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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Del fondo a la superficie: una madre antinatural y su caída a la libertad

Una crítica sobre The Lost Daughter, una historia que da cuerpo a las tensiones a las que se enfrenta una mujer a través de la experiencia de la maternidad. Disponible en Netflix
Olivia Colman en el filme dirigido por Maggie Gyllenhaal. NETFLIX
Olivia Colman en el filme dirigido por Maggie Gyllenhaal. NETFLIX
Del fondo a la superficie: una madre antinatural y su caída a la libertad

“No pegues a mamá”. Leda, una joven traductora y madre de dos niñas, estudia en la sala de su casa mientras cuida a sus hijas. Bianca, la mayor, imita la concentración de su mamá, que repite susurrando una frase en italiano, con los ojos cerrados. La niña le pregunta cómo se deletrea la palabra volcán. No recibe respuesta. Entonces, le da un golpe en la cabeza para abstraerla de su concentración y llamar su atención. Leda la mira con sorpresa e indignación; no responde. Un segundo golpe sigue a la repetición de la pregunta, muestra la molestia de la niña y confirma la atención como una demanda. Leda riñe a Bianca y le dice que no se atreva a hacer eso nunca más, que no puede. Puedo, dice la niña. Leda pierde la paciencia y lleva a Bianca al cuarto: “¡Dame 15 minutos más!”. Bianca se resiste, pero Leda logra ponerla en la cama; Bianca le pega en los brazos; sonríe, con timidez o picardía (¿está jugando?). Leda la empuja, trata de que la niña permanezca sentada y tira la puerta. Los vidrios de la puerta se rompen. Cansada y enojada, confundida, Leda mira a Bianca del otro lado. La niña mira los vidrios rotos sobre el piso, asustada, confundida.

Esta es una de las escenas de la película La hija oscura (The Lost Daughter, 2021) que muestra la compleja, confusa cotidianeidad de una madre, maternando y trabajando a la vez, en tiempo real y sin ayuda. Casi 20 años después de ese episodio con su hija mayor, con 48 años y de vacaciones en una isla griega, Leda (Olivia Colman) rememora su experiencia de crianza a través del encuentro con otra madre joven que conoce en el balneario: Nina (Dakota Johnson). La película escrita y dirigida por Maggie Gyllenhaal (y basada en un libro de Elena Ferrante), en su debut detrás de las cámaras, reconstruye un trauma, una demanda, una decisión: ser madre y no soportar serlo. “Soy una madre antinatural”, confiesa en algún momento el personaje.

The Lost Daughter organiza su relato trenzando dos periodos de la vida de la protagonista. El primero: Leda de 30 años (Jessie Buckley), tratando de despegar su carrera académica, criando a sus dos hijas de 5 y 7 años. El segundo: Leda de 48 años, profesora universitaria vacacionando sola en una isla, recordando la traumática experiencia de ser madre y reviviendo el trauma al conocer la experiencia de otra mujer joven con su hija. En un punto, las dos etapas de la vida de Leda avanzan en paralelo, los flashbacks son recurrentes y conforman el cuerpo de la historia “oculta” de la película. Siguiendo parcialmente la estructura y algunas características del cuento clásico, The Lost Daughter cuenta dos historias. Según Piglia, “el arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario”. En este caso, la historia 1 cuenta el encuentro de Leda con Nina y su familia, una especie de clan greco-americano disruptivo, violento y peligroso. Esta primera capa se espeja de manera extraña en la otra subrepticia, la segunda historia: los hechos de un nivel revelan la sensibilidad de otro; los deseos y las decisiones de Leda, la mujer joven, encuentran un eco en las acciones de Leda, la mujer adulta. La libertad será el vinculo que, en un giro a la vez siniestro y mágico, cierre la elipse que relaciona problemáticamente a una mujer con las imágenes que la hacen.

