Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Jugar con la música (II)

Segunda parte de este acercamiento a la figura y obra del compositor boliviano Nicolás Suárez Eyzaguirre, además de algunas profundizaciones sobre la música.
El músico y compositor Nicolás Suárez Eyzaguirre. RC CULTURA
El músico y compositor Nicolás Suárez Eyzaguirre. RC CULTURA
Jugar con la música (II)

Otro elemento importante para Suarez es el juego, que siempre le ha encantado. La obra para orquesta “Audina No. 1” fue compuesta justamente bajo este criterio; la composición está hecha en base a un material diatónico, pero en un ámbito pandiatónico –va más allá del primero–. Algo que de igual manera le encanta, y es una buena manera de jugar con la música, es el manejo de los criterios de simetría. Es más, el sentido de evocación es un elemento del juego. Los dos volúmenes de música para niños, de 2019 y 2020, ahondan en la experimentación con el recuerdo, el ser juguetón, con ese retorno a la infancia, el homo ludens expreso, explícito y liberado. Jugar con la música es manipular el pretérito, se juega con y por él. Así también se crea. Es un proceso que se retroalimenta. En ese sentido, es un eterno retorno.

La ópera El Compadre, probablemente la obra más conocida de Suarez, es la tercera compuesta, montada y presentada del país, precedida solamente por Incallajta de Atiliano Auza León y Manchay Puytu de Alberto Villalpando. La obra refleja la vida del músico, comunicador y político Carlos Palenque Avilés, a quien llamaban cariñosamente como “el compadre”. En realidad, es un homenaje hacia su persona y la huella que dejó en el país. Suarez nos comenta que tal personaje representaba un tema perfecto para una ópera, pues contaba con los elementos necesarios que la iban a asemejar a los clásicos italianos de Verdi, Puccini o Rossini, pero con el acercamiento necesario, tanto en temática como en idioma, a lo boliviano. Palenque había hecho de su vida una muestra prácticamente pública, incluso en lo profundamente íntimo, como eran las dificultades de su matrimonio con Mónica Medina, estaba sujeto a la divulgación de los medios. Fue una de las pocas personas en la historia de Bolivia que pudo empatizar y simpatizar mutuamente con “el pueblo”, basta recordar su programa televisivo La tribuna libre del pueblo para afirmarlo. La ópera, dividida en tres actos, expone la ascensión y el declive de su personaje principal. El maestro Nicolás nos dice que hubo una previa coordinación con algunas personas cercanas a Palenque, como Mónica Medina, María del Pilar Monroy y Verónica Palenque Yanguas. De esta última nos cuenta que cundió en el llanto tras haber asistido a uno de los ensayos, se había dado cuenta que el drama musicalizado era verdaderamente un homenaje para su padre. Asimismo, nos asegura que existió un trabajo investigativo para la elaboración del libreto, a cargo de Verónica Córdova Soria. Existe un recurso unificador en la ópera: el Jach’a Uru, la canción que representaba a CONDEPA (partido político liderado por Carlos Palenque), que se presenta en cada final de los tres actos, primero como una sikureada, luego como un huayño lento y finalmente como un k’antus; es el elemento que no solo unifica la obra, sino que transmite el sentimiento de la problemática del drama. La muerte del histórico personaje ha pasado a ser todo un hito cultural del país. Aquel 8 de marzo de 1997, el corazón del compadre cesó su latido. Ese día en que la gente se congregó alrededor de un ataúd que iba y venía, derrochando lágrimas y lanzando gritos, como el mar que agita sus olas alrededor del sol que se esconde en el horizonte, las personas negaban la muerte. “No está muerto, sigue vivo”, gritaban. Sin embargo, él había fallecido mucho antes; murió en vida. O cómo se está cuando uno dice: “¿Y cómo creen que me siento? ¿Alguna vez ustedes han amado? Yo no tengo ningún comentario que hacerles. No me hablen de ella, por favor. No lo hagan porque… hieren mis sentimientos más profundos”. ¿Acaso eso no es estar muerto ya? En realidad, Carlos Palenque murió de pena. Y la ópera expone eso de forma magistral. El baile con la parca que es una chola, la danza que es una cueca, cueca de la muerte, representa la defunción del alma. Luego de eso viene la última tribuna libre, que ha llegado a su fin. La memorable frase: “Adiós jefe”. Y sanseacabó.

La posibilidad de contar con la palabra, en el caso de la ópera, es una tremenda ventaja a la hora de ejercer un determinado discurso. La música y la literatura juntas permiten el compromiso del compositor. Un compromiso con la humanidad del ser humano. El arte es una forma de ser libre, a la vez que es una puerta abierta para la liberación del hombre por el hombre, nos dice Nicolas Suarez Eyzaguirre. Uno es vehículo de “uno mismo”. Aunque a veces no nos demos cuenta, ese uno mismo está recónditamente escondido; lo que hay todos los días es el “uno ajeno”, el yo para los demás. La música permite a las personas gozar de sí mismas. Nietzsche decía: “Gracias a la música gozan de sí mismas las pasiones” Es cuestión de jugar, de explorar y experimentar; quizás “sacarse el cuerpo” como decía Jaime Saenz, para llegar al espíritu. Escuchar hasta en los sueños. Pero para volar, hay que saber también poner los pies en la tierra.

Músico y estudiante de la carrera de Filosofía y Letras 

y de la carrera de Física

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