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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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La lírica de los artrópodos

Sobre ‘Nuestra piel muerta’, novela de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, cuya edición boliviana está a cargo de Mantis Editorial. La obra será presentada el jueves 4 de noviembre 
La escritora ecuatoriana Natalia García Freire y la portada de la edición boliviana de ‘Nuestra piel muerta’. ELABORACIÓN PROPIA
La escritora ecuatoriana Natalia García Freire y la portada de la edición boliviana de ‘Nuestra piel muerta’. ELABORACIÓN PROPIA
La lírica de los artrópodos

‘Nuestra piel muerta’, novela de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, cuya edición boliviana está a cargo de Mantis Editorial, será presentada el jueves 4 de noviembre a las 19.00 a través de la página de Facebook del nuevo sello editorial independiente (https://www.facebook.com/EditorialMantis/). El evento contará con la presencia de la autora. 

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Natalia García Freire es una escritora ecuatoriana nacida en 1991. Nuestra piel muerta demuestra una madurez sobresaliente como escritora y lectora sensible y aplicada. Una lectora a quien lo que ha leído se le ha hecho piel. Y no precisamente muerta.

Pese a que a veces dar con un nombre, encontrarlo, es una reducción, creo poder decir, siempre con temor a equivocarme, que este libro no es un texto novelesco, sino un poema narrativo. Cuando lo leo no estoy muy segura de lo que quiere decir —o sí lo estoy, pero no me atrevo a formularlo— y me empino para salvar mi incertidumbre. Me hundo en sus palabras y allí me quedo: tierra, insectos, licuefacciones, materia, infancia, orfandad, usurpación, regreso, enajenación… García Freire actúa a través de resortes narrativos, pero sobre todo define una atmósfera por medio de isotopías, campos semánticos recurrentes, que van forjando un espacio y un tiempo. En su interior se gesta el conflicto universal. Pero lo que más me gusta de estas páginas es que me puedo hundir en ellas como carne para escuchar las voces muertas de las que perdemos la memoria. El recuerdo y el amor y el odio por los que se fueron reside en la capacidad de ver, palpar, oír. Ese es el significado de “formar parte”. Sintonizo completamente con la falta de espiritualidad y con la antiliteratura que caracteriza este proyecto, por otra parte tan profundamente literario, y me interesa la posible resignificación del lenguaje con la que trabaja: tal vez el lirismo más profundo haya que buscarlo en las clasificaciones de los artrópodos.

Reconozco aquí algo local, intraducible y fascinante que conecta con las novelas de la tierra y, a la vez, algo universal que se relaciona con grandes conceptos —enajenación, orfandad, muerte— y con escritores y escritoras que rehúyen los topónimos de una geografía real e inventan otros para circundar con sus metáforas lugares absolutos. Estas páginas se mueven dentro de esa paradoja entre lo contextual y concreto y lo difuso y general. A mí, como lectora materialista, me resitúa sobre la coordenada de las cosas palpables: la diferencia entre ser insecto y parásito, la mano gallinácea de Sarai, un niño narrador —en realidad los niños narradores nunca hablan desde su infancia, sino de su infancia— que se dirige a su padre para contarle, entre otras cosas, que una araña llamada Nancy le ha picado en el centro del pecho y esa picadura es amor y compañía, mientras que hay otros amores, sacralizados familiarmente, que son aguijonazo mortal. La escritora consigue hacernos sudar con sus personajes. Que nos piquen sus habones.

Nuestra piel muerta es una compilación de conocimiento literario y asunción de riesgos. Poco más hay que pedirle a un primer libro. La escritora tiene un jardín y habla de lo que ve. Domina el territorio sentimental y las palabras para delimitarlo. De dentro hacia fuera y al revés. Marcando el movimiento de la literatura más prometedora.