Esta es una historia que da cuerpo a las tensiones a las que se enfrenta una mujer a través de la experiencia de maternidad. Es una película sobre algunas de las imágenes más caras en la configuración del sistema hegemónico de representaciones de lo femenino: la buena madre versus la mala madre; la mujer sola versus la mujer de familia; la mujer libre frente a la mujer oprimida. Mientras veía por segunda vez la película, me encontré con la reflexión sobre la maternidad de la activista feminista Violeta Osorio: “Habitualmente odio ser madre. Odio el lugar de vulneración y opresión en el que la maternidad me dejó expuesta. Esta sensación de renuncia y restricción constante, la certeza de que todo sería más posible de no ser madre. La culpa que me acompaña como el aire que respiro. El miedo constante porque sé que en realidad les espera a mis hijas un mundo machista y misógino. Odio no tener espacio, energía y recursos para mí, ni siquiera en mi cabeza, ocupada como está en la larga lista de tareas de cuidado. Sin embargo, ellas son mis personas favoritas en el mundo, su presencia me define y me regaló un lugar potente para habitar”. La experiencia de Leda dialoga con esta reflexión y pone sobre la mesa el resquebrajamiento de este sistema de vulneración y debilitamiento: la mujer no existe; existen mujeres, diferentes y distintas, cuyas voces y cuerpos no terminan de empalmar con las imágenes que la sociedad ha confeccionado para ellas, para mejor controlarlas. De manera potente, The Lost Daughter opone a su protagonista con las imágenes que configuran su experiencia como una continua tensión frente a los espejos, aquellos que arrojan imágenes desde su propio cuerpo, pero también otros que, desde otras mujeres, la interpelan. Es así que Leda se encuentra y desencuentra en Nina y sus dificultades para criar a su hija Elena, en su lugar en la familia numerosa, violenta y controladora. La matriarca de este clan, Callie (Dagmara Domi’czyk), futura madre y especie de madre de Nina (es su cuñada), también se enfrenta a Leda en sus diferentes imágenes, oponiendo la fuerza de la búsqueda de la maternidad con la urgente y decisiva búsqueda de abandono de esta. El deseo de libertad es, finalmente, ambivalente para los personajes, que no terminan de redimirse y cuyo encuentro es tan explosivo como mágico.

Una de las estrategias de relato de la película de Gyllenhaal es recolectar imágenes que dejan una huella sobre otras. Dos recolecciones son especialmente reveladoras. La primera aglutina lo que se puede entender como una serie de señales de la caída –ojo: la película inicia con un inexplicable desvanecimiento de la protagonista a orillas del mar. A lo largo del relato y hasta un punto en el que el personaje parece acorralado por sí misma, su pasado persistente y su presente hostigador, Leda se encuentra con una serie de cuerpos o materialidades subrepticias que llevan a la superficie un malestar: las frutas brillantes pero podridas en la cocina del departamento que alquila en la isla; un insecto que duerme junto a ella y se “desangra” en una almohada; una muñeca preciada, escupiendo aguas marinas y un gusano. Siendo devorada por dentro, tal vez, como los muertos.

La segunda recolección de imágenes tiene que ver con la voz, en diferentes escenas, a través de tres experiencias/voces con la poesía, la escritura y la música. La primera voz: la joven familia de Leda recibe un día a una pareja de senderistas. En la noche, la hija mayor, Bianca (Robyn Elwell), le recita a la senderista, italiana, un fragmento de un poema de Auden en italiano, que su mamá le enseñó: “El frío del ala retorcida cae junto a mi cuerpo”. Un “chiste interno”, explica Leda, que le revela a la visitante el amor y la tristeza en la relación de Leda con sus hijas. La segunda voz: en una conferencia sobre el concepto de hospitalidad lingüística, el profesor Hardy (Peter Saarsgard), su futuro amante, elogia un ensayo de Leda y cita un concepto de Simone Weil: “La atención es la forma más rara y pura de generosidad”. Este concepto habla tanto de la experiencia maternal de Leda, como de su experiencia intelectual, su persistencia, inteligencia y atención para el conocimiento.

La tercera voz: hay una fiesta en la isla y Lyle (Ed Harris), el cuidador de la casa donde se queda Leda, la invita a bailar. Suena la canción favorita de la profesora universitaria y comienza a bailar y a cantar feliz, libre. “We’ve got each other and that’s a lot for love / We’ll give it a shot / Woah, we’re half way there / Woah, livin’ on a prayer / Take my hand, we’ll make it I swear / Woah, livin’ on a prayer”. Este es un momento catártico para Leda y un puente, hecho de voces y música, que la lleva con otro cuerpo a ese periodo de juventud que revive en el mar griego.

Finalmente, esta canción de Bon Jovi es sobre la esperanza y su eufórica expresión, imprescindible para su camino. Un camino desconocido que, en la historia de Leda y Joe (Jack Farthing) terminó por abrirse y separar a esa pareja joven, para la que el amor no basta. Para Leda, el amor a sí misma, al espacio, la energía y los recursos para una misma, fue el desvío para dar paso al deseo. El deseo de desbordar las imágenes asignadas, la fuerza destructora de la libertad, un camino de libertad que, en esta historia, ilumina un mar que revuelve muñecas cargadas de oscuridad. Y de esperanza.

The Lost Daughter puede verse en Netflix y también la encuentran por ahí. Aunque la historia pueda incomodar, a algunxs, o parecer muy simple, a otrxs, es una película que se ve con intriga y cuidado, y termina (¡cómo termina!) del otro lado de la pantalla.

Crítica e investigadora en cine. Editora de publicaciones especializadas en audiovisual boliviano.