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‘Kilimanjaro’: memorias entre estrellas y poesía

Sobre el poemario del escritor chileno, disponible a través de la librería y editorial Electrodependiente
Portada de ‘Kilimanjaro’, obra de Rolando Martínez.      CORTESÍA
Portada de ‘Kilimanjaro’, obra de Rolando Martínez. CORTESÍA
‘Kilimanjaro’: memorias entre estrellas y poesía

Es domingo por la tarde. Con aliento a un poco de alcohol del día anterior, termino de leer las últimas páginas de Kilimanjaro. El autor, Rolando Martínez, nos envuelve entre sus pensamientos más oscuros y a la vez íntimos en aquellas que lo han sumergido- porque no se lo puede describir de otra forma- hacia el lado dulce de las fantasías. 

Aquellas, las estrellas que brillan en el cielo o así las llama, son las mismas a las que expone como la desnudez misma entre el ardiente fuego de un autor que busca en su memoria los “buenos tiempos”, esos en los que la gente bebe y ve porno, afirma Ron Jeremy en la primera página de Kilimanjaro. Porque si se pudiera afirmar que existen buenos tiempos, quizá sería ahí entre videoclubs con posters de Tiburón y E.T. 

La obra, compuesta por 21 poemas, inicia de una manera provocadora; introduciendo a sus estrellas protagónicas en cada título. Ginger Lynn, Nina Harthey, Kay Parker, Traci Lords, Christy Canyon, Kasha Papilon, entre muchas otras. Y, es ahí, entre esos nombres, que el autor había encontrado la forma adecuada de encender sus fantasías y hacer nacer un mar con cada encuentro. Un encuentro entre estrellas y un pornófilo. Ahí, por los años ochenta, ¡donde se lee “everyone on the team scores when her pom-poms fly!”, en la portada de un videocasete con una mujer disfrazada de vaquera apoyada entre resaltantes letras rojas y amarillas en un stand, quizá, en algún rincón secreto de una tienda de videoclubs. 

El mundillo del porno, en el que nos sumerge Rolando Martínez, puede describirse cómo y, en palabras del propio autor, “Instantes de fuego y exilio que solo saben devenir en un poema”. Porque la poesía de Martínez es cruda y nos lleva hacia el rincón del erotismo, en una habitación obscura a la que sólo ilumina una pantalla con imágenes que reflejan en el rostro de un joven admirador y el sonido de gemidos. 

El autor hace un ejercicio de sinceridad. Cuenta su experiencia habitando su cuerpo adolescente. Escribe un poemario. Un poemario para paladear pausadamente, sin prisas o impaciencia. Es de esos libros para tener que para leer de prestado. Es vida, porno y poesía; cuerpos, casi como si fueran una red coherente, hongos que conectan sus esporas entre sí. Elementos que, extrañamente, funcionan: 

Ahora que el silencio se repite como una cadena

escribo: la vida y el porno

son pequeños símbolos de sincronía.

El erotismo en la literatura, sin duda, trae consigo una desacostumbrada lectura, provocadora y atrevida que se basa en detalles mínimos y sensaciones. Un lugar dónde se puede valorar y sentir sin prejuicios. Es un género que cuenta con múltiples metáforas para no cruzar la línea de lo “demasiado explícito”, aunque, de vez en cuando, el autor las cruza. Kilimanjaro entraña algo de aventura, una ventana que se abre con palabras poco a poco para contar, entre poesías, una historia plena de un deseante con deseos catapultados para alimentar altas fantasías. 

“Ella irrumpió en el mercado y se convirtió en una estrella. Una vulva de calcio que hacía la luz en el set. Una lámpara capaz de asimilar la parte dramática de una película (llorar en medio del orgasmo), cubriendo el espacio de amebas y esporas que un día atravesaron la pantalla (y que llegaron a ti, a mí, a nosotros los que permitimos se posara como un helicóptero celeste sobre la fauna).”  

Aunque hablar sobre lo erótico implica un lado más oscuro lleno de hipocresías controlado por lo que es políticamente correcto, también implica un lado excitante que enciende deseos reprimidos que se convierten en memorias espontáneamente felices. Es desde ahí que escribe Martínez, desde la nostalgia. Una placentera nostalgia y lo hace dejando nacer entre sus versos una melancólica belleza reflejada en páginas en las que logra jugar con la memoria. 

Y, mientras escribo sobre la nostalgia y la memoria, hago un viaje entre recuerdos con cerveza barata, cigarrillos y un bar que insiste tocar los mismos covers destartalados. canciones que transmiten subjetivamente recuerdos y frustraciones en una sola voz. La bebida trata de anestesiar la aprensión que demuestra que la noche va pasando y no pasa nada. la mayoría están anestesiados por el alcohol, el humo y los coqueteos mal correspondidos. Desvío la mirada. Viene a mí el recuerdo de mi primer trago de alcohol. Después, el recuerdo del primer contacto íntimo. 

Eso es lo que provoca Kilimanjaro. Viajar. Viajar hacia los días dónde se vive por primera vez y la sensación se comparte entre tú, yo y un joven Rolando Martínez cuando encuentra el rincón sagrado en una tienda videoclub llamado Kilimanjaro. 

Kilimanjaro es nostalgia escrita a través del recuerdo. Un libro íntimo sobre un poeta amante del porno. Y, en sus páginas, comparte originalidad, lirica y erotismo con una voz simple y a su vez personal. Sumergirse en su poesía, es adentrarse de lleno para explorar su relación entre las letras y el porno, provocando sensaciones de hormigueos y la suavidad de la misma seda. 

Estudiante de filosofía y miembro del grupo de crítica literaria de la carrera de filosofía y letras UCB - [email protected]