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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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El moderno señor esclavo

Sobre el concepto de “aristocracia” en Friederich Nietzche y la actualidad bajo esa mirada
La pintura ‘El marcado de esclavos’. Gustave Boulanger
La pintura ‘El marcado de esclavos’. Gustave Boulanger
El moderno señor esclavo

Mucho se habla sobre el concepto de “aristocracia” Nietzscheana entre los filósofos y los no filósofos. ¡Es más!, muchos creen trabajarla. Y como todo aquello que se suele pronunciar con facilidad, también ahí, en esa posible metida de pata, acostumbra reinar la vaguedad. Por otra parte, hemos de considerar cuánta importancia tiene este concepto en nuestros días, y con ello, inevitablemente abordaremos la transformación que ha sufrido el mismo. De ahora en adelante, las referencias sobre la aristocracia o todo lo relacionado a ella se las tratara dentro del espectro filosófico de Friedrich Nietzsche.

Se sabe que las clases o jerarquías siguen vigentes al día de hoy. También se sabe que el juego jerárquico sigue efectuándose con vistas a seguir en tal rumbo. Existe pues en la sociedad ese anhelo de “ascender”, una ansiedad por escalar de clase; sea por las razones que fuesen. Por lo que bien podríamos afirmar que la idea de “pathos de la distancia” no se ha perdido en lo absoluto. El apetito meramente material por un trecho notable entre “tu o ellos” y “yo o nosotros” sigue vigente. Ahora bien, para manifestar el afán por ese alejamiento en el correcto sentido aristocrático es necesaria la claridad del “pathos misterioso”. ¡Clarividencia interna!, en este punto se requiere eso. Si los yerros se exponen es porque se ha omitido el sentido interno de la diferenciación humana. ¿Acaso el hombre de hoy busca ampliar constantemente su alma? ¿Se pesquisa estados más elevados? ¿Existe una búsqueda por la autosuperación del hombre? ¿Hay para el ser humano de hoy, algo sobremoral? ¿Se presenta acaso una función moral propia que se sobreponga a lo que, cotidianamente, se acepta de forma banal? ¿En el hombre actual reside algo que vaya más allá del bien y del mal? ¿De verdad será que el hombre moderno indaga sobre estos asuntos? ¿Será? La respuesta es…

Eh aquí la clave. Lo que se indaga para elevarse no es la fortaleza física, sino la psíquica. ¡Incluso algo mucho más profundo! Por esa ineptitud espiritual, por esa mediocridad al momento de pesquisar adentro, la aristocracia de hoy se asemeja cada vez más a la plebe de ayer. Lo fundamental en el concepto no es pues meramente su sentido o su función, sino que ella debe ser, empero, la justificación de ambas. Eso es lo que le brinda el carácter bueno y saludable. Así, en cuanto el hombre aprenda a crear valores consecuentes y al mismo tiempo causales a su contexto individual, es decir, de acuerdo a lo que se efectúe como perjudicial o benéfico para él, es pues cuando habrá adquirido la “moral de señores”; para este proceso se requerirá un sentido “elevado”, ya será imprescindible aquel pathos misterioso. Por el contrario, la “moral de esclavos” será propia de los hombres incapaces de este desarrollo. Comprendida la diferencia, debemos rendir consciencia de quién define entonces los valores de aquellos que correspondan a la segunda moral. Si un cuerpo social crea los valores y el otro los acepta, este segundo terminará pues asumiendo los primeros.

Además de la asimilación casi automática y natural, ¿Qué otra labor ha de cumplir el segundo cuerpo social y para quién o respecto a quién? Podría existir dos respuestas, la primera: para sí mismos, y la segunda: para los hombres de la moral de señores (aristocracia). Para la primera, la tarea podría ser cualquiera, según el beneficio que se desee alcanzar; una cuestión que Nietzsche no respondió. Para él, el qué hacer de los hombres de la moral de esclavos se regía siempre en correspondencia a los seres superiores. Gracias a la “voluntad de poder”, que es la esencia de la vida misma, era obvio que las funciones “plebeyas” se redujesen en dirección a los que contenga más avivado el instinto de la voluntad de poder; “los hombres elevados”. Para el filósofo alemán, de esto se sigue que la explotación es algo justificado y que la tarea única de la sociedad es ejercer su existencia a manera de armazón o de apoyo para el grupo selecto de hombres que son potencialmente capaces de elevarse. Eh ahí el nombre de “moral de esclavos”, que también podría ser: “moral de la utilidad”. Algo curioso es que, de ser esta labor imprescindible, ambos grupos seguirían una relación dialéctica de mutua dependencia, un relacionamiento recíproco. Para muchos, seguramente esto último les suena bastante.

Nos podemos dar cuenta que, cuanto entendemos comúnmente como aristocracia y cuanto hay en ella como un concepto en la filosofía de Friedrich Nietzsche, existe una muy significativa diferencia. Ahora bien, vamos a pasar a hablar en términos comunes, contrastando los caracteres que hacen la idea actual de aristocracia una verdadera mofa de mal gusto a lo anteriormente explicado.

