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[La Lengua Popular] La uruguaya

[La Lengua Popular] La uruguaya



Hace poco tiempo llegó a mis manos La uruguaya (2016) del escritor argentino Pedro Mairal. Una novela que se hizo esperar como mucha curiosidad, ya que la recibí como recomendación repetidas veces. Por fin logré leerla.

Hay mucho por decir de este libro. Hay demasiadas cosas que llaman la atención y que hacen de la experiencia de la lectura un territorio muy grato. Mairal escoge las palabras con total comodidad. Se desliza con total soltura en esa voz que sintoniza el oído cuando estamos leyendo. Es seductor, simple y altamente adictivo en ese parámetro de definiciones. No se puede ser duro con lo que uno está leyendo. Al contrario, el libro, a pesar de no saber por dónde nos está llevando, tiene la capacidad de doblegarnos e introducirnos a una especie de conversación casual con algún extraño en un bar. Esos encuentros que siempre terminan siendo una gran paseo de lo extraordinario.

La uruguaya comienza contándonos de frente el drama, situándonos directo en el problema, en la intriga del conflicto. La esposa le dice al hombre que había hablado dormido, que había dicho “Guerra”. En ese momento, no puedo dejar de pensar la situación desde lo cinematográfico. Es inevitable no pensar en Mairal personaje y en Marial escritor, un tipo de unos cuarenta y tantos años, en la barra de un bar tomándose un whisky y comenzando el diálogo de forma directa, sin preguntarte ni siquiera tu nombre. Un tipo que tiene la necesidad de hablar, que lo único que quiere es decir qué ha pasado con él, que con el tiempo ha ido desapareciendo en eventos y personas que ahora son menos que las costras de heridas pasadas. Mairal es ese sujeto en el bar que, más que un hombre sencillo, a pesar de que pueda verse como tal, es un sobreviviente. Podríamos escucharlo decir “Guerra” tantas veces, y en cada una de ellas nos sorprendería con algo en la entonación. Sería imposible no sentir la pólvora del incendio de aquellas decisiones que terminan siendo una tormenta cada vez que se las evoca.

La uruguaya es una novela sobre la explosión del ritmo rutinario. Es una exposición a la sobre carga de manuales de vida que con el tiempo se van pudriendo, y de alguna forma la búsqueda inconsciente, pero deseada al caos, se hace presente. Nos inventamos el mal destino o la infortunada casualidad. Pero, en el fondo, la palabra “Guerra” es la única que queremos convocar.

Guerra es el apellido de una mujer, una uruguaya joven y hermosa que conoció al escritor en un encuentro de literatura en ese país. A partir de eso, mantienen comunicación, la mayor parte vía virtual, y algún encuentro casual. Hasta ese punto no sabemos concretamente nada más. El escritor está enamorado de la visión que significa Guerra en la monotonía de su vida. Ama a su esposa, como también ama a su hijo, como también siente la desesperación de la falta de dinero que implica apostarle a una vida dedicada exclusivamente a la escritura. A partir de esta panorámica del universo del escritor, comenzamos a beber en el bar con Mairal. La novela de a poco cambia. El hilo de tensión se tiende tanto, que solamente está dispuesto para golpear con fuerza, pero con la sagacidad y contundencia precisas.

La guerra es el ejercicio potencializado para obtener poder, control absoluto y una justificación a la idea de redimirse ante algún concepto o realidad antagónica. Hacemos guerra para derrumbar, para destruir, para cobrar lo que creemos que merecemos, o simplemente para ganar más. Y, después de las explosiones, de la caducidad del aparato bélico, intentamos reconstruir una nueva idea de lo real a partir de la legalidad absoluta del haber vencido.

Guerra, la uruguaya, es ese territorio para el escritor. Es la posibilidad del campo de batalla donde todo es posible, donde no existe ni centro, ni margen como punto de referencia, sino la amplitud extensa de un nombre; donde la conquista prohibida y a la vez misericordiosa es la única consigna. El escritor tiene una Guerra en los labios, la tiene incluso estando dormido. La tiene en un cafecito al frente de un puerto, en un porro mal construido, en un kiosco de masas dulces, en un tatuaje, en la compra de un ukelele. La tiene al borde del mar en una playa que se va convirtiendo en un motel. La tiene en un puñetazo en el pómulo, en la pérdida de toda su estrategia económica, en la última conversación con una mujer que ya no es guerra, sino que, de a poco, se va convirtiendo en el melancólico y rutinario estado de paz.

La uruguaya es una novela en la que lo inverosímil de una decisión se expande en una telaraña confusa. Aunque finjamos ignorarla, sabemos que estamos a punto de lanzarnos al abismo. Disfrutamos del vértigo después de haberlo conocido y de haberlo ignorado mucho tiempo en la pradera. Mairal nos deposita en pleno campo de guerra, donde, a pesar de toda victoria, el fracaso del herido, del sobreviviente por haber dejado atrás los leños de su cálida vida, siempre termina cobrando una factura. Después de Guerra viene con calma la euforia del que ha ido a la guerra cuando bebe una copa en el bar. De todas formas, es lo único que le confirma que ha regresado.

Filósofo y escritor - [email protected]