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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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La metamorfosis de un cuerpo

Reseña de ‘Titane’, de Julia Ducournau, película ganadora del Palma de Oro en el Festival de Cannes 2021
Un fotograma de la película ‘Titane’, protagonizada  por Agathe Rousselle. KAZAK PRODUCTIONS
Un fotograma de la película ‘Titane’, protagonizada por Agathe Rousselle. KAZAK PRODUCTIONS
La metamorfosis de un cuerpo

Titane (2021), película de Julia Ducournau, comienza con un accidente de carro, de la misma forma que, años atrás, su directora, arrancó su ópera prima, Raw (2016). En ambos casos las secuencias servían de prólogo, de atmósfera tensa, contenida, rematando con un hecho de contundente violencia, mostrado el plano desde cierta distancia realista. Sin embargo, narrativamente, ambas secuencias deben su existencia a dimensiones distintas dentro su propio relato. En Raw, el accidente de carro es un índice, un hecho premonitorio, que contraste con la siguiente escena, es algo que luego irá hilvanando el climax. En Titane es una especie de origen de la violencia, deliberadamente sobrio, podría ser una continuación de Raw, el final abrupto de esta película parece presagiar el mundo que se describe luego en Titane.   

Por eso, me pareció importante volver a la escueta pero potente filmografía de Ducournau, una autora con un estilo en construcción, pero con una visión particular que ya se puede distinguir y apreciar en cada una de sus puestas en escena. La expectativa de Titane radicaba justamente en la impresión que Raw había dejado en Cannes años atrás en la Semana de la Crítica. Con su segunda cinta en competencia oficial este año, Ducournau intentó ir más allá, decir más cosas, tal vez, decir cosas más importantes, con sorprendente profundidad, audacia y, al mismo tiempo, superficialidad, guion creativo que recuerda a varios y disímiles realizadores, un cine que también juega a ser de género, aunque solo use algunos moldes para subvertirlos. El estilo de la directora me anima a diseccionar y desmembrar (como suelen hacer sus personajes) este cuerpo irregular y palpitante que es Titane. 

Contagiada por la ansiedad y estrés que nos abraza cada vez con más fuerza, las secuencias que preceden al prólogo arrancan aceleradas, buscándose unas a otras sin respiro. Antes, vimos a Alexia, la protagonista absoluta del film, como una niña – con una aparente sociopatía – sufrir un violento accidente de carro, ahora saltamos en el tiempo y asistimos a su transformación en una mujer con una placa de titanio en el lóbulo parietal, destilando una extraña sensualidad. Un plano secuencia recorre una exposición de autos tuning y Alexia, como una modelo/vedette, se muestra y seduce a quien pueda verla sobre el capó, una especie de video clip agreste de eso que hoy se denomina “urbano”, y puede ser hip hop, trap o reguetón. La peculiar y extraña sensualidad de Alexia no es un tema menor. Ducournau ejercita en esas secuencias antes descritas, una especie de “mirada masculina” caricaturizada, para luego romper la breve “fantasía” con otra forma de percepción de los cuerpos femeninos y de los cuerpos en general, a través de la violencia y visceralidad. Aquí, es inevitable recordar las primeras películas de David Cronenberg, el cuerpo y la tecnología en Videodrome (1982), las cicatrices que poco a poco modifican el cuerpo de los protagonistas en Crush (1996), o la metamorfosis de La Mosca (1986), una forma de abordar la identidad en una sociedad carnívora, algo que Ducournau hace evidente cuando Alexia quiere modificar su cuerpo, cambiando de nombre y género para escapar, de alguien, de todos.

