Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 00:00

McGregor vs Poirier 3 (I)

Primera parte de un análisis técnico-filosófico del combate que sostendrán el artista marcial mixto de nacionalidad irlandesa y el luchador estadounidense el próximo 11 de julio en el Ultimate Fighting Championship (UFC).
Connor McGreggor y Dustin Poirier. UFC
Connor McGreggor y Dustin Poirier. UFC
McGregor vs Poirier 3 (I)

El Ultimate Fighting Championship (UFC) anuncia para el próximo 11 de julio la tercera pelea de la trilogía Conor McGregor vs Dustin Poirier, enfrentamiento que da la sensación de ser mucho más crucial para el irlandés que para el norteamericano. McGregor y Poirier se enfrentaron en 2014 en la categoría de los pesos gallo (hasta 145 libras), e hicieron la revancha en enero 2021, en la categoría de los livianos (hasta 155 libras). 

En el primer choque MgGregor venció por KO en el primer round, haciendo uso de una variedad de patadas altas, movilidad y combinaciones con sus puños. Estaba en pleno apogeo y el mundo comenzaba a ver que no era solamente un loud speaker, o un trash talker, sino que podía ser legítimo, un artista marcial con una mentalidad muy sólida y un estilo que presentaba nuevos e interesantes problemas en la división. En aquella oportunidad McGregor ostentaba un aura cargada de misticismo celta, era un coctel explosivo de atributos, carnada perfecta para el mundo de los más jóvenes, un fenomenal orador, demasiado autoconsciente de su poder de venta, que brillaba en las conferencias de prensa y daba la sensación de ser un imán que se alimentaba de cada nuevo acontecimiento, devorando lo que saltaba a su paso para capitalizarlo. Así continuó la construcción de un camino de fama, gloria y éxito económico hasta el UFC 2005, en el que derrotó a Eddy Álvarez, proclamándose lo que el denominaba “doble campeón”, aunque esta fuera una jugada publicitaria más que realista, puesto que llevaba casi un año sin defender el título que le había arrebatado a José Aldo en los pesos gallos, y en condiciones justas debería haber sido puesto vacante. 

No se puede quitar mérito a todo lo que McGregor consiguió en los años de trabajo que realmente se comprometió con el deporte, del 2013 hasta el 2016, siendo éste último el año en que decidió retirarse, anunciando que su hijo primogénito vendría al mundo. Sin embargo, con el tiempo pudo verse que fue también una manera de enmascarar su reticencia a enfrentarse al peleador que consideraba un verdadero problema en la división: Khabib Nurmagomedov, el dagestani múltiple campeón de sambo, con amplio prestigio en el mundo del grappling y el wrestling, y por sobre todo invicto. Por supuesto que Conor nunca admitiría esta evasividad en voz alta, más bien le restaba importancia al ruso, indicando que no era un peleador activo, que se caía con frecuencia de la cartelera por problemas físicos de corte de peso o lesiones. Hasta ese momento su argumento oficial no dejaba de tener validez. 

El estilo de McGregor fue creado para vencer a wrestlers agresivos, que apresuran el derribo atacando a las piernas o que se aventuran con golpes furibundos dejando abierta la guardia para intentar atropellar a sus rivales desde el inicio. Peleadores del estilo de Mark Coleman quizá, con pésimo conocimiento de la pelea en pie, o de Dan Henderson, un luchador americano conocido por su demoledora mano derecha y su potencia para dominar a los rivales en el piso; e incluso podríamos citar al infame Chael Sonnen. Pero el deporte había ido creciendo, principalmente gracias a peleadores brasileños como Vitor Belfort, Anderson Silva, José Aldo y Lyoto Mashida, que llevaron a que la pelea en pie se fuera tornando cada vez más estratégica y competente en el contraataque. Recuerdo que en el impactante debut de la araña Silva, el comentarista Joe Rogan hacía notar, “este es otro nivel, otra clase de striker que no hemos visto antes”. Silva era ya conocido por sus peleas en Brasil y en Pride FC. en Japón, pero su irrupción en Estados Unidos en el octógono más famoso del mundo fue un verdadero statement, una declaración de principios para la pelea de pie. Jon Jones, Steve Thompson y el mismo McGregor, a mi juicio, son una prolongación de Anderson Silva, sus estilos llevaron más allá lo que el brasileño inauguró y asentó dentro del deporte. A su vez, Silva era una especie de puesta en escena del Jeet Kune Do de Bruce Lee, pero mezclado con mayor conocimiento de Muay Thai y por supuesto de Brazilian Jiu Jitsu. 

