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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Filosofando con Roberto Valcárcel

Homenaje al artista plástico, fallecido el pasado 25 de julio por complicaciones a causa de la covid-19, con una mirada a su obra y sus pequeñas obsesiones 
Filosofando con Roberto Valcárcel

When a man walks into a room, he brings his whole life with him. He has a million reasons for being anywhere, just ask him. If you listen, he’ll tell you how he got there. How he forgot where he was going, and that he woke up. If you listen, he’ll tell you about the time he thought he was an angel or dreamt of being perfect. And then he’ll smile with wisdom, content that he realized the world isn’t perfect. We’re flawed, because we want so much more. We’re ruined, because we get these things, and wish for what we had.

DON DRAPER. Mad Men. Season 4, Chapter 8.

La mejor manera de homenajear a un pensador continúa siendo el retomar los problemas que planteaba con su obra, la manera en que los enfocaba, y sus pequeñas obsesiones, los temas a los que siempre volvía. 

Conocí a Roberto Valcárcel en un taller de Crítica de la crítica –organizado por la Revista Otro Arte– el 2009 en la Cinemateca Boliviana. Era una introducción a la crítica del arte contemporáneo, para lo cual nos ofreció su visión de lo que podría entenderse como tal. Escucharlo por primera vez fue como una bomba, inmediatamente supe que estábamos frente a un maestro en lo que hacía. Su dominio del ambiente era magnético, conocía indudablemente de teatralidad, daba la impresión de que nos daba vuelta y media con lo que conocía, y tenía un modo libre de moverse e interpelar a la gente. De entrada noté también que era un adscrito a las teorías del giro lingüístico, y en cuanto hablábamos de filosofía, se acogía a ese sector donde la discusión desemboca siempre en especulaciones de lenguaje –significado, significante, sentido– y ya no tanto sobre el pensamiento y los conceptos. Valcárcel no se pudo recuperar de lo que le hizo Wittgenstein, era su mojón en el terreno filosófico, y tomaba una que otra cosa más por aquí y por allá, como por ejemplo ideas de Platón en sus cursos sobre creatividad, pero al final de cuentas le tenía una especial consideración a la filosofía. En nuestros debates le hacía notar esta cuestión, y la irreverencia hacia sus ideas le cayó bien. En el transcurso de los años, en algunas charlas públicas, me pinchaba de manera divertida diciendo en voz alta “¿O qué opina el Dr. Luna?”, “¿Qué dice el filósofo de la sala?”. 

Lo desconocido

Sin embargo, algo curioso que me comentó es que lo que más le interesaba en sus búsquedas de lectura era la religión, se había leído desde el Libro tibetano de los muertos, pasando por el Gita o el Tao té King hasta la Biblia. A parte, su ayudante y buen amigo, Miguel López, me comentó recién que Valcárcel tenía una suscripción pagada a una revista internacional de ciencias, que leía casi religiosamente todas las mañanas en el desayuno desde su Tablet. Era lo desconocido, la máxima otredad posible lo que lo llamaba.

La muerte está presente en varias de sus obras de los años 90. Nos viene a la mente la serie de obras que tituló “Memento mori”, compuesta por calaveras humanas, pero también de ataúdes, simbolizando la muerte, pero resignificados mediante vivos colores y variación de dimensiones. Recordemos igual la serie “Cosmos”, la presencia de aquello que está fuera de este mundo, el espacio fuera de la Tierra, expresado mediante fotografías de OVNIS, que el mismo artista tomó entre 1983 y 1990. De ahí que Valcárcel diera conferencias al respecto e impulsara la necesidad de una Asociación Interplanetaria del Arte. Era todo ello una muestra de su añoranza por lo desconocido. 

