Mi historia de los mundiales VIII: Catar 2022

Que Catar organice un mundial de fútbol ya nos sonaba a un disparate de millones de dólares, a uno de los tantos absurdos que nos viene acostumbrando la FIFA, a horarios imposibles y a tensiones ideológicas y culturales que se mantuvieron hasta que Marciniak dio el pitazo final (y un poco más).
Si usted bebe cerveza en lugares no permitidos, hay tabla. Si usa escotes y faldas cortísimas, hay tabla. Si lleva los colores de la bandera LGBT (aunque su cadena televisiva coincida con esos tonos), hay tabla. Si irrespeta nuestros valores y preceptos culturales, hay tabla. Si festeja frente a los cataríes haciendo alusión a otros credos religiosos, hay tabla. Si demuestra afectos excesivos con su pareja/amante/persona ocasional, hay tabla. Si hace topless, hay tabla; y aunque algunas de estas prohibiciones fueron rebasadas marcaron disputas y rechazos masivos; sobre todo en la previa y los partidos iniciales. Creo que con el paso del tiempo y cuando finalmente se dio lugar al fútbol se fueron olvidando las censuras y se empezó a disfrutar el rodaje de la pelota que poco o nada sabe de ideologías.
Catar fue el mundial de las sorpresas y el último baile para grandes estrellas contemporáneas que hemos tenido el placer de disfrutar: Messi, Cristiano Ronaldo, Modric, Di María, Neymar, Luisito Suárez, Cavani; entre otros. Todos habían anunciado, previamente que el mundial 2022 sería su última chance para coronar.
El primer golpe lo dio Arabia Saudita. Un primer tiempo donde Argentina fue claramente dominador y que la nueva tecnología del Var le había anulado tres goles hacía suponer que el equipo de Messi lograría superar el récord de partidos invictos que ostentaba junto a Italia; sin embargo, dos golazos, salidos de otro partido, pusieron a los saudíes en la gloria. A pesar de los intentos desordenados de la albiceleste el marcador no se movió y los árabes daban el primer batacazo condicionando el resto del campeonato para Argentina. Nadie podrá olvidar el golpe anímico que el entrenador Hervé Renard le dio a sus dirigidos en el entretiempo ni tampoco los festejos posteriores ni el Roll Royce, de medio millón de dólares que se ganó cada jugador por haber vencido a la selección que entraba como una de las favoritas.
Dos días después fue el turno de Alemania. Todo se perfilaba para que los germanos ganasen sin problemas. Se habían puesto rápidamente 1-0 en el marcador y manejaban el ritmo del partido; pero no contaron con la precisión de pases y la rapidez de los nipones que, luego de empatar el juego se fueron con toda su maquinaria ofensiva hasta que Takuma Asano, el peli teñido y peligroso delantero japonés metió una corrida por la banda derecha y clavó un zapatazo imposible para Neuer, trayendo consigo los nubarrones del mundial 2018 para Alemania.
Uruguay había mostrado un juego mediocre frente a los coreanos empatando sin goles y una presentación poca decorosa ante la Portugal de Ronaldo, siendo superados por dos tantos. En la última fecha volvía a jugarse la vida y el honor frente a los ghaneses, como en aquella batalla épica de Sudáfrica. La normalidad (cosa que no existe en el fútbol; pero a la que nos aferramos) mostraba un Uruguay superior que iba venciendo con comodidad, mientras Portugal hacía lo propio con los coreanos del sur. Faltaba muy poco para consolidar el pase a octavos; sin embargo, dos arremetidas coreanas cambiaron el destino de los “yoruguas” quienes ahora necesitaban un gol más o en su defecto, esperar que los lusos empatasen su partido. Nada de eso ocurrió. En el peor arbitraje del mundial de Catar se obviaron dos penales clarísimos para la celeste imposibilitando que se logre el cometido. Ghana festejó como si con eso haya clasificado. Tuvieron que esperar doce años para poder ser testigos del llanto amargo de Luis Suárez y vengar, de alguna manera, a los compatriotas del 2010.
La fase de grupos cerró con la derrota de todas las selecciones favoritas. Túnez sorprendió a una Francia alternativa, Camerún hizo algo similar con la Brasil de Tité, España fue vencida por los japoneses y Alemania, pese a ganarle a los ticos, volvía a fracasar en un mundial quedando en la fase inicial.
En octavos de final no hubo mayores sorpresas, salvo la de Marruecos que había terminado primero en su grupo y sin recibir goles. España no pudo abrir el cerrojo impuesto por la férrea defensa marroquí y en la definición de penales patearon como si fueran jugadores amateurs fallando todos los tiros y provocando la desazón generalizada en toda la afición.
Los cuartos de final estuvieron marcados por la partida temprana de muchas selecciones que auguraban un mejor desempeño para este mundial. Brasil que venía motivada y bailando samba por todas las calles de Doha, luego de la apabullante victoria de octavos de final, frente a los coreanos se encontró con una Croacia que supo frenar el “jogo bonito” y bloquear a los referentes de la verdeamarela, desplazando el partido al alargue. En el único descuido croata, Neymar encontró un resquicio e hizo uno de los mejores goles del mundial y parecía que, a pesar del sufrimiento, la alegría es solo brasilera; sin embargo, en la agonía del segundo tiempo de alargue Croacia encontró el gol del empate, llevando el partido a la definición por penales. Livakovic, quien ya se había lucido frente a los nipones, ahogó las esperanzas de los brasileros dejando afuera a una de las selecciones favoritas y con mejor fútbol del mundial.
