Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 20:52

Mariano Baptista recuerda a Botelho Gosálvez

Una mirada a la obra del escritor paceño, a raíz de la publicación del libro ‘Ventura, aventura y desventura de Raúl Botelho Gosálvez’, de Mariano Baptista. Disponible en Plural Editores.
Portada de la obra en la que Mariano Baptista (derecha) evoca al escritor paceño Raúl Botelho Gosálvez.
Portada de la obra en la que Mariano Baptista (derecha) evoca al escritor paceño Raúl Botelho Gosálvez.
Mariano Baptista recuerda a Botelho Gosálvez

El último libro producido por Mariano Baptista se llama Ventura, aventura y desventura de Raúl Botelho Gosálvez (Plural Editores). Es el resultado, como varios de los suyos, de un encuentro más o menos casual con los papeles inéditos y la correspondencia de un escritor. Baptista tiene suerte para este tipo de encuentros, aunque en verdad habría que decir que anda permanentemente detrás de ellos. Esta actitud acechante le ha permitido hacer valiosos hallazgos que han enriquecido la historiografía literaria del país.

El libro del que hablamos resultó de su incursión en la biblioteca-escritorio de Botelho antes de que esta desaparezca. Tal es el destino de casi todas las que no tienen la suerte de despertar la atención de las autoridades. Baptista ya había hecho pesquisas en este repositorio con anterioridad; de él había extraído el manuscrito incompleto de El corregidor Miguel de Cervantes en La Paz, que publicó junto con otros textos de Botelho en 2005, un año después de su fallecimiento.

Ahora combina textos inéditos con pasajes de las obras del novelista para hacer –junto con notas biográficas, retratos de otros escritores, apreciaciones externas, etc.– su perfil y un panorama de su época. Se trata de uno de esos “aparatos de la memoria” que ha inventado Baptista, y que ha convertido en una suerte de género personal (son “museos escritos” o la versión literaria de los pequeños museos que el sabio ha armado para instituciones públicas y privadas a lo largo y ancho del país). El más destacado de ellos es, claro está, Atrevamos a ser bolivianos, una valiosísima biografía “a retazos” de Carlos Medinaceli.

De su empeño constante en recuperar a Botelho se sabe que Baptista, además de los motivos que siempre ha tenido para producir materiales para la construcción de la cultura nacional, tiene en este caso otros de índole más personal. (Aunque hay que decir que todo es personal en la edición de libros en Bolivia, pues no constituye un medio para aumentar el peculio de nadie). Bautista era amigo cercano del escritor paceño, que muy pocos recuerdan actualmente. 

Además, como se desprende de la introducción, quedó conmovido por la trágica suerte de este (de ahí el título del libro), que primero se vio reducido a la pobreza, lo que resulta más o menos inevitable para alguien que vivió 87 años y que solo se las arregló, y episódicamente, con los siempre inseguros empleos públicos; pero que además, al final, sufrió una embolia incapacitante por nada menos que cuatro años, tiempo durante el que vivió “un poco más allá que aquí”, confinado en un hospital que alguien le consiguió por caridad.

En los 80 Raúl Bothelo era uno de los autores famosos a los que mi generación, que era la generación de la democracia, nunca iba a rendir culto. Yo sabía vagamente que había estado ligado a los militares; suponía que era un filisteo lleno de plata y reconocimiento del establishment, y la única novela suya que había en mi casa, Borrachera verde, me parecía perdidamente mala.

Luego, junto con otros escritores de esa época, desapareció del radar, en parte porque Presencia Literaria, el órgano de los “viejos”, entró en decadencia y en parte porque comenzó, a partir de los sentimientos rupturistas de mi generación y de la hegemonía neoliberal, la etapa posmoderna de nuestra literatura que continúa hasta ahora (levemente desafiada por jóvenes escritores de origen aymara).