La crítica al sujeto del enunciado

¿Qué nos importa lo que el artista quiso decir con su obra? –preguntaba exclamativamente Valcárcel tarde o temprano. “Lo que importa es lo que la obra me produce, ¡qué me hace sentir y me hace pensar!”. “Si el artista tiene que decir algo, que escriba pues una nota de prensa o haga periodismo”*. Puesto que en el arte se expresa precisamente aquello que no se puede decir así nomás, habla de algo que es más complejo, que puede estar y no estar. Por ello no responde a la lógica occidental aristotélica –en base a la cual nos entendemos en la vida ordinaria –; así argumentaba frecuentemente Valcárcel, aludiendo a los cuatro principios: principio de identidad, de no contradicción, de causalidad y de razón suficiente. La otra lógica que Valcárcel reivindicaba, mucho más poética, era muy cercana a la lógica de la cosmovisión de los pueblos indígenas bolivianos, aunque él no lo haya planteado así.  Los poetas pueden dar cuenta de ello, puesto que saben que el mundo imaginativo también se rige por una lógica con sus propios vericuetos. En la novela Un hazmerreír en aprietos, Jesús Urzagasti escribió que “vivimos en el país donde sucede lo contrario de todo lo contrario”. La idea desplegada en todas sus novelas es que no existe una sola lógica sino varias lógicas, y él en particular comulgaba de la lógica de los matacos, o los Weenhayek como se los quiere llamar desde hace un par de décadas. “Hay dos formas siempre de ver las cosas” –decía Jesús. Hablar en idioma visible y hablar en idioma invisible –como plantea su segunda novela En el país del silencio. Valcárcel hablaría de esto mismo en estos términos:

“Sería necesario tener presente que la obra actúa siempre en dos niveles: por encima de la mesa y por debajo de la mesa; según los semiólogos: de modo denotativo (obvio, evidente, inequivoco, socialmente compartido, lingüísticamente confirmado, prácticamente absoluto) y de modo connotativo (sugerente, sugestivo, asociativo, subconsciente, comparativo, metafórico, analógico, relativo). […] Por supuesto, lo que más me interesa es precisamente lo que logra la obra de arte por debajo de la mesa”**.

Pero hablemos del sujeto del enunciado. En el pensamiento occidental se establece a partir del cogito cartesiano, una instauración de la dualidad. Al decir “pienso luego existo”, el sujeto se divide en sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación. ¿Quién dice la frase?: el sujeto del enunciado. ¿Y quien es el sujeto de la enunciación? El mismo sujeto que lo dijo. Pero hay que tomarlos como dos, algo que sale de sí y vuelve a sí. Bucle. El mismo Descartes lo enfatiza cuando explica en sus cartas que la frase “camino, luego existo”, no funcionaría, puesto que el “yo camino” es sujeto del enunciado, mientras que “yo pienso” es el sujeto de la enunciación. Entonces, esto es lo que escinde o divide al sujeto apenas produce enunciado. Y así es que toda la crítica del pensamiento contemporáneo, particularmente posmoderno, toma la crítica al dualismo cartesiano como caballo de batalla. 

Hablando de las producciones artísticas, Valcárcel siempre dirá: no importa quién lo dijo. No importa qué quiso decir el que lo dijo. A mi entender, y aquí invito a Gilles Deleuze a la conversación, lo que pasa es que no existen los enunciados individuales, por ello ni siquiera son de interés. Todo enunciado es colectivo***. La forma de enunciados individuales ha sido fijada por el cogito, que comprende la producción de enunciados a partir de un sujeto. De modo que siempre que se dice algo la pregunta automática parece ser ¿quién lo dijo?. Y Valcárcel, como buen filósofo espontáneo contemporáneo, abominaba esta forma de pensar. ¡Rompamos la idea de sujeto para empezar! Puesto que después toda discusión se convierte en política a la mala. Lo siguiente que objetarán será: ¿desde donde habla ese sujeto? ¿Desde que lugar de producción de subjetividad enuncia tal sujeto? Y a quién cuernos le importa lo que quiso decir Da Vinci con su Monalisa o lo que creía Picasso o lo que sufría Van Gogh en sus adentros, si no nos interpela para empezar, y primero, la obra que tenemos en frente. Es decir, al leer una obra, al verse afectado por ella, uno entra dentro de un agenciamiento colectivo de enunciación, del cual la obra es sólo una parte, un componente. Y bien pudiera ser que ese agenciamiento también nos atraviesa a nosotros mismos, nos sentimos enunciados a través de ella, o tenemos algo que decir en esa misma frecuencia de enunciación.  El grito de Deleuze es “sólo hay multiplicidades”. Y junto a Guattari dirán: “no existen sujetos sino agenciamientos colectivos que enuncian, todo el tiempo, en todos los niveles”. 

