Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Los hombres de barro frente a la modernidad

Sobre La conquista de las ruinas (2020), del realizador cochabambino Eduardo Gómez, que se estrenó en Argentina el pasado año y se presentará en Bolivia en una fecha aún por definir del 2021. 
Los hombres de barro frente a la modernidad

Para espectadores acostumbrados a los documentales explicativos, incluso didácticos, en los que los tópicos, los temas y los personajes, se exponen con estrategias más propias de la televisión o de la publicidad que las del arte visual, el primer largometraje de Eduardo Gómez, La conquista de las ruinas (2020) puede representar un reto. Pues es con el paso de los minutos, de las imágenes, de las secuencias, poco a poco, que revela sus distintos niveles de discurso. Pero, incluso cuando la película termina, se sigue abriendo, sigue diciendo, sigue mostrando, sigue detonando reflexiones, sigue actuando en el espectador. Esta cinta de no-ficción está lejos de ser una experiencia efímera. 

Pieza coral, está protagonizada por un grupo de personajes aparentemente heterogéneo: un trabajador de una cantera de piedra caliza en Orcoma, un albañil boliviano en Buenos Aires, un paleontólogo argentino en Villa El Chocón y los miembros de una comunidad originaria enfrentados a la proliferación de barrios privados, de condominios, en el Tigre. En un principio, la relación entre ellos no queda clara, salvo por su condición humana. Incluso los paisajes que, a pesar de estar localizados solamente en dos países, por momentos parecen pertenecer a universos distintos, por el tratamiento fotográfico. Pero lo que se nos devela no es algo menor, todos ellos están inmersos en dinámicas de confrontación: entre lo urbano y lo rural, entre lo moderno y lo arcaico, entre lo banal y lo sagrado. A distintos niveles están amenazados por el paso del tiempo, por la intervención de la sociedad contemporánea en el espacio. El trabajador de la cantera, con sus compañeros, sobrevive dinamitando los cerros que lo rodean, que guardan huellas del pasado que nos define. El albañil construye edificios en los que jamás podrá vivir y lo hace en condiciones riesgosas. El paleontólogo ve como los yacimientos que lo ayudan a develar los secretos del pasado están expuestos a la desaparición. Los activistas indígenas vanamente se enfrentan a un mercado inmobiliario que se yergue sobre sus espacios sagrados. Una de las grandes paradojas que problematiza La conquista de las ruinas es que las formas de trabajo precapitalistas, preindustriales, en las que la seguridad de los trabajadores y la sostenibilidad de la producción son más que cuestionables, construyen al capitalismo, a la ilusión de desarrollo y progreso.  

Históricamente una tendencia del ser humano ha sido construir sobre lo que otros construyeron, desmantelar, destruir el legado de los que nos precedieron. Esa fue una marca de lo colonial, pero seguimos empecinados en creer que mirar al pasado es una forma de ser retrogradas o primitivos. La destrucción de sitios arqueológicos o de yacimientos paleontológicos para fabricar cemento o yeso, nos parece justificable para construir ciudades brillantes. El problema está en que esas ciudades tampoco han sido espacios en los que se resuelvan los problemas de las grandes mayorías, sino son lugares en los que las desigualdades se profundizan. Pero, La conquista de las ruinas no solamente reflexiona sobre la incapacidad que tiene el hombre contemporáneo de conservar y de valorar a su historia, a su patrimonio, sino también de comprenderse como un eslabón de ese inconmensurable todo que es el vivir, el habitar el mundo. Los modernos parece que no podemos maravillarnos ante las manifestaciones de lo vital, por el contrario, vemos a lo que nos rodea como recursos, como objetos para ser explotados. Querer conquistar las ruinas es ese impulso que ve en el patrimonio a capital estancado, que ve en las huellas del pasado a materia prima. 

Si hay algo que caracteriza a la modernidad es la reconcepción del espacio, pues lo que una vez fue un sagrado o mítico, en nuestro tiempo se ha convertido en algo meramente utilitario y banal. Entre otras cosas, La conquista de las ruinas nos muestra el proceso de la cadena productiva de la deshumanización. Nos muestra al se ve obligado a extraer la piedra que servirá para construir los espacios que rechaza y que lo rechazan, al que construye lo que jamás utilizará, al que quiere conservar lo que la sociedad ha decidido que es prescindible, a los que ven como se yergue los banal sobre lo que para ellos es trascendental. Si asumimos que los cerros son sagrados, que ahí laten nuestros achachilas, nuestros antiguos, si ahí están nuestras huacas, detonarlos puede ser la metáfora más brutal de la muerte de los dioses, de la muerte de lo eterno. Pero, en sus momentos más enigmáticos, el documental también muestra que la destrucción material de los espacios sagrados no es absoluta, que lo que esconden eso espacios profanados trasciende lo físico, que los seres humanos no podemos eludir al misterio, a lo que descalificamos como superstición. 

Por otro lado, la película no es una lastimera denuncia, ni un quejido moralista, pues también abre la posibilidad a que esa capa de concreto que estamos desplegando a lo largo del mundo, también sea una huella de nuestra existencia, que sea nuestro legado, una futura ruina. Con una fotografía en blanco y negro que, por su tratamiento de la luz, puede recordar a los grabados de Durero, en La conquista de las ruinas se reflexiona sobre el ser humano como alguien que potencialmente es constructor y destructor, ritual y banal, como un ser que le teme a Dios, pero que también quiere desafiarlo.