Ya que la palabra ha sido puesta; ¡hablemos pues de gustos! Porque el “buen gusto” forma parte de aquello que causa esa brecha mencionada con anterioridad. Esa es una virtud, abarcadora de otras, que el hombre superior ha de poseer. Empezando su aplicación al arte. Nos detendremos por un momento a pensar, específicamente el caso de la música, si es que la diversidad de gustos musicales responde necesariamente a una división jerárquica. ¡Para nada! ¿O es que acaso todavía no nos damos cuenta de que todo el mundo pareciera encantarse con la misma música? El deseo por tener más en común es en parte el culpable, ¡el terrible consumismo! ¿Cómo es posible cosificar algo tan humano y sobrehumano a su vez, como es el arte? ¡Pero que osadía tan estulta! Ese deseo es pues para el aristocrático Nietzscheano, algo de pésimo gusto. No hay un criterio con el cual elaborar juicios de valor para con el arte, simplemente es algo que sigue la conducta de un superfluo rebaño. En ese sentido, no existe una creación y, por tanto, no hay tal elevación del hombre. Creo que este ejemplo es suficiente para darse a la idea respecto a otros aspectos similares; en todos ellos reside el problema de algo así como una “religiosa aceptación”, no se presenta siquiera la más mínima señal del cuestionamiento ni de subversión. Pareciera ser que la modernidad se pinta lánguida, sin acicates ni esperanzas, larga y duradera, como un sendero pantanoso siempre estático: ¡un verdadero paraíso de la pereza!

¿Y entonces, en qué se basa el sentido aristocrático moderno? ¿Qué es lo que da vigencia a tal término? A saber, los parámetros con los cuales se realiza la clasificación social y por los cuales aflora una jerarquización, son en su mayoría económicos. Podríamos puntualizar también algunos aspectos raciales, religiosos y culturales que juegan determinantemente en algunos casos sociales, pero por ser de menor incidencia no las trataremos aquí. Concentrándonos en aquello que, al fin y al cabo, termina por ser el elemento principal de tal tipificación humana, el capital económico es, sin lugar a dudas, el metro con el cual se mide a las sociedades. Esta verdad es tan evidente que se reafirma constantemente en los procesos cotidianos y en las circunstancias en las cuales tales procesos se efectúan: desde la alimentación, por ejemplo. Qué comemos y dónde, se ha convertido en un factor que ayuda a definir el capital económico individual de cada sujeto dentro de un determinado cuerpo social. Sin embargo, el tópico de las comodidades materiales puede ser algo discutiblemente aportante a la formación de una aristocracia Nietzscheana, en cuanto no se transforme en una suntuosidad innecesaria y ridícula. No olvidemos que esas condiciones también son importantes, pues la autosuperación del hombre requiere, en buena medida, de ellas. Para llegar a la ansiada extramoralidad es menester tener los problemas de orden material solucionados o por lo menos medianamente resueltos, ya que no ha de ser tarea fácil ni sencilla, para el hombre, el dirigirse hacia las alturas, un emprendimiento de tal hazaña requerirá, sin duda, de una gran concentración y, por tanto, de una mente despejada en ese sentido.

Ahora en cambio, vemos que cuestiones absurdas, que más materiales no podrían ser, son las que forman tal capital económico. No hace falta ejemplificar en esta parte, ni entrar en detalles. Ahora todo es: “cuánto tienes y te diré quién eres” o, dicho de otra forma: “cuánto cuestas es cuanto vales”. Un criterio lamentable y por demás absurdo, para dar sentido al termino aristocracia de adjetivos iguales o peores. Es como si se tratara de un fuego artificial. Cada chispa de la cola bota mediocridad. Pinta que al final el espectáculo es atroz. ¡Ni hablar del capital racial! Pues quien ha leído verdaderamente a Nietzsche sabe de los halagos realizados a los mismísimos judíos en “Pueblos y Patrias”. He ahí cuando podemos deducir que ni su propia hermana Elisabeth tuvo la buena voluntad de entenderlo, o quizá sí, y justamente habría omitido eso para sus antojos políticos.

El ser humano actual, desde que nace, está casi condenado a ser ordinario, a ser común en un mundo de comunes. Supuestamente todos pueden ser todo. Dice que lo importante es ser feliz y nada más. No hay límite alguno para la mediocridad. ¡Claro! Porque todo es cuestión de gustos. Todo puede ser y no ser. Todo es relativo… ¡Cómo puede ser! Estos preceptos nos están llevando a las altas cumbres de la miseria, por eso ya no puede existir una aristocracia sana y saludable de la que hablaba Nietzsche. Lamentablemente ese tipo de pensamientos son los que tiran por el abismo al hombre, haciéndole pensar que se cae hacia arriba, y él, muy ingenuamente, se lo cree. Si alguien quiere destacar por algo o en algo, por más estúpido que sea, lo hará; ahora la originalidad no tiene nada de original, no tiene más de vacuo que de cómico. Porque así se le permite al hombre moderno, ¿o no? No ve que todo vale ahora…

Estudiante de la carrera de filosofía y letras de la UCB - [email protected]