Valcárcel habla de esto en sus propios términos en la conversación que tuvimos en “Territorio de ideas” del Centro de la Cultura Plurinacional, septiembre 2018, sesión que titulamos “La máquina de significar”. Expresó aquella noche una crítica a esta existencia del sujeto del enunciado, en la coyuntura boliviana, de adormecimiento del arte, no muy diferente de la actual:

“El pluri y el multi no es otra cosa que un grupo de clubes. Solo quiere decir que vos estás en el club de la pequeña burguesía urbana o estas en el club de los aymaras, o los otros… ¡todos son clubes! Son pequeñas adscripciones grupales. Eso no te da identidad. El ser gay no te da identidad en lo absoluto ¡simplemente estás en el club de los gays! El artista no puede decir: “como yo soy gay o yo soy aymara o soy de otro clubcito, digamos, estoy validado para hacer cosas interesantes”. No señor, tienes que ser más individuo”****.

Esta es todavía una práctica paupérrima de gestión en cultura: ya que soy marginal, vean, tienen que darme espacio. Y es peor aún cuando los administradores de la gestión cultural buscan dar espacio a quienes son sujetos de enunciación visibles para un discurso de marginalidad, de minoría, de corrección política, aun cuando en términos de técnica, de calidad o de desarrollo de su obra no tengan nada diferente que poner en la mesa. Para ellos,  no importa la calidad, importa el sujeto del enunciado, ¿de qué club es?: “si es indígena adentro, si viene del Alto buenísimo, si vive en Plan 3000 que pinte algo y lo mostramos”.  

Valcárcel continuaba en su reflexión en “Territorio de ideas”:

“Y ahí entra creo yo, la gran disyuntiva. Yo huelo, siento, percibo, que la cultura no es comer cuñapé, ni sacar fotos de cholitas. Cultura es el conjunto de significados y sentidos que da un grupo a las cosas. Por eso nos entendemos los miembros de un mismo grupo cultural. Básicamente cultura está definida semióticamente. Cultura es el conjunto de significados, que luego tiene sus expresiones físicas, visibles. Los curas han llegado aquí y han construido un montón de iglesias, no por las iglesias sino porque tenían el significado del cristianismo. Y eso lo han compartido con amor o con el látigo”.

Un placer inmenso recordar estas conversaciones con nuestro amigo Roberto, Producciones Valcárcel, singular agenciamiento colectivo. Podría seguir diez páginas más. Si les ha gustado se que los dejo con ganas. Y así está bien. 

Investigador - [email protected]

* Entrevista de María Galindo a Valcárcel. Disponible en: http://radiodeseo.com/un-homenaje-sincero-con-conocimiento-y-sentimiento-de-causa-a-%F0%9F%94%B4-roberto-valcarcel/

** Entrevista realizada por Ramiro Garavito a Valcárcel. Incluida en el libro Somos artistas bolivianos. Arte acción en Bolivia 1980-2014. Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño. 

*** Gilles Deleuze. Cursos del AntiEdipo y Mil Mesetas, Vincennes 26/03/1973

**** Aprovechen de escucharlo antes de que lo saquen de circulación. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=rNtrh7Z_sNw&t=31s