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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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[NIDO DEL CUERVO]

La invención de la escritura

Una mirada analítica desde la filosofía a la representación de letras.
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La invención de la escritura

La crítica a la escritura por parte de Platón se puede encontrar hacia al final de las páginas del diálogo Fedro, en el que Sócrates se vale de una antigua leyenda egipcia para respaldar y desplegar su argumentación. De acuerdo al relato, la escritura fue un arte inventada, entre muchas otras, por la divinidad de nombre Theuth, quien orgullosa por sus creaciones las ofrenda al por aquel entonces rey de Egipto Thamus, con la esperanza de que fuesen de utilidad para sus paisanos. Dentro del variado catálogo, la escritura se explica, según palabras del propio Theuth, como un “fármaco de la memoria y de la sabiduría”, encargada de asegurar el conocimiento, al representarse en letras fijas e inamovibles. Esta aparente permanencia de lo escrito es, sin embargo, engañosa: sus beneficios suelen ser menores que sus desventajas. Para Thamus esto resulta evidentísimo, y así, no tarda en manifestar sus disgustos y objeciones al respecto; siendo a partir de este momento que se inicia, en toda su amplitud, la crítica socrático-platónica a la escritura o los discursos escritos, profusamente conocida y discutida en las últimas décadas. 

“Apariencia de sabiduría” es lo que el arte de la escritura ofrece, espeta Thamus a Theuth. Las letras no son más que un “simple recordatorio”, al cual la memoria acude en su debilidad. Confiada en la fijeza de lo escrito, la memoria se auxilia constantemente en él, generando a la larga una dependencia de la que le será muy difícil desprenderse. Aquel “fármaco”, como llamó Theuth a la escritura, no es un remedio contra la mala memoria o una simple “ayuda memoria”, sino una auténtica y letal droga. Porque la memoria puede, en efecto, “drogarse” o estar “drogada” con la escritura, es decir, puede estar plenamente bajo su influencia, con lo que corre a la larga el riesgo de no ser ya capaz de prescindir de ella. Esto implica que recordar no será una acción posible si no se acompaña de escritura o si no se respalda en ella para ejecutarse. El peligro es inminente: una memoria floja, acostumbrada a la muletilla de la palabra escrita, dócil ante ella; olvidada de sí misma y de sus funciones más propias.

La memoria ya no es capaz de retener consigo nada: todo lo que puede recordar y recuerda parece estar plasmado y contenido únicamente en el receptáculo de la escritura. Su escritura, la “escritura del alma”, se vuelve defectuosa, ilegible, borrosa; no recuerda ya por sí misma, por propia destreza, sino que ahora se resguarda siempre en esas palabras que grafica como “remedio” (fármaco) del olvido. La escritura externa ha ganado a la interna, la ha sepultado en su inmensidad, bajo sus “jardines de letras”, en la promesa de una memoria infalible y superior; la ha reemplazado. Constreñida y atrofiada, la escritura del alma ha delegado sus responsabilidades y funciones a esa otra escritura, confiándole su capacidad de recordar, y, con ella, la posibilidad de obtener conocimientos y aprendizajes.

Viviendo a través de la escritura, la memoria se vuelve simplemente repetitiva, versando siempre sobre las mismas cosas, como quien reproduce un mensaje o un dictado. Probablemente cercana a un “aprender de memoria”, se conecta con una memoria frágil, que al mínimo descuido olvida aquello que con tanto ahínco se empeñaba en retener. En la ilusión obsesiva de capturar entera y exactamente la significación que representa la consigna escrita, la memoria se desvive en una constante recreación del discurso, y en la perorata paranoide de su espectáculo, pronto olvida sus tan altruistas intenciones. Como una réplica de la escritura o un eco de ésta, la memoria se subyuga a ella; convirtiendo la oralidad en una simple mercancía de letras, cuya literalidad permanece hermética y silenciosa ante posibles contraargumentos. Aterrada ante aquello que Platón llamó “la edad del olvido”, es decir, la vejez, resulta plausible suponer que la memoria simplemente prevea en la escritura su futuro e insoslayable deterioro. De modo que, anclada a ella como un niño, permanece siempre bajo su sombra y compañía: la callada escritura se materializa, por fin, en la memoria, en aquella voz interna y anímica que le es tan propia.

Filósofa