Gracias al libro de Mariano Baptista me doy cuenta, una vez más, de lo ignorante que era. De sus páginas emerge un Botelho muy distinto. Descendiente empobrecido de la élite tradicional, tuvo que enfrentar mil pellejerías a lo largo de su vida, la cual quiso sostener medrando del Estado cuando podía, para lo que tuvo que tragar sapos ideológicos y personales todo el tiempo. Tuvo una juventud idealista y arronjada, que lo llevó a presentarse en el frente del Chaco antes de cumplir la edad mínima para ser soldado y a vivir un periodo en medio del Altiplano, en las heladas instalaciones de la Normal de Warisata, a fin de apoyar este estupendo experimento educativo indigenista.

No se me malentienda, sin embargo. Pronto Botelho se convirtió en un hombre políticamente conservador, como prueba el hecho de que se autoexiliara por seis años al Uruguay después de la Revolución de 1952 (era sobrino de Gabriel Gosálvez, el “candidato de la rosca” en las elecciones de 1951, que ganó Víctor Paz Estenssoro). Después no le hizo ascos a la labor de representar diplomáticamente a las dictaduras militares, una de las cuales lo nombró Canciller. 

Sin embargo, al mismo tiempo fue, en lo personal, un individuo sin prejuicios, mundano, aventurero, seductor, mujeriego e independiente. Y, en efecto, desafortunado. El General David Padilla, presidente al que servía como Ministro de Relaciones Exteriores, lo despidió cuando se hallaba en una reunión diplomática en el exterior, solo por complacer a Hugo Banzer, a la sazón exdictador del país, que odiaba a Botelho por alguna razón. Así, Botelho dejó la mejor posición pública que había obtenido jamás cuando faltaba un buen lapso (menor a un año, sin embargo) para que el gobierno acabara por muerte natural. Y lo mismo en otros momentos de su biografía. Nunca destacó demasiado en la chicanería política, arte que su tío, en cambio, dominaba a la perfección.

Como escritor genera sentimientos encontrados (leer el libro que comentamos es leer muchas páginas de él, acompañadas de otras de diferentes autores; pero además me sentí incitado a revisar algunos de sus ensayos, novelas y cuentos). Por un lado, no cabe duda de que poseía una gran habilidad verbal, un talento natural muy marcado. Por otro lado, aparece a menudo munido de una erudición algo impostada y, en las partes más flojas, su prosa se ahoga en avalanchas de adjetivos. Por ejemplo: “Es difícil decir qué ha sido para Bolivia Franz Tamayo. Este hombre proteico fue un antagonismo vivo, un orgulloso de la estirpe de Manfredo, un Aristarco cuya palabra fulminaba, un indio aymara que platicaba con las Musas en el lenguaje de Orfeo, un poeta que forjó su propio Olimpo en las neveras del Ande, en medio de un pueblo que no lo entendía y, no obstante, se emocionaba ante esa vida de permanente y austera soledad creadora, de desgarrada contradicción entre la violencia de la conducta y la marmórea serenidad de la obra de arte”. 

Pero este es un ejemplo algo injusto, pues proviene de un texto que Botelho dejó inédito. En cambio, los Trece ensayos que publicó en Paraguay en 1984, y crecieron hasta convertirse en los Veinte ensayos bolivianos de las ediciones nacionales, son muy dignos de leer, y hay más vida en algunas de las escenas de su narrativa que la que existe en libros enteros de escritores contemporáneos. Por esa su capacidad de adjetivación, Botelho destacó sobre todo en la descripción de paisajes (no en vano hizo una recopilación que se llama El hombre y el paisaje de Bolivia). Puesto que ambientó sus historias en todos los pisos ecológicos, Baptista lo considera “el más boliviano de los escritores nacionales”. 

Botelho dijo una vez: “Soy un escritor extraviado en la diplomacia o un diplomático extraviado en la literatura; si solamente hubiese sido escritor creo que mi obra tendría alguna otra significación”. Lo mismo podríamos afirmar casi todos los escritores bolivianos, extraviados siempre en alguna otra cosa.

Escritor y periodista