humor, sarcasmo y drama, hacer un zoom a la relación de la familia que ha sido afectada por el secuestro. Sin excederse en la tragedia de la pérdida, se bosqueja la complejidad de sobrevivir en un sistema social de primer mundo, en la que el desempleo, los privilegios del capital social de las élites, el absurdísimo discurso de la meritocracia en una sociedad fundada en castas de privilegio y no así en el alcance de la calificación vocacional y el ejercicio ético, hacen que lo único que sea posible, sea un aumento mayor de las brechas sociales, consagrando la frustración de las clases medias, la degradación de las clases bajas y la impotencia del colectivo social. 

El relato cinematográfico nos acerca al cómo queda afectada y suspendida la sociedad por la manipulación de las esferas de poder, direccionando y componiendo una narrativa “oficial” que se impone como realidad, a pesar de lo inverosímil de la postura que imponen como “real”. La trama resalta la incapacidad del gobierno coreano en lidiar con el problema del monstruo, optando como salida la perspectiva paternal y castigadora frente al ciudadano “hijo desobediente”, lo que deja como resultado la prolongación de un problema que podría haber sido atendido desde un ángulo enfocado en la comunicación y en proponer lazos más asertivos de involucramiento de la comunidad al problema que atañe a todos y todas. La realidad adelantada que propone la película es acorde a todo el autoritarismo déspota que los ciudadanos del mundo, hemos afrontado bajo el enceguecimiento de poder y control que impuso la pandemia iniciada el 2020, hasta no hace mucho. Realidad que en nuestro país comienza meses antes y que tiene como marca el atropello y la incapacidad absoluta de llevar una comunicación y gestión asertiva, y más bien se enfoca en la prolongación de la corrupción y el beneficio de las élites conservadoras. El huésped retrata con mucho humor cada una de esas dimensiones y suma una que tiene mucho peso; la injerencia de Estados Unidos como potencia hegemónica que asume la autoridad de imponer un orden y los lineamientos obligatorios en las geografías ajenas. 

El huésped es una película sobre un monstruo que secuestra a una niña, si bien ese es el detonante del conflicto, al final evidencia una pedagogía más profunda sobre la monstruosidad que nos rodea. Dejando en claro que el mayor temor radica en lo desconocido y lo que puede llegar hacer lo que no controlamos; pero dejándonos en claro, que ese extraño, no necesariamente es un imposible de ficción, sino que mas bien es el que compone nuestra forma de sentir y de percibir al otro y a los otros. Porque el mayor monstruo finalmente podemos ser nosotros mismos en cada decisión como también proporcionalmente al contrario hacernos ángeles. Tal vez la única certeza es que de repente solo somos huéspedes momentáneos en este planeta, terrícolas mitad bestias y mitad ángeles, congelados ante la monstruosidad de nuestras extrañas cercanías. 

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