Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Martín Boulocq: “El rodaje de ‘El visitante’ pasó del sueño a la pesadilla”

Reproducimos partes de la entrevista al cineasta cochabambino que publicó hace unos días el sitio en español de los Golden Globes Awards, en ocasión del estreno de su cuarto largo en el Festival de Tribeca (EEUU)
Martín Boulocq: “El rodaje de ‘El visitante’ pasó del sueño a la pesadilla”

Estos son días felices para este director boliviano que sorprendió al mundo con su primera película, Lo más bonito y mis mejores años (2005), cuando recién había cumplido los 25. Ahora Martin Boulocq no solo ha disfrutado de que su cuarto largometraje, El visitante, fuera la única película iberoamericana en ser invitada a participar en la competencia oficial del Festival de Cine de Tribeca, sino que además se marcha de allí con el premio al mejor guion en el distinguido festival. Ambientada en su ciudad natal de Cochabamba, El visitante cuenta lo que ocurre cuando un hombre (el debutante Enrique Aráoz) regresa después de una temporada en la cárcel, e intenta reinsertarse en la vida de su hija adolescente, que ha quedado bajo la custodia de sus abuelos, los líderes de la iglesia evangélica a la alguna vez él también perteneció y que en el filme son interpretados por los actores uruguayos César Troncoso y Mirella Pascual. Boulocq también ha dirigido Los viejos y Eugenia, la que en 2018 ganó el premio al mejor guion en el Festival de Cine de Guadalajara.

El visitante no solamente representa a Bolivia en la competencia oficial del Festival de Tribeca sino también al resto de Iberoamérica. ¿Cómo te hace sentir semejante honor?

¡Demasiado peso! La verdad es que estoy muy contento y es un honor para mí y para todo el equipo que El visitante sea la única película latinoamericana compitiendo en el Festival de Tribeca. Es verdad que se siente presión, pero ese es el resultado de todo el trabajo realizado y también un poco de la suerte. 

¿Cómo fue filmar una película en medio de un golpe de estado, revolución o como lo quieras llamar?

Fue muy difícil e intenso. Cuando empezamos a rodar no nos imaginábamos que algo así podía pasar porque de lo contrario hubiéramos detenido antes el trabajo, pero una vez que estábamos en marcha era muy complicado, teníamos a la gente y todo comprometido así que tuvimos que seguir con la ciudad medio parada y cambiando los planes cada día. Nos costaba llegar a las locaciones porque las calles estaban cerradas, debíamos caminar o andar en bicicletas y además a veces se caía el catering y había que encontrar otro. Igualmente, lo más triste o impactante fue ver tanques en las calles y militares armados marchando. Solamente por el compromiso de todos los que han participado en la película fue posible que pudiéramos terminarla.

¿Pensaste en suspender todo en algún momento?

De hecho, en un momento tuvimos que parar casi una semana porque era ya imposible debido a lo que te contaba anteriormente, incluso algunas escenas las hicimos dos meses después porque con los actores ya no era posible. Fue un rodaje bastante accidentado y muy difícil honestamente, de mucha tensión y rollos psicológicos ya que veíamos lo que estaba pasando alrededor nuestro, no se trataba solamente de pelear contra las adversidades logísticas. Toda esa situación a mí me afectó mucho emocionalmente, entonces ha sido muy desgastante, encima después llegó la pandemia.

Inicialmente esta película fue quizás la más fácil de llevar adelante para ti porque fue una coproducción y además había fondos estatales para filmar por primera vez en Bolivia, algo que no sucedió con tus anteriores proyectos que tuviste que hacerlos a pulmón...

Eso fue lo irónico porque El visitante era una película que tenía las condiciones soñadas para filmar. Arrancamos el rodaje pagándole bien a todo el mundo y teniendo todo el equipo y los elementos. El rodaje de El visitante pasó del sueño a la pesadilla. Pero bueno el cine en Latinoamérica consiste en eso.

¿Cómo surge la idea de El visitante?

La idea surge en realidad cuando veo al tenor Enrique Aráoz, el actor principal, en una pequeña ópera en la ciudad interpretando un solo que me conmovió hasta las lágrimas. En ese momento supe que quería hacer algo con él, escribir un personaje para un largometraje. Esa fue la semilla, como el primer impulso que luego se mezcló con mis inquietudes de querer retratar el tema de las iglesias evangélicas en Bolivia y otra serie de cosas que me gustaban, como las relaciones entre padres e hijos.

¿Por qué crees que las iglesias evangélicas tienen tanto éxito en América Latina?

Pienso que es un fenómeno bien complejo. Cuando investigué un poco ese mundo, de hecho, estuve visitando muchas iglesias y formando parte de los cultos, decidí retratar una pequeña fracción que ojalá resuene sobre el resto. No podría decir que la película está intentando abarcar esa complejidad, creo que en Bolivia y quizás también en Latinoamérica estas iglesias tienen una capacidad de seducción y de atraer a la gente que tiene la necesidad de ser escuchada, que está sufriendo y atravesando una serie de problemas. Estos templos, por su tipo de organización, son muy eficientes en capturar ese dolor humano y ajeno. La complejidad está en que no se trata de buenos o malos, sino que es casi una transacción, es decir, yo participo de tu iglesia, te voy a dar el diezmo y a cambio voy a tener algún tipo de alivio y la sensación de comunidad. Me parece que los pastores aprovechan elementos de la cultura local y los esterilizan haciéndolos parte de su escenificación, por ejemplo, usar el idioma o distintos tipos de música o algunos elementos culturales muy enraizados que les sirven como forma de acercamiento a las personas.

Uno de los protagonistas de tu película es Cochabamba. ¿Por qué era tan importante incorporar a tu ciudad?

En principio porque nací, crecí y vivo ahí, la conozco muy bien. Además, Cochabamba ha sido el centro de varias luchas sociales, sin ir más lejos, fue el escenario de la famosa Guerra del Agua. También está el deseo de querer contar la historia de mi país desde el lugar que yo conozco, desde las temáticas que me interesan a mí, que tienen que ver con cuestiones políticas, de lucha y de resistencia.

Durante muchos años Jorge Sanjinés fue sinónimo del cine de Bolivia y sé que tú estudiaste en su escuela. ¿Qué sientes que te brindó esa experiencia para el desarrollo tu carrera?

La experiencia de estar en la escuela de Jorge y de su pareja Beatriz, quien murió hace algunos años, fue muy enriquecedora. Me siento muy agradecido con ambos, incluso más con ella, que me trató con mucha deferencia al inicio de mi carrera. Yo tenía 19 años, quería hacer cine y venía de Cochabamba, una ciudad relativamente chica comparada con La Paz que siempre ha sido el epicentro del lugar donde se hacía cine, y la recepción y el cariño que ha tenido Beatriz hacia mí ha sido fundamental. Por supuesto Jorge ha sido siempre una referencia para mí sobre cómo hacer cine frente a la adversidad porque en Bolivia siempre ha sido así, es el eterno enfrentamiento entre David y Goliat. Esos primeros años en la escuela de Jorge me dieron la posibilidad de conocer a toda esa generación del nuevo cine latinoamericano que han sido maestros míos, como por ejemplo Jorge Goldenberg.