Continúa el acelerado primer cuarto de hora plagado de asesinatos y hechos violentos que no parecen tener sentido más allá de la placa de titanio que presiona el cerebro de Alexia. Trastornos mentales de por medio (que funcionan como anzuelos o escusas), por momentos, por su hiperrealismo y poco desarrollo narrativo, se sienten oníricos, fruto de un mal sueño. Ese es un rasgo del cine que va construyendo Ducournau, la directora y guionista, coloca en sus historias puntos de giro de los que ni ella ni sus personajes pueden volver, es atroz, violento y aparentemente sin sentido, pero está hecho, sigamos, se impone la emoción y el poder de las imágenes a la endeble estructura narrativa. Ese vértigo tiene puentes (pausas) en donde se percibe cierta normalidad y realismo, que, por contraste, se sienten más extraños que, por ejemplo, la fijación sexual que Alexia tiene con los autos, algo que se platea como lei motiv durante toda la trama. Por momentos la película es consciente de lo bizarro e instrumental de algunas de sus imágenes y nos desliza la duda de que todo esto podría no estar sucediendo realmente. A Harmony Korine suele pasarle algo similar, más allá de las diferencias estéticas y discursivas, los recursos narrativos de Korine, en cintas como Spring Breakers (2012) pueden tener la misma naturaleza, un juego en el que la provocación está en una constante tensión entre el surrealismo, la alucinación y el hiperrealismo. También me recuerdan a los asesinatos de Patrick, el personaje de American Psycho (2000), las motivaciones y naturaleza de Alexia no podrían ser más diferentes a las de este personaje, sin embargo, la violencia de los asesinatos, la desnaturalización de la agresión como hecho criminal, para volverse una especie de relación o diálogo entre los personajes, es algo común y latente en ambos films. 

Pero Ducournau añade más giros y situaciones a su personaje. Lejos ya del primer cuarto del film nos topamos con lo que bien podría ser el verdadero plot de la historia. Aparece Vincent, interpretado por Vincent Lindon, posiblemente el único personaje con el que podremos empatizar en toda la película, y por lo mismo, el mejor desarrollado. Alexia funciona como una especie de arquetipo, poco a poco, se transforma en una metáfora de las construcciones sociales del género, la identidad, de la maternidad, de la masculinidad, de la feminidad y hasta forman con Vincent una metáfora del amor, muchos de estos temas se quedan en la superficie, renunciamos a entender a Alexia en un contexto, como sujeto social, y pasamos a entenderla como una colectividad de fobias, traumas y deformidades de la sociedad misma. Encuentro en el personaje de Alexia una cierta similitud con Laura, el personaje de Under The Skin, película de Jonathan Glazer (2014), al cual no podemos ingresar fácilmente, y que funciona – en su opacidad física y simbólica – como un espejo de nuestro propio extrañamiento como seres vivos con conciencia, la diferencia es que en la cinta de Glazer, Laura es un extraterrestre. La imposibilidad de enlazar a Alexia con nuestras experiencias y recuerdos (aunque inventados) pueda radicar en su esencia mítica y el peso visual que la convierte en algo, un cuerpo en metamorfosis, una máquina poseída por un espíritu oscuro y omnisciente. Eso sí, podemos sentir su dolor, su rabia y frustración. Esto de hablar de “lo humano” a través del exotismo de la máquina tiene como referente ineludible a la genial y recomendable Ghost in the Shell (1995), de  Mamoru Oshii.

Titane aborda temas como la masculinidad corrosiva de una manera creativa, compleja y provocadora, se aventura a profundizar en la materialidad del cuerpo mutante como reflejo de nuestras propias contradicciones, todo esto usando sicopatías poco comunes, violencia física y simbólica que se sugiere real, surrealista, y luego real nuevamente. Mientras vemos las noticias (un 80% de crónica policial), asistimos al espectáculo de una sociedad que poco a poco abre los ojos para verse las horribles heridas que ha ocultado, no es que nos estemos matando desmedidamente, hoy más que antes, es que ahora podemos ver cada detalle, también alternamos ese horror con autos, nalgas, memes y otros divertimentos, no es evasión, eso somos también, un cuerpo fracturado, enfermo y en constante transformación. Ducournau es enfática y efectiva en esto. El resto de los temas, orbita, desde su propio contexto, alrededor de esta misma idea, y tal vez, amerite otras historias y personajes.