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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Jim y Andy, una correspondencia interestelar

Una reseña al documental que recorre el ascenso y la caída en la vida de Jim Carrey a través de su interpretación como Andy Kaufman en el biopic Man on the Moon, dirigido por Milos Forman. Disponible en Netflix.
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Jim y Andy, una correspondencia interestelar
Jim y Andy, una correspondencia interestelar

Dirigido por Chris Smith, el documental de Netflix Jim y Andy (2017) relata la extraordinaria experiencia del set de filmación de Man on the moon (1998), que fue dirigido por Milos Forman, también director de las premiadas con el Oscar One Flew Over the Cuckoo’s Nest y Amadeus. El documental nos pone en contacto con los bizarros y casi paranormales sucesos que acompañaron la filmación de esta película inspirada en el desaparecido artista estadounidense Andy Kaufman (1949-1984), una especie de antecesor de Jim Carrey e inspiración para varias generaciones de comediantes. 

Sin embargo, más que un comediante, se trataba de un artista conceptual, un agitador, inadaptado, perverso a veces, promotor de lo incorrectamente político, bastante inocente en el fondo, que vivía en persecución de la vivencia pura y auténtica con el gran público. Antonin Artaud se hubiera hecho un festín viéndolo. Jim Carrey fue el tocado por la luz para interpretarlo. Man on The Moon fue mucho más allá de ser un biopic, fue una prolongación de las andanzas de Kaufman a través de otros cuerpos, una última travesura, el baile final. 

En breves palabras, Man on The Moon fue el producto de la comunicación interestelar que Jim entabló con Andy durante el lapso que duró la filmación. Pero eso lo terminamos de saber gracias a Jim y Andy, enriquecida por abundante material grabado detrás de escenas, y el relato narrativo de Jim, pero en su versión actual, bastante más enigmático y hondo en sus palabras, ataviado con una abundante barba blanca y el aura de un chamán o un viajero que ha atravesado por un Samadhi. 

En medio de la narración del documental se vive como una especie de interrupciones performáticas y muy divertidas las apariciones de Tony Clifton (personaje creado por Andy Kaufman), un verdadero bully, matón, experto en desnudar las incomodidades obvias de una situación, con crueldad y picante, a viva voz, caminando por el escenario como si fuera siempre el dueño de todo el lugar. En el mundo de Andy, Tony un papel similar al que La Máscara representaba para Jim Carrey cuando interpretó a Stanley Ipkins: “fue liberador como entrar en un estado de fuga disociativa”, relata en el documental. Tony Clifton también le permitía hacer lo que fuera. Andy Kaufman en cambio tenía muchos más escrúpulos y emanaba timidez, su búsqueda de rupturas iba por senderos más conceptuales, por lo menos hasta antes de convertirse en el “campéon intergénero de lucha libre”.  El espectador caerá en cuenta algún momento en que Tony Clifton es Andy Kaufman, es casi su alterego. Pero ninguno de los dos ha aceptado nunca esta afirmación. 

Tony Clifton aseguraba que nunca le había agradado Kaufman, “un arrogante idiota”. También tenía palabras duras para Jim Carrey, a quien consideraba un cobarde, alguien que siempre estaba tratando de agradar a todos. Carrey fue consultado sobre estas declaraciones y opinó que Clifton bien podía haber tenido razón en aquella época por lo que le estaba pasando en su vida. 

Tres voces, tres mentes, tres formas de moverse e interactuar, las tres en un cuerpo, el de Jim. Pero sucedió como en aquellas vacaciones con intercambios de casas: Jim se fue lejos y dejó la casa a Kaufman y Tony Clifton. El director de Man on The Moon padeció esta situación que lo llevó al agotamiento y al asombro. Con las cámaras encendidas o apagadas, dentro o fuera de escena, el que asistía al set era Andy Kaufman. Y algunos días sólo aparecía Tony Clifton y entonces había revuelo. El director debía solicitarle a uno de ellos, el que se hubiera presentado ese día, que le avisarán a Jim Carrey que necesitaba hablarle, que se reunieran en tal día a tal hora. Uno de los actores secundarios, Dany DeVitto –quien conoció y trabajó con Andy Kaufman en los 80– indicó que Jim sólo se presentó dos días a trabajar durante el tiempo de la filmación. 

Andy Kauffman era un artista conceptual antes que un entretenedor. No buscaba hacer reír a la gente, sino más bien generar reacciones imprevistas, sin guiones, reales, que dejaran a flor de piel quienes realmente somos; su credo le hacía amar lo puro y auténtico en las relaciones humanas, por lo que si mentía, lo hacía con toda sinceridad. Tony Clifton en cambio era un poco más performático, corporalmente liberado, y ampliaba los boquetes que Kaufman ya había perforado, siendo su materia prima lo grotesco, lo burlescamente divertido, la crueldad, el desencanto, la palabra descarnada. Jim considera que Clifton era como un cuerpo dolorido buscando sacarse ese dolor con los otros. 

Es llamativo el nivel de inmersión que Jim experimentó en el personaje. Desde un punto de vista técnico se podría decir que es normal ya que existe un método de actuación de este tipo según el cual el actor debe sumergirse completamente en su personaje para darle vida. Recordemos a Tim Curry como Pennywise en los episodios terroríficos It (1990), o las galardonadas actuaciones de Heath Ledger (2008) y de Joaquim Phonix (2019) como el Joker. Y no puedo dejar de citar a Jenifer López cuando dio vida a la cantante Selena Quintanilla en 1997, tan sólo dos años después de su partida. Son algunas de varias actuaciones memorables, pero el caso de Jim y Andy va más allá, es el GRAN más allá. En ocasiones hay algo de espiritismo en la actividad actoral. Jim Carrey entendió lo que vivieron como una “conversación telepática”, una conexión gracias a la cual Jim dejó todo el control del asunto a Andy, para que él mismo hiciera la película de su vida como a él le gustaría. 

Pocos entenderían tanto lo que le pasó a Jim como lo haría el escritor norteamericano Henry Miller (1891-1980 ) cuando escribió su monumental ensayo sobre Arthur Rimbaud El tiempo de los asesinos; una clase magistral acerca de cómo hacer hablar a alguien desde los vínculos secretos e íntimos que los vinculan como almas de tránsitos paralelos. En el capítulo “Analogías, afinidades, correspondencias, y repercusiones”, se explaya en detalles, increíbles coincidencias entre sus vidas, logrando una biografía clarividente, que no se limita a contar y describir sino que pone a los lectores en contacto con Rimbaud, casi como si el escritor fuera un médium, es el poeta francés el que aparece en el escenario, se lo escucha, sus golpes están vivos otra vez.  

Jim y Andy tiene exactamente esa intención, pone en evidencia los paralelos menos conocidos entre Jim Carrey y Andy Kaufman, detalles de su biografía y su filmografía que explican por qué fue tan aclamada su interpretación, y que le valió un Globo de oro como Mejor actor. Aprendemos también que en la filmografía de este sensacional actor canadiense hubo un diagrama que hacía que su crecimiento personal y espiritual se fuera ahondando conforme los roles que iba interpretando, desde La Máscara, pasando por El show de Truman o Mentiroso mentiroso, hasta Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Era algo más que actuación, era un viaje de autodescubrimiento. Una celebración de nunca acabar. 

Filósofo e investigador