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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Joan Didion, chica de California

La periodista y escritora fue autora de una cantidad excepcional de frases perfectas con una escritura que era economía, claridad y sencillez.
La escritora Joan Didion, en su apartamento de Nueva York, en 2007. KATHY WILLENS (AP)
La escritora Joan Didion, en su apartamento de Nueva York, en 2007. KATHY WILLENS (AP)
Joan Didion, chica de California

En 2006, Joan Didion —escritora y periodista estadounidense nacida en Sacramento en 1934, y fallecida este jueves 23 de diciembre en Nueva York— dijo que su ideal de estilo en la escritura era “economía, claridad, sencillez”. Era económica, era clara, pero lo que hacía estaba lejos de ser sencillo. Excepto que se considere sencillo escribir una cantidad excepcional de frases perfectas en el arranque de crónicas perfectas (“Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir”, El álbum blanco, 1968-1978; “Es difícil ver los principios de las cosas y no tan fácil ver los finales. Por ejemplo, ahora me acuerdo, con una claridad que hace que se me encojan los nervios del cuello, de cuándo empezó Nueva York para mí, pero no puedo discernir con precisión el momento en que terminó”, Adiós a todo aquello, 1967).

Excepto que se considere sencillo describir en pocas líneas el romanticismo irrenunciable y molesto que la recorría, como lo hizo en John Wayne: Canción de amor (1965), al recordar que Wayne le dice en uno de sus filmes a una muchacha que le hará una casa en el recodo del río donde crecen los álamos: “La verdad es que al crecer yo no me convertí en la clase de mujer que protagoniza una película del Oeste, y aunque los hombres a los que he conocido han tenido muchas virtudes y me han llevado a vivir a muchos sitios, nunca han sido John Wayne, y nunca me han llevado tampoco a ese recodo del río donde crecen los álamos. Pero en las profundidades de mi corazón, donde cae eternamente la lluvia artificial, esa sigue siendo la frase que yo quiero oír”.

Vivió un tiempo en Nueva York, donde tuvo su primer trabajo periodístico en la revista Vogue, y luego regresó a California, una región que le resultaba a la vez vivificante y odiosa, y que retrató en crónicas excepcionales que pueden leerse en Los que sueñan el sueño dorado (Mondadori, 2012). Tenía elegancia y refinamiento, una belleza notable que portaba con autoconciencia y desaprensión, era endemoniadamente esnob, pero también ruda, fuerte, salvaje, dueña de una prosa punzante, una mirada pérfida y un instinto ambicioso que le permitió transformarse en la única mujer que, durante mucho tiempo, reinó en el grupo de varones que formaban el grupo del Nuevo Periodismo norteamericano, gente como Tom Wolfe, Hunter Thompson o Gay Talese.

Escribió novelas, guiones cinematográficos y algunas de las obras de no ficción más notables de Estados Unidos, Slouching Towards Bethlehem (1968); El álbum blanco (1979); Salvador (1983); de las cuales El año del pensamiento mágico (2005) es la más conocida y una de las piezas magnas de eso que se conoce como “literatura de duelo”, un género que se interna en recuerdos tristes para hacer, de lo que fue pesadilla, literatura. Pocos autores lo hacen con la astringencia de Didion, que maneja las cargas de la nitroglicerina emocional con coraje y astucia narrativa. Sin cursilería ni autocomplacencia, el libro cuenta el tiempo oscuro que le siguió a la muerte de su marido, el fabuloso escritor John Gregory Dunne, ocurrida el 30 de diciembre de 2003 en el exacto momento en que ambos, que llevaban décadas juntos y se jactaban de poder terminar el uno las frases de la otra y viceversa, se disponían a comer después de haber visitado a la hija de ambos, Quintana, que estaba en coma en un hospital.

Ese encastre de desgracias —marido muerto, hija en coma— no solo no aniquiló a Didion, sino que pocos meses después, el 4 de octubre de 2004, se sentó a escribir este libro, que empieza con un párrafo que ya es un clásico, otra demostración de esa capacidad sobrenatural que tenía para lograr frases parcas que impactaban como un chorro de fuego: “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba. El tema de la autocompasión”. Lo que en otro hubiera sido aforismo barato, en ella era una ráfaga química. Buena parte de su obra se consigue en español —Literatura Random House publicó en 2021 Lo que quiero decir, que reúne 10 artículos inéditos en nuestra lengua— gracias al editor Claudio López Lamadrid, que la publicó en esa casa. Fallecido el 11 de enero de 2019, López Lamadrid citaba a menudo esta frase de Didion: “Escribir es una empresa complicada, que requiere que el editor no solo mantenga una fe que el escritor únicamente comparte a rachas intermitentes, sino también que le caiga bien el escritor, algo que no es fácil. Los escritores casi nunca son gente agradable. No aportan nada a la fiesta, se dejan la diversión en la máquina de escribir”. Que es donde debe estar y donde, con sarcasmo, inteligencia y un desdén encantador, la puso esta chica de California.