Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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La historia, la errancia y el encuentro del Yo (I)

Primera parte del texto que el autor leyó en la presentación de la novela ‘Yo’, del escritor boliviano Gonzalo Lema, publicada por Editorial Kipus y disponible en librerías
La historia, la errancia y el encuentro del Yo (I)

“Creemos ser uno solo, pero somos tantos y la historia de uno es la historia de todos, desde una pelusa de polvo hasta las estrellas de la noche”. Raúl Zurita

El Yo como pregunta y el Cabezón como presagio y extravío

En esta buena novela, Gonzalo, exhibe nuevamente notable maestría. El Yo de la novela, que como aproximación más inmediata se sugiere desde la identidad del Cabezón, más que una entidad de la que se cuentan historias o relatos y cuya personalidad y carácter van surgiendo desde algún fondo  psicobiológico o decididamente espiritual,  es un evento existencial que se despliega en cuanto acontecimiento apropiador (Ereignis), que corresponde al ser y se va apropiando de sentido, siendo hablante existiendo a partir de sus interpretaciones de los eventos que ocurren, del sí mismo, las cosas, los demás y la historia y el mundo. A los griegos las cosas les aparecen y, desde Descartes y en modo eminente desde Kant, las cosas me aparecen. 

En algunas novelas, queda clara la idea del viaje, y podemos distinguir distintos tipos de relatos de viajes; un viaje hacia el tesoro como en la Ilíada o en la Isla del Tesoro y, otros, que son un viaje de retorno como la Odisea o el Ulyses de Joyce, aunque también hay otros que pueden ser un viaje transversal en el tiempo, como en En Busca del Tiempo Perdido; en otras novelas se refleja un viaje cíclico. Respecto al viaje de ida, contó el poeta cubano Eliseo Diego que, en una ocasión sonó su teléfono y alguien que no saludó ni se identificó le preguntó: ¿Cuántos hombres caben en el cofre del muerto? Diego, pensó en el capitán Flint y respondió: 15; a lo que la voz dijo: yo sabía que usted era el único en La Habana que podía responder esa pregunta. Inmediatamente después, se colgó el teléfono, pero Diego ya había reconocido la voz inconfundible de Lezama. En Yo encontramos el viaje de ida del Cabezón, pero también el viaje de retorno de Modesto Poma, aunque entre ambos se dan superposiciones y desplazamientos; sin embargo, el embarazo que se gesta en el vientre de su amante la Colorada, permite que la errancia del Cabezón sea también un retorno.

Núcleo original de la narración

En 1910, en Mizque, nacieron Elvira Prudencio y Luis Claros, cuyo encuentro amoroso se da quince años después, entre el brillo de las fiestas del centenario de Bolivia en esa ciudad provincial.  Los desencuentros propios de los cruces y lejanías que impone la vida, acompañan los tránsitos entre Mizque y la plazuela Cobija de la ciudad de Cochabamba, en la casa de los parientes Orozco de los Prudencio. Elvira y Luis, nunca se casaron y tuvieron una hija, Beatriz. Beatriz, se casó con Víctor Jaramillo, el galán de los alrededores de la Plaza Cobija y se fueron a vivir a Tarija. Jaramillo era un policía tarijeño, quien encarnando el machismo no sólo de su gremio, la golpeaba y maltrataba, en la culminación de sus grotescas farras. Beatriz, cansada de aguantar esa vida malograda, y con su hijo, el Cabezón, el Yo de la novela y la otra hija, Carolina, retorna a vivir a Cochabamba, en la casa de los Orozco de la plazuela Cobija. El Yo intercambia máscaras y epifanías con el narrador y su vida se da dentro de las constelaciones familiares de sus abuelos, sus padres y la presencia profética del Kallahuaya Modesto Poma, una suerte de hechicero, brujo, mago o chamán cuyas sanaciones y curaciones, constituyen ceremonias de apertura espiritual, entre resabios de sabidurías y ritos formulados ya ancestralmente o improvisados al calor de las ceremonias mismas. Beatriz, heredando temores de su madre Elvira, acumula presagios oscuros acerca de lo que podría provocar en su vida, la insurrección indígena expresada en sus demandas de igualdad y su empoderamiento. Beatriz, será siempre la amada de Dante, aquella figura que apareció, velada entre las flores de la fiesta, dirigiendo la vista hacia el lado del poeta florentino, y es la que aproxima después a Dante al logro inconmensurable de la gloria eterna en el reino de Dios. 

