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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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“Borracho estaba, pero me acuerdo”

Sobre los encuentros con el escritor paceño Víctor Hugo Viscarra, de cuya muerte han pasado 13 años.
“Borracho estaba, pero me acuerdo”



Hace no sé cuántos días fue 2 de enero, días después de un Ch’aqui Fulero. Algunos amigos ebrios de las letras inspirados por divinas chembas calentando su sangre con su Alcoholatum & otros drinks, recordamos entre copa y copa, entre casco y casco, y entre polvo y polvo, la fecha del natalicio del Viscacha, a quien algunos lo llaman de mal nombre Víctor Hugo Viscarra Rodríguez, un “escritor marginal”.

Dejo mi copa vacía, abandonada en la mesa del bar donde ahogo con alguna consistencia mis percepciones domesticadas. En ese averno criollo, donde solo puedo escarbar recuerdos difusos de mi memoria ametrallada por sobredosis de información fabricada por el descarado maquillaje que propician los empresarios de la ilusión y la mamada. Ese día, por pura concha, Borracho estaba, pero me acuerdo… que a veces es mejor acordarse de no acordarse… ”Hazte al cojudo y serás feliz”, me decía un sabio t’ujsillero, mientras vaciaba otro quemapechoardiente entre pecho y espalda.

Ya sumergido en el sopor de los alcoholes, deambulaba sediento por los meandros del suburbio de los recuerdos, donde se hace realidad la utopía de una sociedad igualitaria; allá todos estamos bailando sin caretas y vociferamos con naturalidad nuestras lindezas en un franco Coba, lenguaje secreto del hampa boliviano, y liberamos sin prejuicios, los gases que atormentan nuestro vientre siempre cargado de tensiones universales, fermentadas en todas las “khapas” sociales. Allá intercambiamos en las ragas del charleston, nuestros paraísos reinventados con los Relatos de Víctor Hugo, el operador de la bisagra articuladora entre las infinitas habitaciones terrenales donde sobrevivimos y revolcamos nuestras carnes.

Él fue encargado de hacer borrones con la pluma al maquillaje de la escoria presente en el desagüe de nuestro albañal social, para permitir mirarnos en el espejo prohibido que nos esconden para evitar que nos veamos condenados en los avernos de la realidad, ni tampoco reconocernos en nuestros propios ojos marginales, esclavos de otros marginales de cuello blanco y paladar negro, pero empoderados por su quivoloco y la ley dócil en las chequeras gordas.

No sé si él fue mi amigo, porque es imposible penetrar el misterio de las ocasiones, tan fortuitas que parecen tramadas por siniestros demiurgos en juegos apocalípticos de ángeles caídos de borrachos, cuyas fotos en Avisos necrológicos, de los cementerios de elefantes, donde los muestran publicadas sus caras cojudas, ensamblados con alas mecánicas guiadas por el láser de misiles inteligentes preparadas en los telos y puteros de la oscuridad perpetua de quienes no tienen con qué pagar la luz que ilumina los grandes capitales afanados por los gatos grandes.

Lo conocí en la matriculación de mi amigo Roberto, donde me presentaron al Viscacha, quien me miró con ojos de pendejo que se las sabe todas y se burló de mí preguntando: “Doctor, cuando tomo trago me da mareos… ¿Por qué será, no?”. Por la medicina basada en la evidencia, tenía razón… daba mareos.

En sus cotidianas cacerías de billetes me capturó en el trabajo con su libro de relatos, donde escribió una dedicatoria que conservo:

“Con afecto y aprecio

para Gonzalo Montero Lara,

este pequeño libro que demuestra

que los marginales no son tan

malos como nos hacen creer.

Sinceramente

Víctor Hugo

CBBA -6 – III- 97”.

A partir de esa ocasión, Víctor Hugo, acicateado por el padrinazgo de los vigorosos (por entonces) miembros del Movimiento Cultural Itapallu, los integrantes de su centro fundador, Walter Gonzales, Félix Jemio, Roberto y Jaime Vallejos, Roberto Caballero y frondosa periferia donde militaban personalidades como el Ojito, el Fiero, el Colmo, Waldo Peña, Rafucho Peredo, Carlitos Heredia, Irma Severich, María Paredes, Daisy Maldonado, Serafín Delgado, Grover Cardozo, Jaime Guzmán, Roberto Ágreda, Celso Montaño y otros de la pesada literaria y periodística, fue el espacio donde fermentaron los talentos y se liberaron los demonios del alma de Víctor Hugo, cuyos relatos vivenciales fueron los que le llevaron a perpetrar su primer libro apoyado en la logística e investigación por Urbano Campos (Alfredo Medrano) y Ve Doble (Waldo Peña Cazas). El resto ya es conocido por numerosos ensayos al respecto y la virtual canonización literaria de este excepcional personaje boliviano.

Escritor y médico - [email protected]