McGregor tenía un decente jiu jitsu, como alguna vez lo certificó el mismo Eddy Bravo, cinturón negro, cabeza del gimnasio Ten Planeth System, donde lo recibió en cierta ocasión y observó entrenar junto a sus estudiantes. Era la época en la que McGregor todavía se manejaba a sí mismo como un estudiante del deporte, consciente de que tenía mucho trabajo que hacer para atender áreas débiles en su juego. El legendario George Sant Pierre dijo más de una vez que los grandes campeones hacen bien en mantenerse en mentalidad cinturón blanco, dentro de un camino de interminable mejora y crecimiento. En esos tiempos escuchar a McGregor analizar a sus oponentes era un festín, una clase de estrategia, que además nos permitía profundizar en los vericuetos de su imponente seguridad y de su refrescante aproximación al combate. 

Castillo de papel

Pero las cuentas en la vida se ajustan de alguna manera siempre. Khabib Nurmagomedov era ese monstruo negro que tenía el número del peleador irlandés; su enfrentamiento era clamado desde el 2016, y cuando finalmente colisionaron aquel 6 de octubre de 2018 fue como si se desmantelara una ficción que los matchmakers del UFC habían construido cuidadosamente para fabricarse una gallina de huevos de oro. Sólo que en aquel momento era una situación de ganar-ganar para la Compañía, pues Khabib había probado tener el potencial para ser la nueva figura internacional con una base de fans gigante a nivel mundial. Desde la oscura conferencia de prensa que los tuvo como protagonistas, McGregor comenzó rápidamente a deshilachar la imagen que habíamos fabricado de él, no sólo el UFC, también el aparato mediático, los sitios de internet, los analistas y los fans a nivel global. McGregor proyectaba una imagen donde se pintaba a sí mismo como una mezcla de Don Corleone con Tony Montana y el Jóker interpretado por Heath Ledger, todo sumado en uno, y además con un toque de Rocky Balboa en la cuarta entrega, cuando debe enfrentarse al temido e invicto peleador ruso Iván Drago. Sin embargo, durante aquella conferencia, con su presencia serena y calculada, fría y decidida a la vez, llena de lo que Michael Corleone llamaría “fuerza reposada”, además mostrándose prácticamente impasible en sus reacciones faciales, Khabib Nurmagomedov dejó en evidencia que el verdadero Don en la escena era él, y que McGregor a su lado lucía como un chiquillo caprichoso, maleducado, un multimillonario pedante, nervioso y fuera de sus cabales, algo drogado, que necesitaba demandar respeto, actuando como si todos en la habitación deberían moverse a su voluntad y en atención a él. Khabib lo sentenció con sus interpelaciones, cortando toda la basura de lado y preguntando: ¿qué vas a hacer, realmente crees que vas a disfrutar ahí dentro conmigo, crees que tu wiskhy te va a ayudar en el octógono? Pues, en el mundo de los peleadores profesionales, para llegar al tope, lo que interesa observar cuando frente a un nuevo contendiente al título que debes enfrentar es si tiene las armas para resolver el problema que planteas con tu estilo.  ¿Y qué amenaza te representa?, ¿qué nuevo problema me obliga a resolver? ¿Qué puede su cuerpo? ¿Qué intrigas, qué armas y recursos trae a la mesa? Cada nueva pelea es la resolución de un problema más, o varios, lo cual, en el devenir de una trayectoria profesional, permite armar el rompecabezas que retrata a cada peleador: contra quienes peleó, qué obstáculos traspasó, y en qué momento de sus vidas los enfrentó. 

En el otro lado de la vereda, McGregor, lastimosamente, echó por el barranco su carrera y eligió vender su alma al mejor postor: el mundo del boxeo-espectáculo. Llevó al extremo aquella máxima que solía repetir: “entras al juego, maximizas toda la cantidad de dinero que puedas hacer dentro y sales cuanto antes puedas”, queriendo significar que no era un lugar para durar mucho, por las características imprevisibles, por los peligros físicos inherentes de este deporte, un deporte que no se juega, porque representa cada vez ponerlo todo en la línea, la vida misma, la salud. McGregor se tornó un recalcitrante negociante del deporte desde su derrota con Nate Diaz y en adelante comenzó a comportarse mucho más como un empresario en el rubro de las artes marciales mixtas que como un atleta, artista marcial, hombre de honor o un guerrero heredero de la fascinante historia y tradición de las artes marciales que practicaba. Su decepcionante pelea con Floyd Mayweather en 2017 terminó representando su cesión de derechos de auto respeto, en lo simbólico, una pérdida de credibilidad consigo mismo, una venta al mayor precio posible de esa llama interna que mueve a un peleador y lo hace diferente. Perdió, recibió el dinero y se fue del mundo del boxeo, tragándose sus rimbombantes anuncios sobre la llegada de nueva era del boxeo que lo tendría como rey. No volvió a ser el mismo ni tuvo la misma presencia en los lugares públicos donde se presentó. Contra Khabib, en 2018, interpretó una actuación grotesca de sí mismo, autoparodiándose, como si estuviera encarnando dramáticamente al ídolo que recapitulaba ególatramente en los videos guardados una y otra vez.

Filósofo e investigador