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  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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Sobre la mirada crítica de Carlos Salazar Mostajo

El autor presenta una breve reseña al libro ‘La pintura contemporánea en Bolivia’, reeditado hace unas semanas por la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia
Sobre la mirada crítica de Carlos Salazar Mostajo

La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) ha publicado recientemente su edición del libro La pintura contemporánea en Bolivia (1989) de Carlos Salazar Mostajo (1916-2004).  Se trata indudablemente de una de las obras más importantes de la bibliografía artística local debido a su aproximación crítica a su objeto de estudio desde un posicionamiento determinado en igual medida por la subjetividad explícita de su autor, así como por una búsqueda de establecer una lectura sociológica del arte nacional.

En efecto, ya en su introducción el libro publicado originalmente por la editorial Juventud aclara que “no pretende ser una historia del arte nacional”, sino un ensayo histórico-crítico sobre “los problemas artísticos del país”.  En este sentido, se diferencia sustancialmente de los estudios sobre la plástica boliviana del siglo XX de historiadores y críticos como Rigoberto Villarroel, José de Mesa, Teresa Gisbert y Pedro Querejazu en tanto que prioriza un relato abiertamente personal atiborrado de reflexiones provenientes de la ideología marxista a costa de una visión histórica derivada de la labor investigativa y del análisis “objetivo” de las obras de arte. 

Pero además de deslindarse del rigor investigativo y analítico demandado por una aproximación histórica, en esta obra el autor asume en muchos temas un posicionamiento opuesto a los establecidos por lo que considera implícitamente como una historiografía del arte “oficial” vinculada a grupos de élite.  En este sentido, Salazar Mostajo apunta a corregir datos e interpretaciones que considera falsos– como la imagen marginal del pintor y escritor Arturo Borda establecida por Mesa y Gisbert en la década de 1970 – y plantea álgidas y apasionadas críticas a artistas que considera “alienados”, “decadentes” y faltos de originalidad –los pintores abstractos de mediados del siglo XX – así como a aquellos que considera ajenos a la realidad nacional y “falsificadores de indios”– entre ellos, Gil Imaná o Enrique Arnal, a quienes denosta con saña– .   En esto último se ve que los únicos artistas que el autor pondera realmente no son otros que aquellos que dedican su arte a reflejar los problemas sociales del país, los que conciben su obra como productos ideológicos capaces de cuestionar el “determinante económico” de la sociedad.   

Este posicionamiento ubica a Salazar en un lugar de disidencia ante la mayor parte de los trabajos sobre la historia del arte boliviano, matizando o equilibrando sus posicionamientos otrora unívocos. En este sentido, más allá  de las pasiones personales que el autor transluce en sus análisis, sus aportes son sustanciales en temas como el estudio crítico que dedica a la plástica indigenista de las décadas de 1930 a 1950  – sintetizado en su diferenciación de los conceptos de indigenismo y el indianismo–; sus apologías de los artistas de la Escuela Ayllu de Warisata como Mario Alejandro Illanes y Manuel Fuentes Lira y de otros un tanto menoscabados por los demás historiadores como David Crespo Gastelú y Genaro Ibañez.  Asimismo, destaca su temprana identificación del valor de la obra de carácter social de artistas neofigurativos de procedencia social popular y raigambres indígenas emergentes en las décadas de 1970 y 1980 como Benedicto Aiza, Max Aruquipa, David Angles y Diego Morales, entre otros. 

A estos aportes se añade además una visión testimonial del desarrollo artístico local fundada en su participación como actor del escenario cultural paceño de la segunda mitad del siglo XX.  En este sentido, son interesantes sus relaciones apenas entrevistas con Borda y otros artistas e intelectuales de mediados del siglo XX; su participación directa en un proyecto educativo histórico como la Escuela Ayllu de Warisata; su cercanía con Miguel Alandia Pantoja – a quien considera el máximo artista boliviano – y su relacionamiento con artistas entonces emergentes de la Academia Nacional de Bellas Artes donde enseñó materias teóricas.

No obstante, en la misma medida en que la mirada crítica y personal del autor sobre ciertos temas constituye un aporte significativo a la teoría del arte nacional, también constituye su principal debilidad en tanto que transluce, a veces, un posicionamiento demasiado sentido contra artistas y personalidades que no son de su simpatía.   Dos son los temas más cuestionables en este ámbito: su mirada del abstraccionismo nacional simplemente porque no responde a la función social que en su criterio debería cumplir al arte y la selección final de artistas jóvenes que el autor identifica como futuros valores.  El primero parece ser un debate ya plenamente superado en tanto que la abstracción boliviana se ha consolidado en ámbitos nacionales e internacionales como lo más representativo de la plástica boliviana en su relacionamiento con lo telúrico andino.  El segundo queda para la anécdota, dado que casi ninguno de los artistas jóvenes que Salazar auspicia – incluido un niño prodigio hoy anónimo– ha dejado algún legado importante en el arte nacional.  En este sentido, muchas de las páginas del libro de Salazar quedan hoy fuera de lugar por su anacronismo, preservando únicamente un testimonio de la subjetividad de su autor.  

Asimismo, debe decirse que, aunque en líneas generales el valor de esta obra resulte incuestionable, a casi 35 años de su aparición original también se trata de un ensayo profundamente necesitado de un trabajo serio de reedición que anote o corrija muchos de los errores y los datos imprecisos que contiene (reconocidos por el propio Salazar Mostajo en una nota introductoria en la que refiere las falencias de un trabajo investigativo apresurado para su escritura).   Donde sí se luce la nueva edición de la BBB es en el estudio introductorio encargado a la académica y estudiosa del arte boliviano Cecilia Salazar de la Torre, hija del autor, quien ubica la obra en un contexto particular, sintetiza el perfil de Salazar Mostajo y proyecta algunos de sus planteamientos al futuro haciéndolos dialogar con trabajos más recientes.  Es de notar que, asimismo, el prólogo intenta corregir o matizar algunos de los planteamientos más controversiales y radicales de la visión del autor (como su posicionamiento real ante la obra de Gil Imaná), un ejercicio que deberá ser requerido a cada lector contemporáneo que se aproxime a esta obra. 

Investigador en artes y artista