Francia no tuvo sobresaltos para superar a Inglaterra. Se mostró superior, siendo un justo vencedor y volviendo a colocarse en una fase decisiva de un mundial para tratar de revalidar el título conquistado, cuatro años antes. La sorpresa la marcó nuevamente Marruecos. Un 1-0 al finalizar el primer tiempo fue más que suficiente para lograr que, por primera vez, una selección africana avance a una semifinal. El sueño de los fanáticos de Cristiano Ronaldo se acababa. Despojado de la titularidad, en octavos de final y con una presencia marcada por la mediocridad y las tensiones con su director técnico tiraban por el suelo los anhelos de un título mundial para Portugal.
Habiendo superado el trauma inicial con los saudíes y pasando, sin problemas en fase de grupos, venciendo a México y Polonia; y luego del pequeño susto al final del partido con Australia, Argentina se enfrentaba a Países Bajos. Días previos se habían configurado una serie de discursos, producidos por Van Gaal y alguno de sus jugadores contra el seleccionado argentino, más precisamente contra Messi, haciendo que el partido arranque con las tensiones elevadas. Fiel a su estilo, no es Argentina si no sufre. Un partido controlado, 2-0 arriba, con un juego vistoso no debería tener contratiempos; sin embargo, un cabezazo y una jugada preparada en un tiro libre que nadie esperaba, sobre el filo del partido, posibilitaron que Países Bajos empate y todo se defina en la prórroga. Durante los dos tiempos de alargue Argentina siguió siendo superior; pero no pudo salir del empate. Todo se resolvería, desde el punto del penal. El “dibu” Martinez ya había demostrado condiciones más que aptas para manejar la ansiedad que provocan los tiros, desde los doce pasos. Tapó dos y Lautaro, en el último penal, posibilitó que Argentina avance nuevamente a la semifinal de un mundial. Cuando todo concluyó y la fiesta era albiceleste, “El dibu” y Messi se encargaron de responder las arremetidas mediáticas de los jugadores de Van Gaal, recordándoles que quien mucho habla y estorba es un bobo que debe irse “payá”.
Las semifinales dejaron en claro que Argentina y Francia eran las favoritas para el partido decisivo de Catar. Ganaron, de forma contundente y con un juego que ponía a sus principales figuras, como los emisarios a batirse en un duelo sin tregua.
Como este texto es una mirada personalísima haré un paréntesis para mencionar aquello que, a los apasionados por el fútbol nos pone en el límite de lo religioso: las cábalas. El primer partido lo miramos, junto a algunos amigos en mi casa; está de más decir que mi humilde morada (abatida por los malos augurios de mi querido y alicaído independiente) no era el lugar adecuado; así que el primer cambio fue el de domicilio: vi todos los partidos en la casa de un amigo y vecino de toda la vida, junto a sus hermanos, mis primos y otros allegados (todos tenían que apoyar a Argentina). El segundo sortilegio fue lavar mi remera de Argentina e Independiente un día antes y colgarla frente al mueble que da a mi cama; el día del partido me colocaba la de mi “rojo” querido abajo y encima la albiceleste. El fondo de mi pantalla lo cambié y coloqué la imagen de Bochini (el gran jugador de Avellaneda) y Maradona (no soy fan ciego del Diego, pero fue el último que alzó la copa y le dio una inmensa alegría a Argentina); por último, y eso fue desde el partido con Países Bajos miraba el transcurrir del juego, desde afuera de la casa del anfitrión y por la ventana, tampoco me permití observar las definiciones por penales. Falta añadir un audio con voz de mujer que, en otras circunstancias similares había servido como presagio de gloria.
El 18 de diciembre a las 11 de la mañana se jugó la gran final. La ansiedad previa me imposibilitó dormir con regularidad. Llegué cansado, ronco por un malestar en la garganta y con una fuerte opresión en el estómago que, poco a poco fue cediendo, al ver que Argentina era claro dominador del encuentro y que, al finalizar el primer tiempo, tenía dos goles arriba y además Mbappe no se había acercado ni por asomo. Todo parecía presagiar la final perfecta; pero Argentina está hecha para sufrir.
Un penal a diez minutos del final me trajo los malos recuerdos del partido con Países Bajos. Ya no quería mirar. Al minuto escucho a mis compañeros de sufrimiento putear porque Francia alcanzaba el empate. A partir de ese momento, me senté a escuchar al relator del partido sin atreverme a observar la pantalla. En el único instante que alcé la vista aprecié la jugada previa al gol de Messi. Grité tanto que casi pierdo la voz, mientras me abrazaba a un amigo y a mi hijito. Así como en el 86, Argentina lo ganaría 3-2; pero no, faltaba otro golpe que haría que el desmayo sea cosa de segundos. Francia tenía otro penal y Mbappe volvía a empatar el juego.
Y por si eso fuera poco, a los 123 minutos, cuando los penales eran algo inminente, uno de los franceses (cuyo nombre no puedo recordar) tuvo el gol de la victoria para que el partido acabe 4-3, como en el 2018; si no fuera por el pie salvador del “Dibu”, que tocado por los dioses logró que los suplentes de Francia que ya festejaban el título, retornen a sus lugares, agarrándose la cabeza.
No vi los penales, por supuesto; pero algo, bien recóndito y luminoso, me decía que lo ganaríamos; sobre todo, después del primer tiro tapado por Martínez. Cuando Montiel se preparaba a disparar el penal de su vida, me agaché, cerré los ojos y pensé en todos los detractores de Messi y Scaloni, en los odiadores sin sueldo de Argentina y en la infancia que fui cuando vivía en Puerto Madryn y Buenos Aires. Grité el gol con lágrimas en los ojos y salí a festejar como si me encontrase en plena 9 de julio. Yo también tenía ganas de treparme a algún lado y desafiar la gravedad, como lo hicieron tantos argentinos, un día después; y gritar, hasta perder la razón: “que la alegría no es solo brasilera”.