La Guerra del Chaco, el Yo y Sendero Luminoso

Luis Claros y un grupo de borrachos, contertulios y parroquianos de la chichería de Doña Valica, son reclutados por el ejército boliviano para ser movilizados a la Guerra del Chaco, a principios de este evento bélico. Los borrachos se van cantando a la guerra. Luis, en el frente de guerra, pierde su fusil y finalmente él también desaparece, como devorado por el fantasma del fusil que buscaba y que le daba sentido a su condición de soldado. Elvira, aunque supo que el mundo borró a Luis, como si hubiera sido un humo, nunca se resignó a su desaparición y quedó con una herida en el alma, como aquellos amantes eternos que trascienden tiempos e historias, pero que tropiezan y se rompen heridos ya, entre los entuertos de la vida cotidiana. 

En las reflexiones de esos combatientes de la Guerra, reclutados en Mizque en las primeras páginas de Yo, surge una idea que podría parece una provocación, la Guerra es un teatro y los contendientes no llegan a enfrentarse bélicamente, por lo cual en esa guerra no había muertos. De manera coincidente, en la Guerra y la Paz, la obra culminante de Tolstoi, en la víspera de la batalla de Borodino, que luego del triunfo de Napoleón significó la ocupación de Moscú, por las tropas francesas, el príncipe Andrei Bolokhin, conversando con el conde Pierre Bezukhov, dice que en las guerras no se llega a los enfrentamientos y que las batallas consisten en amenazas, que pueden consistir en  la exhibición de armas mortíferas y de recursos teatrales, destinados a atemorizar al enemigo.  El príncipe Bolokhin afirma que, por ejemplo, las bayonetas no llegan a usarse y constituyen sobre todo una amenaza, señalando en consecuencia que la suerte de la batalla se decide cuando uno de los contendientes se da por vencido, atemorizado por las amenazas de los enemigos. 

No es fácil entender el origen de aquello que condujo al Cabezón al Perú a abrazar la causa militar de Sendero Luminoso, más allá de encontrar motivos en la angustia de los rasgos del existir entre el nihilismo de las ideas y las creencias imperantes, las escasas oportunidades que la vida podía ofrecerle y las latentes ideas revolucionarias en el contexto de las reivindicaciones indígenas. El Cabezón va a dar al Perú, viviendo entre burdeles y barrios marginales, aprendiendo la violencia necesaria para la sobrevivencia entre los restos de sociedad y de amores, y lo encontramos comprometido con el Movimiento Revolucionario Sendero Luminoso, que pretende llegar al poder a través de la violencia de la lucha guerrillera y el terrorismo. Al Cabezón, los senderistas le pusieron el nombre de guerra de El Poeta, interpretando su carácter próximo al de la ensoñación o simplemente al de la desorientación contrafóbica. Al poco tiempo, como corresponde a un movimiento caudillista, el Poeta tendrá relaciones personales con el Comandante Gonzalo, el inefable y oscuro Abimael Guzmán, descubriendo un escenario de sueños y pesadillas revolucionarios, de terrorismo delincuencial y de delirios del líder carismático, con los gérmenes  de totalitarismo proveniente en lo ideológico de los resentimientos de pequeño burgués y de las deformadas lecturas del marxismo y de la ya deformada lectura del descartable Mao Tse Tung, como se lo llamaba en esos tiempos al ahora Mao Zedong. Unas páginas muy logradas de la novela, son aquellas que reúnen una síntesis del esquematismo ideal de la revolución de mal aliento que predicaba el Comandante Gonzalo, en uno de sus discursos al Poeta y otros militantes fanáticos, que asistían fascinados y ebrios de violencia y resentimiento. El Poeta nunca llegó a comprometerse totalmente con el movimiento senderista, incluso llegando a disparar a los senderistas que combatían al ejército peruano a su lado, antes de desertar y  volver a Bolivia. Esta parte de la historia tiene anejos a la fuga, la clandestinidad y la cárcel. Este pasaje marca al Cabezón con una identidad que, al final de la historia, la psicoanalista que lo tratará, rescata para buscar que desde esas actividades surja un principio de diálogo que señale la identidad propia del Cabezón.